Viernes, 19 de Diciembre de 2025

Carlos Domínguez
Jueves, 26 de Septiembre de 2024
HABLEMOS

Ocaso de una civilización

Desde Zamora

   La mente más lúcida y asimismo  trágica del pensamiento contemporáneo aludió, en alguna ocasión, a “cincuenta mundos de encantos extraños”. Sin duda pluralidad, que no singularidad bajo la óptica humana, rasero falaz en lo que encierra de soberbia desmedida. Pues lo cierto es que cualquier mundo de los alumbrados por una historia caprichosa cambia, muta para dejar paso a otro nuevo, probablemente extraño y en nada encantador para quienes, desde su presente sentenciado a convertirse en inmediato pasado, intuyen que el devenir propio se les escapa, privados por igual de aquel cuya llegada acaece a no tardar.

 

   La civilización occidental atraviesa su momento crepuscular, conforme a un declive irreversible. No ha mucho, algún experto de los que pueblan sin tasa los medios, alentados con entusiasmo por la plebecula (expresión por cierto de aquella mente), aseguró que en pocas décadas no cabría distinguir a un hombre de un robot. Acaso cuerpo máquina, como tema ya abordado por la filosofía en época del padre fundador: “cogito sum”.

 

   Actualmente, se capta sólo por encima la crisis que cursa de forma acelerada. Tecnología, globalización, demografía y desplazamientos masivos minan los pilares de nuestro mundo, con una edad, alrededor de dos milenios, que tampoco es demasiada comparada con la de civilizaciones originarias. Se trata de fenómenos económicos, pero en realidad de bastante más. Para Occidente, el drama como antesala de un porvenir a desgranar a lo largo de este siglo consiste en la pérdida de una identidad racial, cultural y religiosa forjada por incontables generaciones. “Heritage”, cuya desaparición haría inviable la existencia que conocemos.

 

    Camino de un supremacismo woke inverso, totalitario y fanático como ninguno, Occidente asiste hoy a la ruina de instituciones milenarias, cimiento no ya de una civilización concreta, sino de lo humano según nos fue legado desde tiempos inmemoriales. Ruina de la propiedad individual ligada por naturaleza a la tierra, pero en esencia de la familia como unidad de vida, dentro de la que esenciamos nuestra frágil y voluble condición. A la espera del despojo acecha un Estado hambriento de poder sobre los cuerpos, mas fundamentalmente sobre las conciencias. Al fin y al cabo, cosas del espíritu hermanado otrora con la razón, en las que Orwell, Huxley y Marcuse se quedaron cortos, pese a la innegable brillantez de sus predicciones. 

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