Volver al pueblo

Volver al pueblo de uno es hacer un ejercicio de memoria, ahondar en una niñez tan lejana en el tiempo como cercana al nombrarla y hundirse en sus raíces, hundirse en años mozos, en años de juventud, hasta que comenzaste a visitarlo con menos frecuencia y ya fue historia en tu propia historia.
Digo “pueblo de uno”, aunque no naciera allí y es que formamos parte de una manada que ha ido creciendo en el tiempo, con un punto de partida que nos marca, identificándonos con un lugar, cuanto menos. Desde allí, unos partieron para volver a quedarse o de visita, según los hados les fueran o no propicios, pero el pueblo nos lo apropiamos todos, aún naciendo allende de sus ficticios muros y nos hicimos provincianos de por vida.
Ahora, con las RRSS, parece que estás más al tanto desde la distancia, mayormente gracias a las fotos que otros van colgando, aunque, en ellas, vayan faltando caras y no sepas las razones, o sí, pero te cueste afrontarlo. Se me ocurren sobre la marcha que uno de los que publican las fotos, Josu, hermano de Daniel, Brígida y Martina, es el Jesús o su gemelo de otros tiempos y otro de los miembros del Grupo, Ino Pachón, es el Chencho de antaño, por poner unos ejemplos. 

Volver al pueblo no es cualquier cosa, máxime si piensas en aquellos que ya no volverán y unos lo harán a sabiendas, mientras que, a otros, les pillará la vida en fuera de juego y se les recordará cada agosto, cuando las calles de Villanueva de Campeán se llenen de lugareños y forasteros para celebrar las fiestas de un San Juan Degollado que, en los últimos tiempos, parece que la historia estaba mal escrita o tal vez en el nombre de una modernidad equívoca, fue “degollao”. 

Después, vuelta al silencio de sus calles o el ruido que puedan hacer las cien almas, más o menos -creo no equivocarme- que aguantan sus duros y rigurosos inviernos. Eso y, cómo no, un cementerio que crece, como la vida misma, y ha sido ampliado para poder dar cabida a los que vayan llegando en su último tren, pidiendo parada y fonda.