COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Castillo, Catedral y murallas, con la nueva iluminación, deslumbran
    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
        Siempre pensé que Zamora poseía un patrimonio monumental extraordinario que la autoridad nunca supo potenciar. Los distintos gobiernos, del PSOE- 28 años en La Moncloa- y del PP -14 dirigiendo- pasaron, verbigracia, del estado de la muralla. Solo acudieron a ciertas emergencias. Cosían el siete y después prometían nuevas fórmulas para fortificarlo. El Castillo se fue desmoronando poco a poco, dedicado a cuestiones relacionadas con la Formación Profesional, sin asumir la importancia del recinto. En el último mandato de Rosa Valdeón se logró, vía dinero de la Unión Europea, restaurar lo que quedaba, contrarreloj. Pero ese Castillo no tiene su verdadera torre del homenaje, ni las otras cuatro que rodean su interior, troncadas en su tiempo. Tampoco se excavo, de manera científica, las zonas ajardinadas, porque había prisas y hallar restos arqueológicos importantes habrían descabalgado el proyecto, que exigía concluirse en un tiempo determinado.
 
El Puente de Piedra, hasta que Guarido, loado sea, decidió intervenir en su restauración y darle cierto parecido al original, padeció la insensibilidad de autoridades de antaño, como las que decidieron derribar sus egregias torres, en 1905, políticos de la restauración canovista, como en épocas posteriores. El viaducto se considero como medio de paso, nunca como venerable monumento románico o tardogótico. Después, burócratas de la Junta de Castilla y León, esclavas de la ley, decidieron que reconstruir las torres chocaría con la legalidad. Manda huevos.
 
 
En fin, que hoy, tras describir los sucesos que ha vivido la Zamora eterna, quiero alabar a los que han transformado la iluminación del Castillo, murallas de ese recinto y Catedral, cúpula y torre. La luz ha potenciado la belleza de ese legado de la historia en nuestra ciudad, que ya puede competir en turismo cultural, máxime si se proyecta una segunda restauración de todo el casco antiguo, que levante cantos y coloque granito de la hermosa Sayago, el mejor del mundo, y ataque una segunda remodelación del Castillo y un nuevo diseño, incluidas fuentes, en los jardines de Baltasar Lobo, algunas de cuyas esculturas deberían ubicarse por todos los parques y plazas del centro de la ciudad. Lo del museo del genio de Cerecinos de Campos corresponde a otro debate que aquí no voy a abrir.
 
 
Pongo mi énfasis en una Zamora hermosísima, merced a decisiones políticas, cuando la noche se apodera de la ciudad y la iluminación embellece nuestro patrimonio. También aguardo arreglos en las márgenes del Duero, con limpieza de arbustos y malezas que “embruteces” el paraje. La Confederación Hidrográfica, organismo del gobierno central, debería drenar el río, ahora que baje con escaso cauce y otras carencias que presenta el río de los poetas a su paso por la ciudad del Romancero.
 
Eugenio-Jesús de Ávila
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
Siempre pensé que Zamora poseía un patrimonio monumental extraordinario que la autoridad nunca supo potenciar. Los distintos gobiernos, del PSOE- 28 años en La Moncloa- y del PP -14 dirigiendo- pasaron, verbigracia, del estado de la muralla. Solo acudieron a ciertas emergencias. Cosían el siete y después prometían nuevas fórmulas para fortificarlo. El Castillo se fue desmoronando poco a poco, dedicado a cuestiones relacionadas con la Formación Profesional, sin asumir la importancia del recinto. En el último mandato de Rosa Valdeón se logró, vía dinero de la Unión Europea, restaurar lo que quedaba, contrarreloj. Pero ese Castillo no tiene su verdadera torre del homenaje, ni las otras cuatro que rodean su interior, troncadas en su tiempo. Tampoco se excavo, de manera científica, las zonas ajardinadas, porque había prisas y hallar restos arqueológicos importantes habrían descabalgado el proyecto, que exigía concluirse en un tiempo determinado.
El Puente de Piedra, hasta que Guarido, loado sea, decidió intervenir en su restauración y darle cierto parecido al original, padeció la insensibilidad de autoridades de antaño, como las que decidieron derribar sus egregias torres, en 1905, políticos de la restauración canovista, como en épocas posteriores. El viaducto se considero como medio de paso, nunca como venerable monumento románico o tardogótico. Después, burócratas de la Junta de Castilla y León, esclavas de la ley, decidieron que reconstruir las torres chocaría con la legalidad. Manda huevos.
En fin, que hoy, tras describir los sucesos que ha vivido la Zamora eterna, quiero alabar a los que han transformado la iluminación del Castillo, murallas de ese recinto y Catedral, cúpula y torre. La luz ha potenciado la belleza de ese legado de la historia en nuestra ciudad, que ya puede competir en turismo cultural, máxime si se proyecta una segunda restauración de todo el casco antiguo, que levante cantos y coloque granito de la hermosa Sayago, el mejor del mundo, y ataque una segunda remodelación del Castillo y un nuevo diseño, incluidas fuentes, en los jardines de Baltasar Lobo, algunas de cuyas esculturas deberían ubicarse por todos los parques y plazas del centro de la ciudad. Lo del museo del genio de Cerecinos de Campos corresponde a otro debate que aquí no voy a abrir.
Pongo mi énfasis en una Zamora hermosísima, merced a decisiones políticas, cuando la noche se apodera de la ciudad y la iluminación embellece nuestro patrimonio. También aguardo arreglos en las márgenes del Duero, con limpieza de arbustos y malezas que “embruteces” el paraje. La Confederación Hidrográfica, organismo del gobierno central, debería drenar el río, ahora que baje con escaso cauce y otras carencias que presenta el río de los poetas a su paso por la ciudad del Romancero.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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