ZAMORANA
Nuestros trajes: símbolo y tradición
El bordado carbajalino, cuyo origen es la comarca de Aliste, concretamente la villa de Carbajal, es una seña inequívoca de la tradición zamorana; una exuberancia de color, hilos, lanas, lentejuelas, cristal y todo tipo de adornos bordados a mano y colocados sobre fieltro o paño negro con diferentes aplicaciones: ya sea en un manteo para la mesa camilla, o reproduciendo el traje típico de esa localidad.
Esa fue la respuesta cuando, en uno de los veranos que fuimos a Castronuevo, mi madre preguntó a las vecinas cual era la labor de aquel año. En aquella época, la Sección Femenina, mediante sus famosas cátedras ambulantes, se ocupaba de dar a conocer a las mujeres de los pueblos nociones básicas de higiene, puericultura, cultura general y labores, ateniéndose siempre al férreo mandato de la religión y la dictadura, que eran los puntales sobre los que sostenía la sociedad de la época.
Pues bien, cada verano era costumbre aprender una labor diferente, ya fuera ganchillo, bordar mantillas, sábanas, mantelerías, instruirse en el corte y confección o, como en este caso, reproducir bordados tradicionales. El carbajalino daba mucho juego por su colorido y la variedad de materiales que se precisaban; así que mi madre, una vez conocida la tarea de moda aquel verano, decidió que nos fuéramos a Zamora a comprar los materiales necesarios, que me entregó en un enorme fardo para que me pusiera a la tarea. Con la inestimable ayuda de las vecinas que se reunían cada tarde en la portalada de casa de mi abuela formando un círculo, me iban dirigiendo en la faena, una vez se calcó el dibujo en el manteo y me enseñaron el festoneado y la aplicación de los diferentes colores. Al principio, creo que nadie pensó que sería capaz de terminar aquel ingente trabajo en el mes de vacaciones de que disponíamos; sin embargo, mi tenacidad pudo más, y tarde a tarde, puntada a puntada, escuchando la radio o la animada conversación de las vecinas, el trabajo iba avanzando.
Hoy, cuando veo la mesa camilla vestida de fiesta en un rincón de mi casa, recuerdo aquellos días que se relacionan con mi adolescencia, una época feliz que me trae recuerdos inolvidables de gentes que ahora faltan, pero cuyo espíritu, sentido del humor, vivencias y comentarios recuerdo a menudo.
Afortunadamente este tipo de bordado, al igual que la manta zamorana, la seña bermeja o la capa parda se han convertido en símbolos de Zamora y hemos dejado de lado ese extraño pudor que nos caracteriza, para sacarlos a la calle y darlos a conocer a los turistas. La acogida no ha podido ser mejor, porque la gente se interesa por esa extraña bandera bicolor hecha a jirones, por la parquedad de las capas alistanas, el colorido de la típica manta zamorana o la indumentaria tradicional, ya sea de Carbajal, La Guareña, Sayago, Aliste o cualquiera de las demás comarcas de nuestra tierra.
Esta vestimenta, que ha permanecido dormida durante años en los baúles de las casas, muchas veces heredada de padres a hijos, se ha ventilado, ha perdido el olor a alcanfor y sale a la calle con orgullo para pasearla en fiestas y ceremonias. Así ha ocurrido en las recientes celebraciones de San Pedro, en que las calles de Zamora se han engalanado con hombres y mujeres ataviados a la usanza tradicional para satisfacción de propios y extraños. Importante destacar la labor de Asociaciones Culturales, Agrupaciones de Águedas, Romerías y festejos promovidos por los diferentes Ayuntamientos, tanto de la ciudad como de los pueblos, que han propiciado el conocer estos trajes para no perder un símbolo de tradición y patrimonio del que los zamoranos podemos sentirnos muy orgullosos.
Mª Soledad Martín Turiño
El bordado carbajalino, cuyo origen es la comarca de Aliste, concretamente la villa de Carbajal, es una seña inequívoca de la tradición zamorana; una exuberancia de color, hilos, lanas, lentejuelas, cristal y todo tipo de adornos bordados a mano y colocados sobre fieltro o paño negro con diferentes aplicaciones: ya sea en un manteo para la mesa camilla, o reproduciendo el traje típico de esa localidad.
Esa fue la respuesta cuando, en uno de los veranos que fuimos a Castronuevo, mi madre preguntó a las vecinas cual era la labor de aquel año. En aquella época, la Sección Femenina, mediante sus famosas cátedras ambulantes, se ocupaba de dar a conocer a las mujeres de los pueblos nociones básicas de higiene, puericultura, cultura general y labores, ateniéndose siempre al férreo mandato de la religión y la dictadura, que eran los puntales sobre los que sostenía la sociedad de la época.
Pues bien, cada verano era costumbre aprender una labor diferente, ya fuera ganchillo, bordar mantillas, sábanas, mantelerías, instruirse en el corte y confección o, como en este caso, reproducir bordados tradicionales. El carbajalino daba mucho juego por su colorido y la variedad de materiales que se precisaban; así que mi madre, una vez conocida la tarea de moda aquel verano, decidió que nos fuéramos a Zamora a comprar los materiales necesarios, que me entregó en un enorme fardo para que me pusiera a la tarea. Con la inestimable ayuda de las vecinas que se reunían cada tarde en la portalada de casa de mi abuela formando un círculo, me iban dirigiendo en la faena, una vez se calcó el dibujo en el manteo y me enseñaron el festoneado y la aplicación de los diferentes colores. Al principio, creo que nadie pensó que sería capaz de terminar aquel ingente trabajo en el mes de vacaciones de que disponíamos; sin embargo, mi tenacidad pudo más, y tarde a tarde, puntada a puntada, escuchando la radio o la animada conversación de las vecinas, el trabajo iba avanzando.
Hoy, cuando veo la mesa camilla vestida de fiesta en un rincón de mi casa, recuerdo aquellos días que se relacionan con mi adolescencia, una época feliz que me trae recuerdos inolvidables de gentes que ahora faltan, pero cuyo espíritu, sentido del humor, vivencias y comentarios recuerdo a menudo.
Afortunadamente este tipo de bordado, al igual que la manta zamorana, la seña bermeja o la capa parda se han convertido en símbolos de Zamora y hemos dejado de lado ese extraño pudor que nos caracteriza, para sacarlos a la calle y darlos a conocer a los turistas. La acogida no ha podido ser mejor, porque la gente se interesa por esa extraña bandera bicolor hecha a jirones, por la parquedad de las capas alistanas, el colorido de la típica manta zamorana o la indumentaria tradicional, ya sea de Carbajal, La Guareña, Sayago, Aliste o cualquiera de las demás comarcas de nuestra tierra.
Esta vestimenta, que ha permanecido dormida durante años en los baúles de las casas, muchas veces heredada de padres a hijos, se ha ventilado, ha perdido el olor a alcanfor y sale a la calle con orgullo para pasearla en fiestas y ceremonias. Así ha ocurrido en las recientes celebraciones de San Pedro, en que las calles de Zamora se han engalanado con hombres y mujeres ataviados a la usanza tradicional para satisfacción de propios y extraños. Importante destacar la labor de Asociaciones Culturales, Agrupaciones de Águedas, Romerías y festejos promovidos por los diferentes Ayuntamientos, tanto de la ciudad como de los pueblos, que han propiciado el conocer estos trajes para no perder un símbolo de tradición y patrimonio del que los zamoranos podemos sentirnos muy orgullosos.
Mª Soledad Martín Turiño



















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