ZAMORANA
Un Zamora por descubrir
A Zamora hay que cogerle el tranquillo; por la mañana es hora de compras, de vagabundeo, de ir al trabajo o al colegio, o de sentarse en cualquier plaza aprovechando los rayos de sol que todavía inciden con fuerza en algunas zonas; sin embargo, de dos a cinco de la tarde, la ciudad duerme la siesta mientras las calles se vacían para descansar y volver a llenarse después de paseantes para tomar el café o la charla que ahora, con los primeros frescos, resulta muy apetecible.
Siento a Zamora inquieta, no solo por la feria de Fromago: un éxito sin paliativos, sino porque las actividades no se detienen en esta ciudad con encanto que quiere sacer fuera todas las inquietudes que ha llevado dormidas durante tanto tiempo. Esta urbe que renace como el ave fénix cuando tiene oportunidad, es remanso y bullicio, tranquilidad y movimiento; y veo a sus gentes ilusionadas por un turismo que ¡ojalá no cese en todas las épocas del año y que sepamos atraer mediante congresos, actividades culturales y cualquier evento que suponga interés para forasteros y autóctonos! ¡Forjemos esa riqueza que Zamora tanto necesita!
De camino a ninguna parte en concreto, dejándome llevar donde mis pasos me condujeran, aprovechaba para contemplar ese rio maravilloso que siempre es diferente. No podía estar más hermoso el Duero: un remanso de paz, un espejo que refleja el puente de piedra hasta el punto de que los arcos se convierten en círculos destellados en el río. También la gente se acercaba a los miradores para contemplar el verdor que rodea sus márgenes, se entusiasmaban con las aceñas y su historia, o se preguntaban cómo era posible que en un espacio tan pequeño pudiese haber cinco puentes diferentes y soberbios; mientras mi mente respondía sin palabras: “porque el Duero a su paso por Zamora no merece menos”.
Mientras caminaba, algunas veces tenía que detenerme debido a la multitud y escuchaba a los guías turísticos contando la historia de ábsides, contrafuertes, cúspides, arbotantes y arcos que ornan las iglesias, o el elegante diseño modernista de las casas que jalonan las arterias principales de la ciudad. El público miraba a uno y otro lado sin poder centrarse porque todo merecía su fascinación; mientras, escuchaba con un placer mal disimulado como algunos de esos turistas comentaban entre ellos que no se imaginaban una ciudad tan bonita; lo que me lleva a pensar que Zamora está por descubrir, así que potenciemos ferias, mercados medievales, el “Cerco”, festivales y un sinfín de eventos para que Zamora, además de urbe con encanto, sea un referente cultural cuyo eco trascienda las murallas y vaya cada vez más lejos para ser conocida cada vez por más gente.
Mª Soledad Martín Turiño
A Zamora hay que cogerle el tranquillo; por la mañana es hora de compras, de vagabundeo, de ir al trabajo o al colegio, o de sentarse en cualquier plaza aprovechando los rayos de sol que todavía inciden con fuerza en algunas zonas; sin embargo, de dos a cinco de la tarde, la ciudad duerme la siesta mientras las calles se vacían para descansar y volver a llenarse después de paseantes para tomar el café o la charla que ahora, con los primeros frescos, resulta muy apetecible.
Siento a Zamora inquieta, no solo por la feria de Fromago: un éxito sin paliativos, sino porque las actividades no se detienen en esta ciudad con encanto que quiere sacer fuera todas las inquietudes que ha llevado dormidas durante tanto tiempo. Esta urbe que renace como el ave fénix cuando tiene oportunidad, es remanso y bullicio, tranquilidad y movimiento; y veo a sus gentes ilusionadas por un turismo que ¡ojalá no cese en todas las épocas del año y que sepamos atraer mediante congresos, actividades culturales y cualquier evento que suponga interés para forasteros y autóctonos! ¡Forjemos esa riqueza que Zamora tanto necesita!
De camino a ninguna parte en concreto, dejándome llevar donde mis pasos me condujeran, aprovechaba para contemplar ese rio maravilloso que siempre es diferente. No podía estar más hermoso el Duero: un remanso de paz, un espejo que refleja el puente de piedra hasta el punto de que los arcos se convierten en círculos destellados en el río. También la gente se acercaba a los miradores para contemplar el verdor que rodea sus márgenes, se entusiasmaban con las aceñas y su historia, o se preguntaban cómo era posible que en un espacio tan pequeño pudiese haber cinco puentes diferentes y soberbios; mientras mi mente respondía sin palabras: “porque el Duero a su paso por Zamora no merece menos”.
Mientras caminaba, algunas veces tenía que detenerme debido a la multitud y escuchaba a los guías turísticos contando la historia de ábsides, contrafuertes, cúspides, arbotantes y arcos que ornan las iglesias, o el elegante diseño modernista de las casas que jalonan las arterias principales de la ciudad. El público miraba a uno y otro lado sin poder centrarse porque todo merecía su fascinación; mientras, escuchaba con un placer mal disimulado como algunos de esos turistas comentaban entre ellos que no se imaginaban una ciudad tan bonita; lo que me lleva a pensar que Zamora está por descubrir, así que potenciemos ferias, mercados medievales, el “Cerco”, festivales y un sinfín de eventos para que Zamora, además de urbe con encanto, sea un referente cultural cuyo eco trascienda las murallas y vaya cada vez más lejos para ser conocida cada vez por más gente.
Mª Soledad Martín Turiño

















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122