ZAMORANA
Reflexiones de un paseante zamorano
Pasea su soledad, como en un rito, ya sea entre las ruinas del castillo, o en los miradores que contemplan el rio; después se pierde entre la gente rúa arriba, rúa abajo hasta salir del casco histórico y entrar en cualquier bar para refrescar su boca seca de tanto saludar a gente conocida en esta ciudad del alma que le vio nacer hace ya demasiados años. Nunca se cansa de caminarla, de descubrir rincones, de observar la piedra, los muros, los templos o las placitas donde sentarse un rato resulta un placentero respiro.
Esta es una época perfecta para la ciudad porque se nota que está llena de forasteros que pasean cansinos para llevarse los recuerdos de todos los lugares, de todas las iglesias, y caminan agotados por el esfuerzo de parar ante cada monumento escuchando las atentas explicaciones de los guías; espero que cuando lleguen a su destino funcione el boca a boca y las maravillas que han visto en esta ciudad las difundan a sus conocidos, familiares y amigos para que, poco a poco y a través de ese medio y de lo mucho que están haciendo el Patronato de Turismo, el Ayuntamiento y diversos organismos, Zamora sea un destino interior de los más apetecibles.
Allí, en el marco incomparable que forma la catedral con el castillo, circundando el jardín donde conviven salpicadas esculturas de Lobo, la fortaleza es visitada por gente que la recorre arriba y abajo; se asoman por entre las almenas, cruzan el foso y las pasarelas o, simplemente, contemplan la fortificación cómodamente desde uno de los asientos de piedra diseminados por el parque.
Los cipreses se elevan y quieren pinchar el cielo azul turquesa con sus agujas puntiagudas, pero no lo consiguen porque el cielo está más alto para cobijar los álamos, chopos, robles y todo tipo de plantas que nacen, crecen y se elevan sin llegar nunca a tocarlo. Se respira una placentera paz solo perturbada por el murmullo de las ramas de los árboles movidas por el viento.
“Miré los muros de la patria mía”, decía el poeta, y él mira los puentes de esta otra patria chica que surcan el Duero por donde transcurre, a veces manso, a veces bravío, siempre reflejando la estampa de una ciudad hermosa, y le conmueve todavía ver como las palomas, las cigüeñas, las tórtolas, los mirlos y un sinfín de aves diferentes anidan aquí y dan vida con su revoloteo al silencio de estas calles.
El otro día, paseando camino a la catedral, le sorprendió ver como surgía de entre la nada un arbolito que daba un soplo de esperanza a una calle que debería estar preparada para los visitantes, sin un asomo de ruina ni desperfecto, tal y como se halla ahora. En la esquina de una fachada abandonada y gastada por el tiempo nacía un arbolito que daba luz y vida a aquel lugar inhóspito que debería haber sido demolido hace años.
Quienes amamos esta joya del románico, tememos que acabe siendo un mausoleo cuando desaparezca la gente mayor que la habita ahora; por eso no se puede perder tiempo, porque esta ciudad anhela ser próspera, que se fijen en ella para hacerla grande, que lleguen empresas y con ellas gente que pueblen y repueblen estas calles paseadas por demasiadas personas mayores y poca savia joven. Tenemos que empujar, remando todos a una, con fuerza, para que puedan admirar a Zamora el mayor número de personas, para que la conozcan desde fuera, para que nos ayuden y para que entre todos podamos gozar de una ciudad con un encanto que no tiene parangón.
Ojalá se produzca el milagro, como ese arbolito que crece sin apenas raíces ni sustento, o aquel viejo tronco de los jardines del castillo, aparentemente seco que vuelve a brotar y del que salen hojas y ramas frescas que tímidamente van naciendo y creciendo; ojalá Zamora resurja con ferias, eventos, Edades del Hombre, y acontecimientos varios que la pongan en el mapa. Ojalá los zamoranos sepamos pedir a la Junta y al gobierno central los apoyos que precisamos para proteger un patrimonio rico y variado.
Queda mucho por hacer y él, que era una persona concienciada desde siempre, que luchó por esta urbe desde su puesto en la política local, donde ingresó con la ilusión de mejorar la ciudad, para luego decepcionarse por la abundancia de amiguismos, arribismos y estrategias que veía a su alrededor donde el fin era medrar a nivel personal, relegando el proyecto de Zamora, posponiéndolo una y otra vez; desde que abandonó la política, ahora ya con una edad respetable, solo quiere ver la parte hermosa y llenar cada día sus ojos de luz.
Mª Soledad Martín Turiño
Pasea su soledad, como en un rito, ya sea entre las ruinas del castillo, o en los miradores que contemplan el rio; después se pierde entre la gente rúa arriba, rúa abajo hasta salir del casco histórico y entrar en cualquier bar para refrescar su boca seca de tanto saludar a gente conocida en esta ciudad del alma que le vio nacer hace ya demasiados años. Nunca se cansa de caminarla, de descubrir rincones, de observar la piedra, los muros, los templos o las placitas donde sentarse un rato resulta un placentero respiro.
Esta es una época perfecta para la ciudad porque se nota que está llena de forasteros que pasean cansinos para llevarse los recuerdos de todos los lugares, de todas las iglesias, y caminan agotados por el esfuerzo de parar ante cada monumento escuchando las atentas explicaciones de los guías; espero que cuando lleguen a su destino funcione el boca a boca y las maravillas que han visto en esta ciudad las difundan a sus conocidos, familiares y amigos para que, poco a poco y a través de ese medio y de lo mucho que están haciendo el Patronato de Turismo, el Ayuntamiento y diversos organismos, Zamora sea un destino interior de los más apetecibles.
Allí, en el marco incomparable que forma la catedral con el castillo, circundando el jardín donde conviven salpicadas esculturas de Lobo, la fortaleza es visitada por gente que la recorre arriba y abajo; se asoman por entre las almenas, cruzan el foso y las pasarelas o, simplemente, contemplan la fortificación cómodamente desde uno de los asientos de piedra diseminados por el parque.
Los cipreses se elevan y quieren pinchar el cielo azul turquesa con sus agujas puntiagudas, pero no lo consiguen porque el cielo está más alto para cobijar los álamos, chopos, robles y todo tipo de plantas que nacen, crecen y se elevan sin llegar nunca a tocarlo. Se respira una placentera paz solo perturbada por el murmullo de las ramas de los árboles movidas por el viento.
“Miré los muros de la patria mía”, decía el poeta, y él mira los puentes de esta otra patria chica que surcan el Duero por donde transcurre, a veces manso, a veces bravío, siempre reflejando la estampa de una ciudad hermosa, y le conmueve todavía ver como las palomas, las cigüeñas, las tórtolas, los mirlos y un sinfín de aves diferentes anidan aquí y dan vida con su revoloteo al silencio de estas calles.
El otro día, paseando camino a la catedral, le sorprendió ver como surgía de entre la nada un arbolito que daba un soplo de esperanza a una calle que debería estar preparada para los visitantes, sin un asomo de ruina ni desperfecto, tal y como se halla ahora. En la esquina de una fachada abandonada y gastada por el tiempo nacía un arbolito que daba luz y vida a aquel lugar inhóspito que debería haber sido demolido hace años.
Quienes amamos esta joya del románico, tememos que acabe siendo un mausoleo cuando desaparezca la gente mayor que la habita ahora; por eso no se puede perder tiempo, porque esta ciudad anhela ser próspera, que se fijen en ella para hacerla grande, que lleguen empresas y con ellas gente que pueblen y repueblen estas calles paseadas por demasiadas personas mayores y poca savia joven. Tenemos que empujar, remando todos a una, con fuerza, para que puedan admirar a Zamora el mayor número de personas, para que la conozcan desde fuera, para que nos ayuden y para que entre todos podamos gozar de una ciudad con un encanto que no tiene parangón.
Ojalá se produzca el milagro, como ese arbolito que crece sin apenas raíces ni sustento, o aquel viejo tronco de los jardines del castillo, aparentemente seco que vuelve a brotar y del que salen hojas y ramas frescas que tímidamente van naciendo y creciendo; ojalá Zamora resurja con ferias, eventos, Edades del Hombre, y acontecimientos varios que la pongan en el mapa. Ojalá los zamoranos sepamos pedir a la Junta y al gobierno central los apoyos que precisamos para proteger un patrimonio rico y variado.
Queda mucho por hacer y él, que era una persona concienciada desde siempre, que luchó por esta urbe desde su puesto en la política local, donde ingresó con la ilusión de mejorar la ciudad, para luego decepcionarse por la abundancia de amiguismos, arribismos y estrategias que veía a su alrededor donde el fin era medrar a nivel personal, relegando el proyecto de Zamora, posponiéndolo una y otra vez; desde que abandonó la política, ahora ya con una edad respetable, solo quiere ver la parte hermosa y llenar cada día sus ojos de luz.
Mª Soledad Martín Turiño


















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