Agosto dice adiós a la Zamora que pudo haber sido y no fue

Entramos en el estío. La Zamora que pudo ser se nos va cuando agosto se hace septiembre. Los zamoranos que se ganan el pan lejos de la geografía provincial, los que transforman nuestra tierra en una provincia pujante, con gente, llena de alegría, de fiesta en fiesta, de abrazo en abrazo y entre romance y romance, vuelven a sus espacios laborales. En Navidad, regresarán para compartir las celebraciones de la familia, la célula esencial que forma nuestra sociedad.

Y, a no tardar, el otoño cobijará a los zamoranos que nos quedamos aquí a ver cómo pasa la vida, a debatir sobre la decadencia de nuestra ciudad y provincia, a criticar sin construir, a humillarse ante un poder que nos acobarda para dejarnos sin nada. Mientras, esperamos que tirios o troyanos formen gobierno para que se reactive lo de Monte la Reina y la transformación de la N-122 entre Zamora y Alcañices en autovía. Nunca como en estos años que nos separan de 2033, nos hemos jugado tanto como sociedad.

Y si nuestros políticos mantienen su inercia y su estatismo, aquí no vendrán empresas a invertir. Tendrá que ser una sociedad pusilánime y adormecida quien lidere esos viajes a la busca del inversor perdido, del empresario avanzado, para detener esa deriva hacia la desaparición como provincia allá en 2033, cuando se cumplan dos siglos de su creación. Porque si no hay gente apenas, para qué sirve una administración ubicada en un desierto demográfico.

Fromago devolverá la ilusión y el optimismo a la ciudad pretérita, merced a la colaboración de nuestras instituciones públicas y privadas, lideradas por Caja Rural de Zamora. Necesitaríamos varios ferias de esta importancia para transformar nuestra patria chica. De momento, ni Monte la Reina, ni el polígono de Monfarracinos esperan. Mientras, aunque nos queda poco tiempo, pensemos, que no hace daño, en proyectos para cambiar Zamora.

Eugenio-Jesús de Ávila