NUESTRA HISTORIA
Eran otros tiempos en Zamora
Con este afán mío de remover en lo más recóndito de mi memoria, ayudado por los periódicos de antaño, doy un repaso a lo que sucedía en esta ciudad hace más de cincuenta años, encontrándome con hechos y personajes que llegué a vivir y conocer personalmente.
Veo un comentario de Francisco de Asís Iglesias, un hombre que disfrutaba viviendo el día a día de esta capital de provincia en la que parecía que todo era igual siempre y que nada nuevo cambiaba el panorama. El amigo Paco, con sus gruesas gafas de “culo de vaso”, aparecía en cualquier lugar donde hubiera una tertulia para enterarse de sucesos o anécdotas que luego escribiría en la prensa local.
Con su particular sentido del humor, contaba como había visto él la calle de Balborraz medio siglo antes ( ahora ya son cien años): Decía que aquella céntrica cuesta que arrancaba de la Plaza Mayor, se caracterizaba porque en ella se concentraban un buen número de zapateros remendones: Los Boizas, Munárriz, Aparicio, Cabrero, Manduca; todos ellos daban brillo a esta popular calle de Balborraz con el repiqueteo de sus martillos y con el jaleo que armaban gastando bromas a los pobres desdichados que pululaban por allí. Citaba al “Lombar”, “El Alemán”, Federico, “El Lavativas”, “El Páginas”, Simón y “La Chata” que aguantaba toda suerte de picardías hasta el punto de que casi no atrevían a cruzar aquella calle.
Contaba Paco que había visto como aquellos zapateros echaban a rodar un tonel lleno de agua por la cuesta abajo con riesgo de arrollar a alguna persona antes de llegar al final de la cuesta. Decía también que ponían pez derretida en la acera del medio y que alguna mujer se quedaba descalza al quedársele pegado el tacón del zapato en aquella pez.
Rememoraba también que la calle de Balborraz tuvo sus días de gloria con la celebración de las Ferias de Botijero, sus atrayentes platerías, sus bazares y otros comercios que daban animado ambiente a la cuesta. Recordaba la antigua fumistería de Fombellida en la que había animadas tertulias y se consumían más puros que los que se fabricaban en “Farias”.
En otro orden de cosas, como era tiempo de estío, evocaba las terrazas del Café París, luego El Lisboa, colocadas en la Plaza de San Gil, las tres terrazas de la Calle Viriato, ocupadas por asiduos clientes que pasaban sus buenos ratos tomando el fresco en aquellas noches calurosas. También había, como ahora, terrazas en la Plaza Mayor, y recordaba el comentarista el desaparecido Café Español en la que fue Casa de la Panaderas y que hoy ocupa el edificio de la Casa Consistorial.
Me parece oportuno traer a estas remembranzas una alusión a las paellas del “Club Náutico”. Decía un periódico de los años cincuenta que, aquél cocinero, con su descomunal gorro blanco y un tremendo tenedor como el de Neptuno, se había hecho muy popular por su habilidad haciendo paellas. Era un comentario habitual que la gente se preguntara: “Has probado la paella de la Isla?”. Las toscas mesas de madera que se esparcían entre los frondosos árboles de la isla se llenaban de clientes para degustar el preciado manjar.
El paso del tiempo hace que, si estos recuerdos no hacen precisamente historia, al menos resulten agradables para refrescar la memoria de algunos.
Balbino Lozano
Con este afán mío de remover en lo más recóndito de mi memoria, ayudado por los periódicos de antaño, doy un repaso a lo que sucedía en esta ciudad hace más de cincuenta años, encontrándome con hechos y personajes que llegué a vivir y conocer personalmente.
Veo un comentario de Francisco de Asís Iglesias, un hombre que disfrutaba viviendo el día a día de esta capital de provincia en la que parecía que todo era igual siempre y que nada nuevo cambiaba el panorama. El amigo Paco, con sus gruesas gafas de “culo de vaso”, aparecía en cualquier lugar donde hubiera una tertulia para enterarse de sucesos o anécdotas que luego escribiría en la prensa local.
Con su particular sentido del humor, contaba como había visto él la calle de Balborraz medio siglo antes ( ahora ya son cien años): Decía que aquella céntrica cuesta que arrancaba de la Plaza Mayor, se caracterizaba porque en ella se concentraban un buen número de zapateros remendones: Los Boizas, Munárriz, Aparicio, Cabrero, Manduca; todos ellos daban brillo a esta popular calle de Balborraz con el repiqueteo de sus martillos y con el jaleo que armaban gastando bromas a los pobres desdichados que pululaban por allí. Citaba al “Lombar”, “El Alemán”, Federico, “El Lavativas”, “El Páginas”, Simón y “La Chata” que aguantaba toda suerte de picardías hasta el punto de que casi no atrevían a cruzar aquella calle.
Contaba Paco que había visto como aquellos zapateros echaban a rodar un tonel lleno de agua por la cuesta abajo con riesgo de arrollar a alguna persona antes de llegar al final de la cuesta. Decía también que ponían pez derretida en la acera del medio y que alguna mujer se quedaba descalza al quedársele pegado el tacón del zapato en aquella pez.
Rememoraba también que la calle de Balborraz tuvo sus días de gloria con la celebración de las Ferias de Botijero, sus atrayentes platerías, sus bazares y otros comercios que daban animado ambiente a la cuesta. Recordaba la antigua fumistería de Fombellida en la que había animadas tertulias y se consumían más puros que los que se fabricaban en “Farias”.
En otro orden de cosas, como era tiempo de estío, evocaba las terrazas del Café París, luego El Lisboa, colocadas en la Plaza de San Gil, las tres terrazas de la Calle Viriato, ocupadas por asiduos clientes que pasaban sus buenos ratos tomando el fresco en aquellas noches calurosas. También había, como ahora, terrazas en la Plaza Mayor, y recordaba el comentarista el desaparecido Café Español en la que fue Casa de la Panaderas y que hoy ocupa el edificio de la Casa Consistorial.
Me parece oportuno traer a estas remembranzas una alusión a las paellas del “Club Náutico”. Decía un periódico de los años cincuenta que, aquél cocinero, con su descomunal gorro blanco y un tremendo tenedor como el de Neptuno, se había hecho muy popular por su habilidad haciendo paellas. Era un comentario habitual que la gente se preguntara: “Has probado la paella de la Isla?”. Las toscas mesas de madera que se esparcían entre los frondosos árboles de la isla se llenaban de clientes para degustar el preciado manjar.
El paso del tiempo hace que, si estos recuerdos no hacen precisamente historia, al menos resulten agradables para refrescar la memoria de algunos.
Balbino Lozano


















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