ZAMORANA
Destellos
Cuenta las cuentas del rosario y, como en una letanía, repite automáticamente una sucesión de padrenuestros, ave marías y glorias sin ser consciente. Mientras sus labios murmuran las reiteradas oraciones, ella observa un punto de la iglesia, allí donde un haz de luz ilumina la imagen de un crucificado, una hermosa talla del siglo XII, se diría que el tesoro del templo.
Sin embargo, sus ojos, secos de mirar sin apenas parpadeo, se pierden en imágenes que son flashes de una vida pasada: infancia, juegos, escuela, niños correteando… luego la pantalla por la que observa el transcurrir de esa vida se apaga un momento; parpadea y resbalan dos lagrimas que ha estado evitando: “padre nuestro, que estás en los cielos” …. Su padre no está, desapareció tras el horrible accidente de coche que les destrozó la vida. Ahora es capaz de escuchar, agazapada en un hueco del asiento trasero, sirenas, gritos, movimiento y mucho susto. No sabe qué ocurre, solo que dormía y despertó bruscamente. La mano de su madre la busca a tientas, pero esa mujer no es su mamá, es alguien que no conoce y está cubierta de sangre. La desata con fuerza y la saca del coche, luego la entrega a otra mujer, que tampoco es su mamá y se la llevan. Atrás quedan gritos y mucho dolor.
“Gloria al padre, al hijo…”. Ya está en su casa, pero su hermano y su padre no viven allí. Su madre le ha contado que se han ido a hacer un viaje muy largo. Ella no se lo cree, porque ha visto a la gente vestida de negro y en el colegio le han dicho que habían muerto. Su madre llora cuando no cree ser vista y ella siempre está triste. Solo quiere ir al colegio porque allí la tratan todos muy bien y puede jugar todo el rato.
“Quinto misterio...”. Está terminando el rosario, la letanía parece un zumbido intermitente que la calma. Se sienta un rato porque las piernas le duelen de permanecer tanto tiempo arrodillada. Divisa otro flash: una fiesta con mucha gente; es una boda, es su boda. Está preciosa con un vestido blanco que la hace parecer una princesa. Parece feliz y sonríe todo el tiempo.
El siguiente destello está un poco borroso; parece un hospital y un bebé que llora; intenta enfocar la imagen y se ve a sí misma que acaba de alumbrar un precioso niño; y entonces una vertiginosa sucesión de imágenes discurre ante sus ojos vítreos: el niño va creciendo, adolescencia complicada, muy inquieto, con el birrete en la graduación de fin de carrera, de viaje en viaje, acumulando experiencias, un trabajo de responsabilidad y ese carácter fuerte, soberbio que la ha herido con palabras innecesarias y dolorosas.
El presente regresa con brusquedad, ahora recuerda. La gente sale de la iglesia, el rosario ha terminado y no se ha dado ni cuenta. Lo ve claro, entiende el motivo por el que visita tan a menudo el templo, por el que pide a Dios para que ese carácter se suavice, que su hijo no sufra por lo paradójico que puede llegar a ser y, sobre todo, porque han rebasado una distancia que no quiere que sea insalvable. “Amén”
Mª Soledad Martín Turiño
Cuenta las cuentas del rosario y, como en una letanía, repite automáticamente una sucesión de padrenuestros, ave marías y glorias sin ser consciente. Mientras sus labios murmuran las reiteradas oraciones, ella observa un punto de la iglesia, allí donde un haz de luz ilumina la imagen de un crucificado, una hermosa talla del siglo XII, se diría que el tesoro del templo.
Sin embargo, sus ojos, secos de mirar sin apenas parpadeo, se pierden en imágenes que son flashes de una vida pasada: infancia, juegos, escuela, niños correteando… luego la pantalla por la que observa el transcurrir de esa vida se apaga un momento; parpadea y resbalan dos lagrimas que ha estado evitando: “padre nuestro, que estás en los cielos” …. Su padre no está, desapareció tras el horrible accidente de coche que les destrozó la vida. Ahora es capaz de escuchar, agazapada en un hueco del asiento trasero, sirenas, gritos, movimiento y mucho susto. No sabe qué ocurre, solo que dormía y despertó bruscamente. La mano de su madre la busca a tientas, pero esa mujer no es su mamá, es alguien que no conoce y está cubierta de sangre. La desata con fuerza y la saca del coche, luego la entrega a otra mujer, que tampoco es su mamá y se la llevan. Atrás quedan gritos y mucho dolor.
“Gloria al padre, al hijo…”. Ya está en su casa, pero su hermano y su padre no viven allí. Su madre le ha contado que se han ido a hacer un viaje muy largo. Ella no se lo cree, porque ha visto a la gente vestida de negro y en el colegio le han dicho que habían muerto. Su madre llora cuando no cree ser vista y ella siempre está triste. Solo quiere ir al colegio porque allí la tratan todos muy bien y puede jugar todo el rato.
“Quinto misterio...”. Está terminando el rosario, la letanía parece un zumbido intermitente que la calma. Se sienta un rato porque las piernas le duelen de permanecer tanto tiempo arrodillada. Divisa otro flash: una fiesta con mucha gente; es una boda, es su boda. Está preciosa con un vestido blanco que la hace parecer una princesa. Parece feliz y sonríe todo el tiempo.
El siguiente destello está un poco borroso; parece un hospital y un bebé que llora; intenta enfocar la imagen y se ve a sí misma que acaba de alumbrar un precioso niño; y entonces una vertiginosa sucesión de imágenes discurre ante sus ojos vítreos: el niño va creciendo, adolescencia complicada, muy inquieto, con el birrete en la graduación de fin de carrera, de viaje en viaje, acumulando experiencias, un trabajo de responsabilidad y ese carácter fuerte, soberbio que la ha herido con palabras innecesarias y dolorosas.
El presente regresa con brusquedad, ahora recuerda. La gente sale de la iglesia, el rosario ha terminado y no se ha dado ni cuenta. Lo ve claro, entiende el motivo por el que visita tan a menudo el templo, por el que pide a Dios para que ese carácter se suavice, que su hijo no sufra por lo paradójico que puede llegar a ser y, sobre todo, porque han rebasado una distancia que no quiere que sea insalvable. “Amén”
Mª Soledad Martín Turiño

















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