NOCTURNO ERÓTICO
Cuando te encontré
Eugenio-Jesús de Ávila
Hasta que te encontré, por azar, en eso que se llama redes sociales, donde tengo amigos/as que no he visto en mi vida, ni, por supuesto, conoceré, había perdido las ganas de amar, porque tampoco tenía ganas de vivir, y si mi cuerpo continuaba abriendo los ojos al alba, cuando la primera luz del sol entraba en mi alcoba; cerrándolos en la madrugada, alimentándome, duchándome, leyendo y paseando, se debía a la inercia.
Permanecía aquí, en la Zamora de mis cuitas, porque carecía de valor para marcharme a otra dimensión, desprenderme de mi cuerpo, ya tan magullado, y que mi alma, si existiese se dedicase a buscar a Dios, que, de tener sustancia, masa, sería femenino. No lo dudo.
Pero tú, a la que he bautizado como Dama del Ocaso, del Alba, Dulcinea, María, Leda y ahora Atenea, me sacaste del ostracismo moral, de la decadencia física, del abismo al que me dirigía. Y no hiciste otra cosas que existir, que compartir tres ratos conmigo, que hablarme, que dedicarme algún tiempo, que debatir de filosofía, literatura, periodismo, negocios, cine, y un poquito de amor, sin profundizar, como si te diera miedo, como si llevarás una herida en el gineceo, una marca en los senos y un lamento en los labios.
Si, por mi fuera, ya había hecho de tu boca mi hogar, de tu abdomen, mi lecho; de tu rostro, mi espejo; de tu gineceo, mi alberca donde saciar tanta sed de amor, de ese que te procura el placer más intenso, el que te conduce al nirvana, y del otro, del que te causa sufrimientos profundos, pero te eleva a la categoría de un ser eterno, porque, cuando se ama desde el alma, el tiempo se detiene, como si Cronos gustase de contemplar cómo se desean, se quieren, se miman dos seres efímeros como si no existiese la nada.
He sentido sensaciones distintas contigo, en persona, y cuando debatimos. Me has hecho reír, me has provocado desafíos intelectuales, disputas literarias, y, también, por qué no decirlo, algún enojo. Sin embargo, te necesito, aunque no pueda amarte, porque considero que ya soy un tipo grotesco para que un ser tan bello como tú me autorice a deslizar mis manos por tu espalda, acariciar tus brazos, besar tus párpados antes de humedecer tus labios, susurrarte al oído que te adoro, que eres mi diosa viva, a la que rezaría cuando entrarse en el templo de tu cuerpo, en el altar de tu sexo. No va más. Yo mismo conozco mis carencias físicas e intelectuales para que una dama de tu calidad se permita amarme.
No podrías caer tan bajo. La belleza siempre procura confundirse con el arte, nunca con la mediocridad, de lo que yo soy uno de sus delegados más distinguido. No puedes amarme. Lo sé.
Me conformo con quererte con locura en cada una de las palabras que escribo, con mirar las fotografías que me enviaste antes de desconectar mi ordenador y pensarte en la impotencia de mi lecho, antes de que el sueño me evite llorar lágrimas secas. Soy, Atenea un Cyrano de Bergerac perdido en el siglo XXI.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hasta que te encontré, por azar, en eso que se llama redes sociales, donde tengo amigos/as que no he visto en mi vida, ni, por supuesto, conoceré, había perdido las ganas de amar, porque tampoco tenía ganas de vivir, y si mi cuerpo continuaba abriendo los ojos al alba, cuando la primera luz del sol entraba en mi alcoba; cerrándolos en la madrugada, alimentándome, duchándome, leyendo y paseando, se debía a la inercia.
Permanecía aquí, en la Zamora de mis cuitas, porque carecía de valor para marcharme a otra dimensión, desprenderme de mi cuerpo, ya tan magullado, y que mi alma, si existiese se dedicase a buscar a Dios, que, de tener sustancia, masa, sería femenino. No lo dudo.
Pero tú, a la que he bautizado como Dama del Ocaso, del Alba, Dulcinea, María, Leda y ahora Atenea, me sacaste del ostracismo moral, de la decadencia física, del abismo al que me dirigía. Y no hiciste otra cosas que existir, que compartir tres ratos conmigo, que hablarme, que dedicarme algún tiempo, que debatir de filosofía, literatura, periodismo, negocios, cine, y un poquito de amor, sin profundizar, como si te diera miedo, como si llevarás una herida en el gineceo, una marca en los senos y un lamento en los labios.
Si, por mi fuera, ya había hecho de tu boca mi hogar, de tu abdomen, mi lecho; de tu rostro, mi espejo; de tu gineceo, mi alberca donde saciar tanta sed de amor, de ese que te procura el placer más intenso, el que te conduce al nirvana, y del otro, del que te causa sufrimientos profundos, pero te eleva a la categoría de un ser eterno, porque, cuando se ama desde el alma, el tiempo se detiene, como si Cronos gustase de contemplar cómo se desean, se quieren, se miman dos seres efímeros como si no existiese la nada.
He sentido sensaciones distintas contigo, en persona, y cuando debatimos. Me has hecho reír, me has provocado desafíos intelectuales, disputas literarias, y, también, por qué no decirlo, algún enojo. Sin embargo, te necesito, aunque no pueda amarte, porque considero que ya soy un tipo grotesco para que un ser tan bello como tú me autorice a deslizar mis manos por tu espalda, acariciar tus brazos, besar tus párpados antes de humedecer tus labios, susurrarte al oído que te adoro, que eres mi diosa viva, a la que rezaría cuando entrarse en el templo de tu cuerpo, en el altar de tu sexo. No va más. Yo mismo conozco mis carencias físicas e intelectuales para que una dama de tu calidad se permita amarme.
No podrías caer tan bajo. La belleza siempre procura confundirse con el arte, nunca con la mediocridad, de lo que yo soy uno de sus delegados más distinguido. No puedes amarme. Lo sé.
Me conformo con quererte con locura en cada una de las palabras que escribo, con mirar las fotografías que me enviaste antes de desconectar mi ordenador y pensarte en la impotencia de mi lecho, antes de que el sueño me evite llorar lágrimas secas. Soy, Atenea un Cyrano de Bergerac perdido en el siglo XXI.

















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