Redacción
Jueves, 15 de Agosto de 2024
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA

Zamora: la batalla entre el bien y el mal

Yo amo a mi ciudad, porque es mi memoria, la memoria de mi niñez, la verdadera patria como acuñó Rilke. En mi infancia y juventud conocí a mis amigos, los que nunca me olvidaron, los que, con mirarme a los ojos, saben si me ahogo en lágrimas o si levito en sonrisas. Aquí amé y aquí trabajé por primera vez en mi vida. Demasiado cándido, parvo en inteligencia, corto en talento, hiperbólico en sentimientos, me zarandeó la vida como a un Sancho Panza cualquiera, pero con menos grasa y mayor estatura.

 

Creí. Tuve fe en Dios. Dejé de creer en todo…hasta en mi persona. Fui testigo de cargo de la mayor injusticia política cometida en Zamora contra un hombre honrado, que solo intentó cumplir con una ley de la que sus compañeros se mofaron.

 

Él y yo, porque creyeron que mi cerebro alimentó aquel proceso contra el mal, padecimos persecución de ese poder que se sirve de la felonía, la mentira, la infamia para humillar al débil, atropellar al humilde y asesinar la libertad.

 

La experiencia me ha servido para asegurar que las buenas personas casi nunca alcanzan el gobierno de la res pública, que tampoco triunfan en la vida, pero la almohada y sábanas que conforman su lecho las reciben con ternura, las acarician y acompañan hasta que Morfeo se apodera de su sueño.

 

Creo que, si la gente le gusta ir al cine es porque en las películas, casi siempre ganan los buenos, salvo que se trate de hechos basados en la realidad. El mal suele vencer. El bien solo gana cuando no hay nada importante en juego. No soy maniqueo. Simplemente, es algo empírico.

 

Si Zamora, ya en el franquismo y luego en la democracia, hubiese sido gobernada por el bien (siempre hay excepciones, pero duraron tan poco) los jóvenes tendrían ilusión y esperanza por trabajar en su ciudad, en su tierra; el comercio vendería sus magníficos productos a los zamoranos e incluso a nuestros visitantes, nuestras materias primas se transformarían aquí, sin necesidad de salir en bruto a Burgos, Lérida, Sevilla, Galicia, Madrid, Valladolid, con lo que la plus valía quedaría en nuestros productores.

 

Pero el mal venció. Nos derrotó a los que creímos que la victoria siempre se conseguía respetando el reglamento, sin zancadillas ni trampas, sin penaltis fingidos, sin verbos mal conjugados, con el talento necesario que la genética nos dejó en nuestra ADN.

 

Ganó la mentira y la ciudad ha quedado hecha unos harapos, quebrada, muerta en vida. Pero mientras la buena gente, esas personas que aún, con callos en las manos, con heridas en el alma, se mantienen erguidas, de pie; esas que te miran a los ojos, que guardan la rebeldía en los zancajos del alma, todavía nuestra ciudad tiene futuro.

 

Quizá me recojan las parcas antes de que Zamora se sienta orgullosa de sí misma, porque todos sus hijos disfrutan de su río duradero, de su sol de estío, de su cielo azul intenso, de sus nieblas mágicas de otoño, de las escarchas en invierno, de su Pasión universal.

 

No sé si sabéis que los buenos zamoranos nunca se mueren, aunque los entierren, sino que se van a vivir a otro sitio, allá donde el tiempo no corre, y solo se vive de comer amor.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

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