Domingo, 21 de Diciembre de 2025

Mª Soledad Martín Turiño
Domingo, 08 de Septiembre de 2024
ZAMORANA

La higuera

[Img #91604]Sentado en su mecedora en la enorme terraza que rodeaba la casa, cuando ya sus fuerzas habían mermado y la deambulación se le hacía imposible si no era ayudado por un andador, la terraza era esa ventana a la vida que la propia vida le negaba. La parcela, que con trabajo y esfuerzo consiguió comprar para luego edificar la casa, donde había vivido con su esposa durante tantos años, era su mundo. Al principio el terreno baldío lo convirtió en fértil mediante camiones de fertilizante y buena tierra. Después preparó el suelo como había aprendido de su padre y de su abuelo en el pueblo: labró, esponjó, sembró y cosechó: pimientos, tomates, zanahorias, cebollas, patatas…. de los que surtió las tres casas: la suya y la de sus hijas.

 

Como el terreno era demasiado grande, le propuse que utilizara la mitad para plantar árboles enlosando esa zona, de tal manera que le evitara trabajo. No fue muy receptivo a la idea, pero la presión de tres mujeres le convenció. Planto árboles frutales y ornamentales: un peral, un manzano, un limonero que nunca dio fruto, varios almendros, un olivo, una palmera y un sauce mezclando algunos decorativos con otros más productivos. En la mitad del terreno restante, justo en el centro, como no le gustaba la idea de la consabida piscina, plantó una higuera que fue viendo crecer, año a año, tras los cristales del ventanal.

 

En invierno se producía allí un microclima, de tal manera que, aunque hiciera frio fuera, se estaba muy agradable sentado viendo aquel vergel en el que se había convertido el erial que compró un día.

 

Ya anciano, la higuera y todos lo demás arboles habían crecido y daban fruto regularmente. Su hija recogía cada año la cosecha de almendros y un montón de higos que ni sabíamos ya a quien regalar, porque nosotros no podíamos consumir tantos. Sin embargo, la fijación de aquel hombre, era que los pájaros no le devoraran los higos, las peras o las almendras, así que cogió por costumbre poner una radio a todo volumen entre los árboles y espantarlos con distintos artilugios… En muchas ocasiones fue en vano y, a pesar de las redes con que cubría la higuera, los pájaros eran más listos y metían sus picos a través de la malla o se colaban entre algún agujero minúsculo; lo mismo pasaba con los almendros. Yo le decía que no importaba, que los pájaros también tenían derecho a alimentarse y a nosotros nos sobraba producción.

 

Le recuerdo durante días enteros sentado frente al ventanal contemplando su higuera, la misma que ahora estoy observando yo. Se ha convertido en un árbol gigante y espectacular, cubierto de hojas a las que el sol de la tarde reviste de un brillo especial; y espero que desde donde esté ese hombre que la plantó, pueda verla y sentirse orgulloso de lo que un día hizo con ese terreno. Ese hombre especial, único e inolvidable era mi padre.

 

 

Mª Soledad Martín Turiño

Comentarios Comentar esta noticia
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122

Todavía no hay comentarios

Quizás también te interese...

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.