COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Ni optimista ni pesimista, sino realista con el futuro de Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Una persona, con mando en plaza, me afeó, ha tiempo, que escribiese, con acento pesimista, sobre con el presente y el porvenir de Zamora. No guarde silencio. Jamás ante la injusticia. Y le respondí que se diera, verbigracia, un paseo por San Torcuato y contase los locales cerrados; por no tirar de argumentos como los de la despoblación galopante y la decadencia económica, contundentes, reales, nunca opinión subjetiva.
Creo que siempre me he comportado como un tipo realista, ni pesimista, ni optimista, ni padezco ese trastorno social que he definido como apatía antropológica. Como he ido contando durante estos días de fiesta y alegría, hay síntomas evidentes de cambio. Quizá se trate de esa mejoría inexplicable que experimenta un moribundo para después fenecer. No quiero que ese apunte, leve, de renacimiento social, que suele ir acompañado del económico, se quede el sueño de unas noches del verano temprano.
Sé que, durante este mes de julio, que recién inauguramos hoy, ni en agosto, con el regreso a sus lares de miles de zamoranos que laboran lejos de su patria chica, conoceremos la Zamora que pudo ser y no fue, nuestra ucronía social. No obstante, enfatizo en un dato: esta provincia contaba con 300.000 habitantes en el año 1970, poco tiempo después de la gran emigración rural de los años 50 y 60 hacia las naciones más desarrolladas de la Europa comunitaria. Después llegó la democracia y el declive demográfico de nuestra tierra. Enormes sumas de dinero llegaron a la Junta de Castilla y León para equilibrar a las nueve provincias, en esa locura de autonomía ahistórica, pero se dedicaron, en su mayor parte, en Valladolid y Burgos.
La nuestra, sin duda, se deterioró, como ninguna otra, con este reparto injusto de la portentosa inyección económica. Como los políticos zamoranos de los partidos clásicos de ámbito nacional, que dicen representarnos, pensaron más en conservar sus cargos en Congreso y Senado que en exigir a los diferentes gobiernos, con 28 años en el poder del PSOE y 14 del PP, Zamora se quedó sin defensa en momentos claves para haberse transformado en una comunidad avanzada, desarrollada y moderna. Y nos quedamos solos con nuestras tradiciones, lógico en toda comunidad anclada en el pretérito.
Los zamoranos más viajados vieron pasar el progreso en otras provincias y ciudades cercanas, mientras aquí la vida transcurría con una tediosa lentitud, tanta que hemos ido hacia el pasado en un tren que conduce a ninguna parte.
No espero nada de los organismos económicos provinciales, pero sí sé que Guarido querrá cerrar su periplo político con brillantez, dejándonos como legado una ciudad más bella, más grande, más orgullosa de su historia, menos pusilánime y más decidida a asir el ferrocarril del progreso económico y demográfico.
Este artículo lo ha escrito un hombre que se halla en la parte final de su camino por la vida, pero que todavía viste su alma con el terciopelo del escepticismo. Nuestro futuro para por una juventud que ame a su tierra y la quiera sembrar de talento y un sector primario preparado para transformar nuestra sociedad. Zamora posee el patrimonio del agua, esencial para su desarrollo; de unas vegas feraces y una herencia monumental e histórica para renacer y olvidarse de esos zamoranos refractarios el progreso, que se siente en la gloria cuando nuestra tierra se encoge, mengua y se seca.
Eugenio-Jesús de Ávila
Una persona, con mando en plaza, me afeó, ha tiempo, que escribiese, con acento pesimista, sobre con el presente y el porvenir de Zamora. No guarde silencio. Jamás ante la injusticia. Y le respondí que se diera, verbigracia, un paseo por San Torcuato y contase los locales cerrados; por no tirar de argumentos como los de la despoblación galopante y la decadencia económica, contundentes, reales, nunca opinión subjetiva.
Creo que siempre me he comportado como un tipo realista, ni pesimista, ni optimista, ni padezco ese trastorno social que he definido como apatía antropológica. Como he ido contando durante estos días de fiesta y alegría, hay síntomas evidentes de cambio. Quizá se trate de esa mejoría inexplicable que experimenta un moribundo para después fenecer. No quiero que ese apunte, leve, de renacimiento social, que suele ir acompañado del económico, se quede el sueño de unas noches del verano temprano.
Sé que, durante este mes de julio, que recién inauguramos hoy, ni en agosto, con el regreso a sus lares de miles de zamoranos que laboran lejos de su patria chica, conoceremos la Zamora que pudo ser y no fue, nuestra ucronía social. No obstante, enfatizo en un dato: esta provincia contaba con 300.000 habitantes en el año 1970, poco tiempo después de la gran emigración rural de los años 50 y 60 hacia las naciones más desarrolladas de la Europa comunitaria. Después llegó la democracia y el declive demográfico de nuestra tierra. Enormes sumas de dinero llegaron a la Junta de Castilla y León para equilibrar a las nueve provincias, en esa locura de autonomía ahistórica, pero se dedicaron, en su mayor parte, en Valladolid y Burgos.
La nuestra, sin duda, se deterioró, como ninguna otra, con este reparto injusto de la portentosa inyección económica. Como los políticos zamoranos de los partidos clásicos de ámbito nacional, que dicen representarnos, pensaron más en conservar sus cargos en Congreso y Senado que en exigir a los diferentes gobiernos, con 28 años en el poder del PSOE y 14 del PP, Zamora se quedó sin defensa en momentos claves para haberse transformado en una comunidad avanzada, desarrollada y moderna. Y nos quedamos solos con nuestras tradiciones, lógico en toda comunidad anclada en el pretérito.
Los zamoranos más viajados vieron pasar el progreso en otras provincias y ciudades cercanas, mientras aquí la vida transcurría con una tediosa lentitud, tanta que hemos ido hacia el pasado en un tren que conduce a ninguna parte.
No espero nada de los organismos económicos provinciales, pero sí sé que Guarido querrá cerrar su periplo político con brillantez, dejándonos como legado una ciudad más bella, más grande, más orgullosa de su historia, menos pusilánime y más decidida a asir el ferrocarril del progreso económico y demográfico.
Este artículo lo ha escrito un hombre que se halla en la parte final de su camino por la vida, pero que todavía viste su alma con el terciopelo del escepticismo. Nuestro futuro para por una juventud que ame a su tierra y la quiera sembrar de talento y un sector primario preparado para transformar nuestra sociedad. Zamora posee el patrimonio del agua, esencial para su desarrollo; de unas vegas feraces y una herencia monumental e histórica para renacer y olvidarse de esos zamoranos refractarios el progreso, que se siente en la gloria cuando nuestra tierra se encoge, mengua y se seca.

















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