Domingo, 21 de Diciembre de 2025

Balbino Lozano
Lunes, 08 de Julio de 2024
NUESTRA HISTORIA

Memorias de un centenario

Así titulaba yo el libro que escribí en el año 1993 sobre la historia del bosque de Valorio. Mediante el recurso literario de la prosopopeya, simulé una entrevista a uno de los más viejos pinos del zamorano parque en el que este árbol llevaba plantado más de ciento cincuenta años.

Exprimiendo su memoria de serrín, me contó tal cantidad de vivencias que de ellas obtuve los datos para escribir mi libro. Comenzaba así  aquel gigante de la floresta:

 

"Soy un pino piñonero, pinus pinea ,  por más señas de la familia de las coníferas.  Situaron mi morada en el milenario bosque de Valorio, hace más de ciento cincuenta años,  y aquí continuo hoy.

 

Cuando la madre naturaleza puso sobre la tierra a toda clase de seres, les asignó una función vital, durante la que necesariamente han de cumplir un ciclo   que comienza con el nacimiento y termina con la muerte.

 

De entre los seres vivos, los vegetales carecen de sensibilidad y de movimientos espontáneos o voluntarios, al decir de los científicos; pero, en esta ocasión, con la ayuda de la literatura, me tomaré la licencia de hablarles de muchas cosas, que sin haberme movido del lugar en que me plantaron, he podido conocer.

 

No pretendo hacer uso del don de la palabra, que me proporciona la preceptiva literaria, para reseñar lo que ya han hecho ilustres historiadores con su documentado conocimiento. Yo, simplemente un vegetal,  me limitaré a contar anécdotas vividas.  Hablaré de gentes que estuvieron vinculadas a Valorio por diversas circunstancias.  Expresaré lo que me sugiere este paraje. Comentaré situaciones pretéritas, y daré cuenta y razón de cuantos sucesos guardo en mi memoria.

 

Extiendo mis raíces por el fértil terreno de este valle.  Parecían estar suficientemente hendidas en la tierra, pero, de tanto hollarla,  los paseantes me las están dejando al descubierto.  Este entrañable suelo, abundante en materias orgánicas, me proporciona el alimento necesario para mantener este cuerpo de madera.  
Intento saciar mi sed con las aguas de este arroyo próximo, que discurre desde el noroeste hacia el sur.   Trae su caudal  por el pago de Valderrey hasta llegar, cuando no se agota antes, a rendir viaje en el padre Duero a su paso por el Barrio de Olivares.


A pesar de los muchos años que han cubierto de agrietada corteza mi albura, estoy bastante satisfecho de mi lozanía.  Me parece que mido cerca de veinte metros, y esta es una estatura que no alcanzan demasiados  árboles de los que aún permanecen  en los alrededores.  Gracias a ella puedo divisar  todo el bosque y sus aledaños, desde la atalaya de mi aparasolada copa.


Siempre que el autor de este libro venía a visitarme, me proponía que le contase mis memorias.  Hasta que,  por fin, un día de la primavera de 1992, accedí a ello, pensando que no tendría que hacer demasiados esfuerzos para recordar mis vivencias, atesoradas en cada anillo de mi tronco.  Sin embargo,  no contaba yo con la contumacia de mi biógrafo.  No se me había ocurrido que, siendo un profesional de la policía, llevaría su investigación hasta las últimas consecuencias.


Han sido agotadoras las sesiones de interrogatorios a las que me ha sometido;  ha querido saber mucho más   de lo que está a mi alcance contarle.  No se resignaba a comprender e incluso a admitir que yo, desde mi emplazamiento inamovible, no puedo aportar otros testimonios que los referentes a lo que haya visto o, al menos, oído a quienes suelen acercarse a mí.


Podía yo tener mis arterias de árbol sin depósitos y que mi savia ascendiera por ellas, regando todas las células de mi memoria leñosa, y guardar amplio recuerdo de muchos acontecimientos, de los que he sido testigo en tantos años de existencia; pero las enfermedades no perdonan y atacan a los humanos y a los vegetales.   Hay por aquí un "bicho malo" que perjudica a toda la familia de coníferas.   Se llama "procesionaria".  Es la causa de todos nuestros males.  Por su culpa han perecido muchos de mis congéneres.  Así que no le extrañe al  lector que me haya vuelto olvidadizo por esta maldita oruga, que está destrozando muchas de mis células.


Me produce un agradable placer recordar mis tiempos de pino joven.  Los años de mil ochocientos fueron los de mi mejor época.  Durante aquel tiempo yo crecía y me desarrollaba anillo a anillo, con una vitalidad extraordinaria.  Nunca me faltaron los recursos naturales que me proporcionaba el suelo del bosque.  Su microsistema era amoroso y propicio.


Por entonces, los árboles nada sabíamos de la contaminación de la atmósfera.  Respirábamos un aire limpio, a "plena clorofila", y ello nos permitía, a todos los pinos, producir en abundancia  magníficas piñas de sabrosos piñones.  Todavía ahora seguimos siendo capaces de dar nuestros buenos piñones;  pero la elaboración va siendo cada vez más laboriosa y más escasa la producción."


El contenido de estas memorias  es mucho más extenso . Por eso han dado de sí para llenar un libro.  Así que habría que leerse todo el texto para conocer más cosas que cuenta el pino centenario.

Balbino Lozano

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