Jueves, 06 de Noviembre de 2025

Eugenio-Jesús de Ávila
Martes, 23 de Julio de 2024
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Los enemigos de una Zamora más hermosa y pujante

Desde siempre, desde que tengo cierto gusto por saber, por conocer lo que pasaba en Zamora, descubrí que hubo y hay, y me temo que también aparecerán en el futuro, zamoranos, importantes por su jerarquía social y política, dedicados a impedir que nuestra ciudad y su provincia se desarrollaran, crecieran y destacaran. Son como un tumor maligno que dificulta el progreso de nuestra tierra.

 

Como expresaba en esas primeras palabras, siendo muy joven, como casi todos los de mi generación, crecimos en el convencimiento de que la FASA Renault quiso instalarse primero en Zamora que en Pucela. Se apuntaba entonces a un alcalde y a un obispo como principales promotores de que la empresa multinacional francesa se arrepintiese de su primera opción. Como no me conformé con aquella vox populi, en momentos determinados de mi carrera profesional pregunté a políticos y empresarios que, por edad, por ambiente, por circunstancias, vivieron de cerca aquellos días, esenciales para nuestra provincia. No saqué conclusión alguna al respecto, si bien hubo franceses viviendo en nuestra ciudad estudiándola, una especie de sociólogos y psicólogos, encargados de saber si Zamora se hallaba preparada para una inversión tan extraordinaria, capaz de transformar la economía y la demografía de cualquier ciudad y provincias españolas. Me temo que la decisión se adoptó en las grandes estancias de los gobiernos de la Dictadura y de la República Francesa y que el regidor y monseñor zamoranos no intervinieron en aquella decisión.

 

No obstante, valga como punto de partida tal leyenda. Lo esencial es que siempre ha habido en nuestra tierra dirigentes, políticos y sociales, dispuestos a que Zamora vaya a menos, a que los jóvenes, preparados o no, se marchen a otros lares, porque aquí no encontrarían trabajo jamás, a no ser que un político los colocase en las administraciones públicas locales, como ha venido sucediendo con frecuencia. En nuestra ciudad abunda el nepotismo, una práctica que se le dio siempre muy bien a los caciques locales.

 

No le gusta a este tipo de zamoranos -en lo general gente que vive por encima de la media- que otros zamoranos progresen en su patria chica, al ritmo del crecimiento turístico e industrial de Zamora. Les molesta que las gentes del común ocupen sus habituales cafés, bares, restaurantes y cafeterías, cines, lugares públicos, abarroten calles y plazas, como ocurre en San Pedro, verano, navidades y Semana Santa. Proclaman, en sus círculos cerrados, desde donde siempre se escapa algún pensamiento, que Zamora está bien así, que se vive muy bien, sin grandes problemas y que no se necesitan ni más industrias ni comercios ni personas con carácter de empresarios.

 

Suelen disgustarse estos caciques del siglo XXI con las decisiones que adoptan regidores municipales tendentes a transformar la ciudad, a hacerla más cómoda para la gran mayoría, con mejores aceras y más anchas, más jardines y fuentes, barrios más propios de la sociedad en la que vivimos. También se caracterizan por conservar lo malo y despreciar los beneficios colectivos. Verbigracia: que la Torre de la Catedral sea accesible, que se restaure el Puente de Piedra y, en su momento, se reconstruyan sus torres; que se gaste dinero público en recuperar lienzos de las murallas medievales, que no vengan a Zamora trabajadores extranjeros a ganarse el pan, que vivamos con el la ciudad de los años 50 y 60 del siglo pasado…

 

Yo jamás me conformé con esta Zamora, ni con la anterior, sino con la que busca el progreso con avidez, porque, merced al desarrollo económico, más personas encontrarán una manera de ganarse la vida, de crear familias, de sentirse felices y, por ende, tener mejor carácter con los demás, ser mejores. Quise siempre una ciudad que valorase su legado monumental, que restaurase, como se hizo con Rosa Valdeón, su patrimonio, o impedir que se vengan abajo los muros medievales que le dieron fama, y liberarlos de casas y edificios que los cubrían, gran empeño de Guarido que quizá, antes de finalizar su tercer mandato, sea una realidad.

 

No me gustan los políticos cicateros y medrosos, apocados e irresolutos, ni tampoco los zamoranos pusilánimes y acoquinados, ni menos los botarates y sometidos, amoldados y dóciles. Los regidores avanzados, con carácter, bizarros y resueltos, que transforman a las gentes que gobiernan en audaces y arrojadas, firmes y determinados.

 

Zamora, aunque el paso de los siglos, las decisiones del poder y la cobardía de sus ciudadanos hirieron su epidermis monumental y expulsaron a muchos de sus mejores hijos, todavía posee un enorme potencial cultural, histórico y artístico, y extraordinarios productos que nos ofrecen nuestras tierras, agricultores y ganaderos, y empresarios que transforman esas materias primas, pura delicatessen. Y, además, paisajes poéticos, desde las llanuras de Tierra de Campos, hasta las montañas de Sanabria, los valles de los ríos transparentes del norte, el rey de los ríos de Castilla y León, que riega vegas y siembra vida, los dulces campos de Aliste y los líricos paisajes de Sayago, donde el granito rima con los embalses del Esla y del Duero.

 

Los administradores de la Casa de las Panaderas y los ciudadanos que habiten en Zamora nunca podrán ser políticos ni gentes míseros ni austeros, sino lanzados y echados “palante”. Sintámonos orgullosos de haber nacido en esta tierra y situarla entre las ciudades más coquetas, llamativas y noble de España.

 

Y despreciemos a los zamoranos que intentan desmerecer a nuestra ciudad, minimizarla, menguarla y despreciarla con sus filosofías decimonónicas.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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