Murió César Pérez Gallego, un alma grande

Creo que el Sumo Hacedor necesita rodearse de almas grandes. Hoy, Dios decidió que César Pérez Gallego dejase de sufrir en este valle de lágrimas y acomodarlo más cerca de su mansión celestial, en el paraíso de los hombres buenos. El benjamín de una familia a la que siempre he tenido en gran estima se nos murió a todos. No olvidaré jamás su sentido del humor, sus chistes, su forma de entender la vida y la religión. Se ha ido demasiado joven, porque todavía se le necesitaba por estos pagos. No ha mucho tiempo se había doctorado en Protocolo, ciencia en la que era erudito. Pero también conocía el secreto de la amistad, del amor a su familia, de la bondad, que no es otra cosa que dar sin esperar recibir.

Confieso que me sorprendió su fallecimiento, pésima noticia que me transmitieron sus hermanos Miguel Ángel y Tomás, cuando acababa el partido del Zamora CF, porque me lo había encontrado al inicio del verano o finales de la primavera. Y su aspecto me satisfizo, tanto que lo abracé y le susurré al oído palabras de ánimo y de fe en que venciera la enfermedad. Pero las parcas vinieron a buscarle cuando no correspondía. Como digo, Dios también es caprichoso y necesita la compañía de gentes tan hermosas como fue, es y será César Pérez Gallego.

 Seguro que ya estará organizándole al Supremo el protocolo del cielo, un tanto desfasado desde que Nietsche anunció su muerte a finales del siglo XIX.  Convencido estoy que ya le habrá contado algún chiste blanco, de los suyos. En el paraíso tampoco abundan las sonrisas. Con su presencia, la dicha presidirá el día a día en el jardín donde las flores son eternas, como el tiempo, como la memoria que guardaremos los que amábamos a César y que todavía respiramos al Este del Edén.

Postdata: Confieso mi hartazgo por tantas muertes tan tempranas como innecesarias. Cuando me encuentre con Dios se va a enterar.

Eugenio-Jesús de Ávila