
HOMENAJE
Ricardo Ferrero, mucho más que un grandísimo pelotari
Hay personas que no necesitarían de homenajes porque saben que se les quiere con el corazón, desde el alma. No obstante, el currículum de hombres y mujeres que destacaron por su bonhomía, por su carrera profesional merecen también el abrazo y el cariño públicos. Pongamos que estoy escribiendo sobre Ricardo Ferrero. Y diré que fue tan extraordinario como pelotari que podría pasar por vasco, navarro o riojano, tierras españolas donde este sayagués egregio conserva amistades.
Ricardo ha sido, es por muchos años, mucho más que un enorme deportista o un político eficiente y fidelísimo. Me temo que es el último mohicano del liberalismo en nuestra ciudad y provincia. Durante su carrera política el deporte zamorano conoció momentos especiales. Siempre tuvo la puerta de su despacho abierta para todo deportista, para todos los clubes, sin importarle la especialidad deportiva de la que se tratase. Como perfecto conocedor de Zamora, de todos sus barrios, de todas las arrugas que la piel de la ancianita ciudad del Romancero. Él me enseñó espacios urbanos que necesitaban ayuda pública. De su mano, conocí lugares de la ciudad del alma que jamás imaginé. De hecho, también le enseñó a los regidores zamoranos aquellas fallas en barrios que clamaban suturas, arreglos, renacimientos urbanos.
Confieso que, sin ser aficionado a la pelota, oía sus programas en la inolvidable Radio Popular de Zamora allá en los años de mi juventud. Me acompañaba su voz, me hacía sentir más zamorano y me extrañaba que nuestra tierra amase un deporte tan del norte, tan raro para la ciudad del Duero y su provincia.
Fue también un extraordinario dirigente deportivo, como lo demuestran sus largos años al frente de la Delegación Provincial de Pelota, un grupo de amigos que amaba este deporte recio, que juegan personas que llevan el alma en las manos, manos que transmiten fuerza, pero también ternura y cariño cuando te las estrechan gentes que practican esta especialidad deportiva.
Miembro del Partido Popular de Zamora, que tampoco lo trató con el respeto que hubiera merecido por su trayectoria, jamás le escuché una crítica mordaz, fea, destructiva. Si se le preguntaba por algún compañero o por acciones políticas censurables, prefirió el silencio a la condena, la palabra seca al verbo fluido. Su lealtad caracterizó su paso por la res pública. El partido estuvo por encima de las personas.
Ricardo es un animal político, en el sentido aristotélico. Es un ciudadano íntegro, que cree en las instituciones públicas y ama a su tierra. Le preocupa cada herida que el poder deja en el lama de Zamora. También le duele España, como a Unamuno, y la decadencia de esta provincia, más poblada, más fuerte, más agroganadera que en esta 2024.
Y, conociéndole, me temo que se negase, casi tres veces, como el apóstol Pedro, a este homenaje que se le brinda por aquellas personas a las que hizo tanto bien, organizado por otra empresa que siempre le acompañó, Ibereólica. Larga vida a este sayagués, comarca donde late el corazón de Zamora, fuerza e inteligencia al servicio del deporte, de la res pública y de la amistad.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay personas que no necesitarían de homenajes porque saben que se les quiere con el corazón, desde el alma. No obstante, el currículum de hombres y mujeres que destacaron por su bonhomía, por su carrera profesional merecen también el abrazo y el cariño públicos. Pongamos que estoy escribiendo sobre Ricardo Ferrero. Y diré que fue tan extraordinario como pelotari que podría pasar por vasco, navarro o riojano, tierras españolas donde este sayagués egregio conserva amistades.
Ricardo ha sido, es por muchos años, mucho más que un enorme deportista o un político eficiente y fidelísimo. Me temo que es el último mohicano del liberalismo en nuestra ciudad y provincia. Durante su carrera política el deporte zamorano conoció momentos especiales. Siempre tuvo la puerta de su despacho abierta para todo deportista, para todos los clubes, sin importarle la especialidad deportiva de la que se tratase. Como perfecto conocedor de Zamora, de todos sus barrios, de todas las arrugas que la piel de la ancianita ciudad del Romancero. Él me enseñó espacios urbanos que necesitaban ayuda pública. De su mano, conocí lugares de la ciudad del alma que jamás imaginé. De hecho, también le enseñó a los regidores zamoranos aquellas fallas en barrios que clamaban suturas, arreglos, renacimientos urbanos.
Confieso que, sin ser aficionado a la pelota, oía sus programas en la inolvidable Radio Popular de Zamora allá en los años de mi juventud. Me acompañaba su voz, me hacía sentir más zamorano y me extrañaba que nuestra tierra amase un deporte tan del norte, tan raro para la ciudad del Duero y su provincia.
Fue también un extraordinario dirigente deportivo, como lo demuestran sus largos años al frente de la Delegación Provincial de Pelota, un grupo de amigos que amaba este deporte recio, que juegan personas que llevan el alma en las manos, manos que transmiten fuerza, pero también ternura y cariño cuando te las estrechan gentes que practican esta especialidad deportiva.
Miembro del Partido Popular de Zamora, que tampoco lo trató con el respeto que hubiera merecido por su trayectoria, jamás le escuché una crítica mordaz, fea, destructiva. Si se le preguntaba por algún compañero o por acciones políticas censurables, prefirió el silencio a la condena, la palabra seca al verbo fluido. Su lealtad caracterizó su paso por la res pública. El partido estuvo por encima de las personas.
Ricardo es un animal político, en el sentido aristotélico. Es un ciudadano íntegro, que cree en las instituciones públicas y ama a su tierra. Le preocupa cada herida que el poder deja en el lama de Zamora. También le duele España, como a Unamuno, y la decadencia de esta provincia, más poblada, más fuerte, más agroganadera que en esta 2024.
Y, conociéndole, me temo que se negase, casi tres veces, como el apóstol Pedro, a este homenaje que se le brinda por aquellas personas a las que hizo tanto bien, organizado por otra empresa que siempre le acompañó, Ibereólica. Larga vida a este sayagués, comarca donde late el corazón de Zamora, fuerza e inteligencia al servicio del deporte, de la res pública y de la amistad.
Eugenio-Jesús de Ávila
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