Jueves, 18 de Septiembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Sábado, 13 de Julio de 2024
ZAMORANA

Tragedia inesperada

Mª Soledad Martín Turiño

Caminando por la orilla del río en estos días ardientes de plena canícula, buscaba un poco de cobijo a la sombra de algún árbol, con idea de gozar de la espléndida vista de la ciudad desde los Pelambres, al tiempo que me acompañaba de ese libro preferido, tan leído, estudiado y subrayado, que solo yo podía comprender el laberinto de colores y notas.

 

Delibes, uno de mis escritores predilectos, que comprendía perfectamente el alma castellana, reflejaba instantáneas de mi vida en el pueblo, del carácter de los zamoranos, de las costumbres o el apego a la tierra. Abrí “Castilla, lo castellano y los castellanos” por la pagina que había señalado, y saqué mi pluma junto con un bloc de notas que siempre me acompañaba, dispuesto a que las musas me otorgaran su favor.

 

Me calé la gorra que me protegía del sol y miré la estampa que se ofrecía frente a mi como un regalo; allí estaba la enorme muralla circundando la ciudad, de izquierda a derecha: la imponente catedral con su esbelta torre casi protegiendo la cúpula gallonada; el palacio episcopal, las Aceñas, torres de diferentes templos con sus correspondientes nidos de cigüeñas; y paralelo al rio, en lo alto de la estampa, la trasera del palacio de los condes de Alba y Aliste (actual parador), y así una a una pasaban ante mis ojos las rúas, los edificios y el silencio de Zamora, una ciudad amable que todavía huele un poco a tufo de iglesia, no en vano solo en su casco histórico la embellecen catorce templos románicos.

 

Me distraje, estaba tan absorto ante aquella panorámica que conocía de memoria, que aún no había abierto el libro; de pronto, mis pensamientos que galopaban a un ritmo frenético, se detuvieron bruscamente; un grito desgarrador atribuló a la gente que merodeaba por allí. Me levanté y miré por todas partes, sin descubrir nada fuera de lo común; por un momento me hubiera parecido fruto de mi imaginación, si no fuera porque las personas que paseaban también se habían detenido asustados ante tal chillido, lo que confirmaba la realidad de lo que había escuchado. Me senté de nuevo, la gente siguió su camino y todo continuó como siempre.

 

A la mañana siguiente, estaba disfrutando de un desayuno sin prisas junto a la ventana cuando, al abrir el periódico, me quedé petrificado: allí estaba la noticia que daba sentido a lo ocurrido la tarde anterior. Decía así: “Se ha encontrado el cadáver de una mujer con un niño pequeño en el rio Duero, en la llamada playa de los Pelambres. Se cree que el muchacho entró en el agua y la madre acudió a rescatarle ahogándose los dos”

 

Entonces me vino a la mente aquel grito de auxilio de una mujer invisible que, probablemente, pedía socorro antes de sumergirse en el agua y perder la vida. Un instante, dos vidas truncadas, una situación que pudo resolverse con un final feliz, pero nadie vio nada, solo se escuchó aquel eco terrible que no podía apartar del pensamiento.

 

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