CONFESIONES
Ser zamorano y español
Eugenio Jesús De Ávila
No necesito asir la seña bermeja ni mostrarla en público para sentirme zamorano, tanto como el que más, pongamos Pero Mato; ni tampoco exhibirme en la Plaza Mayor de mi ciudad con la bandera rojigualda ni colgarla en el balcón de mi casa.
Yo llevo mi zamoranismo en el lugar más profundo de mi sentimiento y, por tanto, sí, me siento zamorano, intensamente zamorano, de mi ciudad del alma; de Benavente, de Toro, de la bella y olvidada Sanabria, de las abandonadas comarcas de Sayago y Aliste; y también español, aunque, como acuñase Cánovas del Castillo se es español porque no se puede ser otra cosa.
Tampoco insulto a los que durante estos días de quiebra del Estado, que no de la nación, portan la bandera constitucional, no son fachas (ese insulto solo lo pronuncian los que ignoran lo que fue, es el fascismo, entre ellos mucha gente de izquierdas, que no saben que son de derechas), solo son españoles que entienden otra forma de ser español que, verbigracia, no es la mía.
En este sentido, yo no soy español como los empresarios, deportistas, aristócratas que colocan sus fortunas en paraísos fiscales y banca extranjera; yo no soy español como el tipo que explota a sus trabajadores con salarios miserables y humillándolos en público; yo no soy español como el sectario que, sintiéndose de izquierdas y derechas, desprecia al que no es como él; yo no soy español si desprecio al que es menos culto que yo, al que posee menos atractivo físico que un servidor; al que es viejo, poco inteligente o estólido.
La gente que odia, la que gente que siente asco, la gente que traiciona no tiene patria. Esos malandrines no son de ningún sitio, son la hez de la Humanidad, el mal encarnado en cuerpos de hombres y de mujeres.
Mi españolidad se basa, en esencia, en el respeto al prójimo; en considerar la naturaleza, bosques, ríos, lagos, montañas como parte de mi persona; en considerar tanto la opinión del humilde como la del catedrático; en ayudar al anciano, al que sus carencias físicas le impiden moverse como él desease; en defender al pequeño empresario que las pasa canutas para mantener su negocio; al trabajador sin trabajo; al trabajador que recibe un sueldo paupérrimo por una gota de sudor, para el trabajador que trabaja y no percibe el dinero que consta en su nómina.
Me siento muy español cuando soy capaz de criticar al poderoso, al político que engaña, o cambia de opinión en un periquete, al pueblo; a los partidos que prometen y después incumplen lo prometido; me siento muy español cuando la gente sencilla me anima a continuar con mi labor, porque reconocen en este medio de comunicación la libertad e independencia de la que carecen el resto de eso que se denomina prensa, aunque siempre existen excepciones a la regla.
En fin, que no necesito ni la bandera de España ni la hermosa seña bermeja para sentirme profundamente español y zamorano, pero…a mi manera. Quizá usted no coincida conmigo. Lo respeto.
Postdata: Permítame escribir que si existe una bandera que amo esa es la seña bermeja, con más historia que la que eligió Carlos III para distinguir a nuestros navíos en la mar, que también fue la de la I República, que acabó contemplando guerras entre cantones.
Eugenio Jesús De Ávila
No necesito asir la seña bermeja ni mostrarla en público para sentirme zamorano, tanto como el que más, pongamos Pero Mato; ni tampoco exhibirme en la Plaza Mayor de mi ciudad con la bandera rojigualda ni colgarla en el balcón de mi casa.
Yo llevo mi zamoranismo en el lugar más profundo de mi sentimiento y, por tanto, sí, me siento zamorano, intensamente zamorano, de mi ciudad del alma; de Benavente, de Toro, de la bella y olvidada Sanabria, de las abandonadas comarcas de Sayago y Aliste; y también español, aunque, como acuñase Cánovas del Castillo se es español porque no se puede ser otra cosa.
Tampoco insulto a los que durante estos días de quiebra del Estado, que no de la nación, portan la bandera constitucional, no son fachas (ese insulto solo lo pronuncian los que ignoran lo que fue, es el fascismo, entre ellos mucha gente de izquierdas, que no saben que son de derechas), solo son españoles que entienden otra forma de ser español que, verbigracia, no es la mía.
En este sentido, yo no soy español como los empresarios, deportistas, aristócratas que colocan sus fortunas en paraísos fiscales y banca extranjera; yo no soy español como el tipo que explota a sus trabajadores con salarios miserables y humillándolos en público; yo no soy español como el sectario que, sintiéndose de izquierdas y derechas, desprecia al que no es como él; yo no soy español si desprecio al que es menos culto que yo, al que posee menos atractivo físico que un servidor; al que es viejo, poco inteligente o estólido.
La gente que odia, la que gente que siente asco, la gente que traiciona no tiene patria. Esos malandrines no son de ningún sitio, son la hez de la Humanidad, el mal encarnado en cuerpos de hombres y de mujeres.
Mi españolidad se basa, en esencia, en el respeto al prójimo; en considerar la naturaleza, bosques, ríos, lagos, montañas como parte de mi persona; en considerar tanto la opinión del humilde como la del catedrático; en ayudar al anciano, al que sus carencias físicas le impiden moverse como él desease; en defender al pequeño empresario que las pasa canutas para mantener su negocio; al trabajador sin trabajo; al trabajador que recibe un sueldo paupérrimo por una gota de sudor, para el trabajador que trabaja y no percibe el dinero que consta en su nómina.
Me siento muy español cuando soy capaz de criticar al poderoso, al político que engaña, o cambia de opinión en un periquete, al pueblo; a los partidos que prometen y después incumplen lo prometido; me siento muy español cuando la gente sencilla me anima a continuar con mi labor, porque reconocen en este medio de comunicación la libertad e independencia de la que carecen el resto de eso que se denomina prensa, aunque siempre existen excepciones a la regla.
En fin, que no necesito ni la bandera de España ni la hermosa seña bermeja para sentirme profundamente español y zamorano, pero…a mi manera. Quizá usted no coincida conmigo. Lo respeto.
Postdata: Permítame escribir que si existe una bandera que amo esa es la seña bermeja, con más historia que la que eligió Carlos III para distinguir a nuestros navíos en la mar, que también fue la de la I República, que acabó contemplando guerras entre cantones.




















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.116