
NUESTRA HISTORIA
La calleja de Cosmes y la calle de la Alcazaba
Dos topónimos que don Cesáreo Fernández Duro hacía constar para la historia en sus Memorias de la Ciudad de Zamora: La calleja de Cosmes, a la que calificaba de “inmunda”, había sido ensanchada y rebajada hasta su encuentro con la Alcazaba, convirtiéndola en calle muy habitable y en una de las más importantes de la ciudad, sustituyendo aquel nombre por el de Alfonso XII, por haberse inaugurado las obras en los días de la visita del Rey. Su Majestad llegó a Zamora en la tarde del 10 de septiembre de 1877, permaneciendo en nuestra ciudad hasta el día siguiente. Llevó S.M. muy grata impresión de Zamora, dejó para repartir a los pobres 40.000 reales y cuando llegó a Madrid, firmó un decreto acordando que al Ayuntamiento de Zamora le daba el tratamiento de Excelencia.
La calle de la Alcazaba, que tomaba este nombre del antiguo recinto amurallado que transcurría por el mismo lugar hasta llegar a la Plaza Mayor; había sobre la muralla un castillete o recinto fortificado que servía de refugio para observación y defensa de la ciudad. Al día de hoy, se trata de la popular calle de Los Herreros.
Cuando el rey Alfonso XII vino a Zamora, hizo su llegada en tren. La estación del ferrocarril (la antigua) estaba vistosamente engalanada y una gran muchedumbre llenaba las alturas contiguas. Una carretela del conde de la Patilla, coche tirado por caballos, sirvió a S.M. para llegar hasta la Puerta de Santa Clara y desde allí continuar hacia la Plaza del Hospital, frente al Hospicio (hoy plaza de Viriato y frente al Parador de Turismo). En el patio de este establecimiento le esperaban Comisiones de los ayuntamientos de la provincia, en cuyos representantes destacaba la originalidad y variedad de sus trajes.
Las calles del recorrido estaban muy engalanadas y desde los balcones las señoras, al paso del Rey echaban flores, versos y palomas; las campanas, los cohetes y las voces de “vivas” ensordecían el ambiente. Llegada la comitiva a la Catedral, se cantó un solemne “Te Deum”, después del cual pasó S.M. al palacio episcopal, dispuesto para su alojamiento, desde el que el Rey disfrutó del delicioso panorama de la ribera del Duero. Después, don Alfonso asistió al teatro, cuyos palcos ofrecían un magnífico aspecto.
Desde el amanecer del día siguiente recorrían las calles gaitas y tamboriles del país alegrando al vecindario. A partir de las ocho a de la mañana, el Rey se dedicó a cumplir un apretado programa de actividades, hasta su despedida desde los balcones del Ayuntamiento a una multitud que abarrotaba la Plaza Mayor. Por último, visitó el cuartel de Caballería y desde allí se trasladó a la estación del ferrocarril para su regreso a Madrid.
Balbino Lozano
Dos topónimos que don Cesáreo Fernández Duro hacía constar para la historia en sus Memorias de la Ciudad de Zamora: La calleja de Cosmes, a la que calificaba de “inmunda”, había sido ensanchada y rebajada hasta su encuentro con la Alcazaba, convirtiéndola en calle muy habitable y en una de las más importantes de la ciudad, sustituyendo aquel nombre por el de Alfonso XII, por haberse inaugurado las obras en los días de la visita del Rey. Su Majestad llegó a Zamora en la tarde del 10 de septiembre de 1877, permaneciendo en nuestra ciudad hasta el día siguiente. Llevó S.M. muy grata impresión de Zamora, dejó para repartir a los pobres 40.000 reales y cuando llegó a Madrid, firmó un decreto acordando que al Ayuntamiento de Zamora le daba el tratamiento de Excelencia.
La calle de la Alcazaba, que tomaba este nombre del antiguo recinto amurallado que transcurría por el mismo lugar hasta llegar a la Plaza Mayor; había sobre la muralla un castillete o recinto fortificado que servía de refugio para observación y defensa de la ciudad. Al día de hoy, se trata de la popular calle de Los Herreros.
Cuando el rey Alfonso XII vino a Zamora, hizo su llegada en tren. La estación del ferrocarril (la antigua) estaba vistosamente engalanada y una gran muchedumbre llenaba las alturas contiguas. Una carretela del conde de la Patilla, coche tirado por caballos, sirvió a S.M. para llegar hasta la Puerta de Santa Clara y desde allí continuar hacia la Plaza del Hospital, frente al Hospicio (hoy plaza de Viriato y frente al Parador de Turismo). En el patio de este establecimiento le esperaban Comisiones de los ayuntamientos de la provincia, en cuyos representantes destacaba la originalidad y variedad de sus trajes.
Las calles del recorrido estaban muy engalanadas y desde los balcones las señoras, al paso del Rey echaban flores, versos y palomas; las campanas, los cohetes y las voces de “vivas” ensordecían el ambiente. Llegada la comitiva a la Catedral, se cantó un solemne “Te Deum”, después del cual pasó S.M. al palacio episcopal, dispuesto para su alojamiento, desde el que el Rey disfrutó del delicioso panorama de la ribera del Duero. Después, don Alfonso asistió al teatro, cuyos palcos ofrecían un magnífico aspecto.
Desde el amanecer del día siguiente recorrían las calles gaitas y tamboriles del país alegrando al vecindario. A partir de las ocho a de la mañana, el Rey se dedicó a cumplir un apretado programa de actividades, hasta su despedida desde los balcones del Ayuntamiento a una multitud que abarrotaba la Plaza Mayor. Por último, visitó el cuartel de Caballería y desde allí se trasladó a la estación del ferrocarril para su regreso a Madrid.
Balbino Lozano
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