ZAMORANA
Las reglas de urbanidad
A menudo, si un personaje está de moda o es influyente, surgen comentarios, dichos, especulaciones y sospechas sobre todo lo que le concierne, ya sea el vestuario, las amistades que profesa, su comportamiento o sus gestos, que son analizados como si la presencia de esa gente en actos públicos fuera el sostén del mundo. A eso quisiera referirme en este artículo.
Recuerdo que, desde la escuela, allá en el pueblo, nos enseñaban “las reglas de urbanidad” una asignatura obligada que no eran otra cosa que aprender un correcto comportamiento social, cortesía, buenos modales y todo lo que tenía que ver con una conducta social impecable. Estas pautas no eran solo teoría, sino que teníamos que ponerlas en práctica: besar la mano del sacerdote allá donde lo encontráramos, honrar a la gente mayor por el hecho de serlo, saludar a las personas por la calle, respetar los preceptos religiosos… y un largo etc. que nos conminaban a seguir para ser lo que entonces se consideraba “personas bien educadas”.
Me apena lo mucho que se ha perdido por el camino con el transcurso de los años en aras de una pretendida libertad, que no es tal; si bien es cierto que algunas normas quedan obsoletas para el momento actual, otras no deberían incumplirse jamás, porque resultan esenciales para mantener una imagen de coherencia, de estilo y de criterio social que son la base por la que nos juzgarán quienes nos observen; y estas pautas si son indispensables para las personas anónimas, resultan de obligado cumplimiento para la gente pública cuyas apariciones mediáticas se examinan hasta el último detalle.
Todos tenemos en la mente alguno de estos personajes, así que omitiré dar nombres concretos; algunos son famosos por no disimular su contrariedad en actos importantes, por desatender a los medios de comunicación cuando llevan horas apostados esperando la respuesta a sus preguntas, o por demostrar lisa y llanamente su mala educación.
Un personaje público suele serlo porque tiene detrás a una multitud que le ha otorgado la relevancia que tiene (cantantes, actores, youtubers…) otros son importantes para el público por su papel en la sociedad (miembros de la realeza, políticos…), pero en todos los casos se deben a sus seguidores y por la fidelidad que se les concede, deben demostrar una actitud social impecable.
La mala educación es un virus que ha contagiado muchos escenarios del espacio público; en política resultan ya una constante las descalificaciones y los agravios directos, incluso los referidos al ámbito personal; pero no es el único caso, porque pocas esferas sociales escapan a esta ausencia de modales. Los jóvenes son los que más sufren esta falta de urbanidad porque no tienen referentes donde mirarse y, en muchas ocasiones, la familia resulta mucho menos convincente que los amigos o los famosos que aparecen a diario en sus dispositivos.
Se le atribuye al activista y político sudafricano Nelson Mandela la frase: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, una realidad que los países más avanzados ponen en práctica asignando recursos, invirtiendo y potenciando la educación desde edades tempranas, porque saben que obtendrán un beneficio económico a largo plazo, es socialmente rentable y uno de los instrumentos más eficaces para reducir la pobreza, mejorar la salud, lograr la igualdad de género, la paz y la estabilidad; que no es cosa baladí.
Mª Soledad Martín Turiño
A menudo, si un personaje está de moda o es influyente, surgen comentarios, dichos, especulaciones y sospechas sobre todo lo que le concierne, ya sea el vestuario, las amistades que profesa, su comportamiento o sus gestos, que son analizados como si la presencia de esa gente en actos públicos fuera el sostén del mundo. A eso quisiera referirme en este artículo.
Recuerdo que, desde la escuela, allá en el pueblo, nos enseñaban “las reglas de urbanidad” una asignatura obligada que no eran otra cosa que aprender un correcto comportamiento social, cortesía, buenos modales y todo lo que tenía que ver con una conducta social impecable. Estas pautas no eran solo teoría, sino que teníamos que ponerlas en práctica: besar la mano del sacerdote allá donde lo encontráramos, honrar a la gente mayor por el hecho de serlo, saludar a las personas por la calle, respetar los preceptos religiosos… y un largo etc. que nos conminaban a seguir para ser lo que entonces se consideraba “personas bien educadas”.
Me apena lo mucho que se ha perdido por el camino con el transcurso de los años en aras de una pretendida libertad, que no es tal; si bien es cierto que algunas normas quedan obsoletas para el momento actual, otras no deberían incumplirse jamás, porque resultan esenciales para mantener una imagen de coherencia, de estilo y de criterio social que son la base por la que nos juzgarán quienes nos observen; y estas pautas si son indispensables para las personas anónimas, resultan de obligado cumplimiento para la gente pública cuyas apariciones mediáticas se examinan hasta el último detalle.
Todos tenemos en la mente alguno de estos personajes, así que omitiré dar nombres concretos; algunos son famosos por no disimular su contrariedad en actos importantes, por desatender a los medios de comunicación cuando llevan horas apostados esperando la respuesta a sus preguntas, o por demostrar lisa y llanamente su mala educación.
Un personaje público suele serlo porque tiene detrás a una multitud que le ha otorgado la relevancia que tiene (cantantes, actores, youtubers…) otros son importantes para el público por su papel en la sociedad (miembros de la realeza, políticos…), pero en todos los casos se deben a sus seguidores y por la fidelidad que se les concede, deben demostrar una actitud social impecable.
La mala educación es un virus que ha contagiado muchos escenarios del espacio público; en política resultan ya una constante las descalificaciones y los agravios directos, incluso los referidos al ámbito personal; pero no es el único caso, porque pocas esferas sociales escapan a esta ausencia de modales. Los jóvenes son los que más sufren esta falta de urbanidad porque no tienen referentes donde mirarse y, en muchas ocasiones, la familia resulta mucho menos convincente que los amigos o los famosos que aparecen a diario en sus dispositivos.
Se le atribuye al activista y político sudafricano Nelson Mandela la frase: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, una realidad que los países más avanzados ponen en práctica asignando recursos, invirtiendo y potenciando la educación desde edades tempranas, porque saben que obtendrán un beneficio económico a largo plazo, es socialmente rentable y uno de los instrumentos más eficaces para reducir la pobreza, mejorar la salud, lograr la igualdad de género, la paz y la estabilidad; que no es cosa baladí.
Mª Soledad Martín Turiño
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