Viernes, 07 de Noviembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Viernes, 28 de Junio de 2024
ZAMORANA

Tormenta de verano

[Img #89988]La llamé por teléfono justo cuando se estaba desatando una tormenta eléctrica con profusión de rayos y truenos. Pude escuchar perfectamente desde el otro lado del auricular el ruido que provocaba la tempestad junto con la fiereza que caía el agua sobre el pavimento de la calle.

 

Conocía su terror por este tipo de perturbación atmosférica con la que nos obsequia la entrada del verano; sabía que desde pequeña sentía un miedo inusual cuando llegaban estas inclemencias acompañadas de descargas eléctricas, lluvia y viento intenso; recuerdo que sus padres me contaban que, se iba a la habitación más profunda de la casa para no escuchar ruidos ni ver luces y ahora, con toda una vida a sus espaldas, le ocurría lo mismo.

 

Ya habíamos hablado durante un buen rato y casi la urgía a colgar y dar por terminada la conversación; sin embargo, notaba como ella permanecía aferrada al auricular como una válvula de escape para sentir alguien al otro lado de su vida, alguien que la escuchara, alguien que no la hiciera perderse en ese laberinto de temor que le provocaba aquella borrasca infame; no obstante, mi tiempo también era limitado y, con harto pesar, tuve que colgar. Pensé mucho en ella en las horas siguientes que pasaría soportando aquella situación hasta que amainó la tormenta; la imaginaba en casa, refugiada en una habitación, con las puertas y ventanas cerradas, con la televisión apagada porque temía que un rayo cayera y provocara un estropicio, sin nadie a quien aferrarse, sin una voz amiga que la escuchara o la acompañara en aquellos momentos.

 

Sí, se trataba simplemente de una tempestad acompañada de truenos y relámpagos, algo normal y frecuente que, sin embargo, a una mujer adulta, encarando los últimos tiempos de su vida, le producía un miedo atroz; y eso me hizo pensar en cuantas personas están solas y tienen que lidiar con sus temores, con su soledad, con sus propios silencios, sin nadie a quien aferrarse, sin una mano amiga que le tiendan para tranquilizarse; pienso en la soledad de la vejez, en la casa que se cierra a media tarde y no vuelve a abrirse hasta la mañana siguiente, en los pensamientos y las fabulaciones que llenan la mente de quienes están y se sienten solos.

 

Al cabo de un buen rato, la borrasca pasó, se limpiaron las calles, un bonito arco iris se dibujó entre las nubes y, de nuevo, la gente volvió a llenar las calles. Ella salió de su refugio, abrió la ventana y dejó que el aire fresco y limpio entrara en aquella casa solitaria; caminó hacia la televisión y la encendió con cuidado; después se sentó en su sillón de siempre, con las piernas extendidas, cerró los ojos y sonrió con alivio porque, como ocurría tras los malos momentos, todo había acabado y, de nuevo, salía el sol.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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