HABLEMOS
Ecuación maligna
Desde Zamora
Socialismo+Fiscalidad=Totalitarismo. En matemáticas muy de andar por casa, no otra es la ecuación que da exacta medida del ataque frontal a las libertades cívicas, patrimonio del Estado de derecho. La versión original de socialismo y comunismo fracasó estrepitosamente a causa del espanto, la ignominia e incluso la irracionalidad de sus prácticas. Aun así, fue el vicario socialdemócrata, fórmula perversa por sibilina en relación a su primer y único modelo, quien en el marco de la democracia de masas creó el método para arrebatar a los ciudadanos derechos y libertades.
Actualmente, la expresión acabada del totalitarismo es la prepotencia de aparatos desorbitados, burocracia y Estado a la par, que bajo coartada espuria de lo social extienden sus apéndices hasta invadir por completo la esfera de la privacidad, sometiendo al individuo a una esclavitud poco menos que absoluta, en lo que concierne naturalmente a su propiedad, mas también a su vida familiar. Por igual, a crédito y fama a ojos de la opinión pública.
El ciudadano común, tantas veces comprado por la subvención y un amañado Bienestar, debiera tener claro que el agente político del totalitarismo tiene hace tiempo un nombre: socialburocracia, y que su principal herramienta es la institución, el Estado en forma especialmente de Hacienda pública, actuando con discrecionalidad rampante a costa de sus administrados, hoy gleba amorfa al servicio del poder.
Es probable que, para el hombre unidimensional, la libertad no pase ya de utopía frente a la ominosa realidad del poder. Pero, de recuperarla algún día, habrá que desenmascarar la impostura socialdemócrata, incompatible con un régimen de libertades. Ello aun a riesgo de afrontar extremismos de corte populista, que a fin de cuentas dan de sí lo que dan, más allá de soflamas y militancias bananeras.
Rescatar la libertad pasará no menos por suprimir grandes partidas del gasto público –¿social?–, que crea una dependencia clientelar capaz de desvirtuar los mecanismos de la democracia parlamentaria, devolviendo la riqueza y la posibilidad de crearla a la iniciativa individual, aliada con la propiedad privada. Sin embargo, con lo anterior resultará imprescindible desmontar sistemas fiscales convertidos en monstruos de dominio y exacción, de la mano de aparatos funcionariales actuando contra el interés general, como tentáculos de prácticas abusivas. ¿Lo sabe, lo tiene claro la derecha conservadora? En la lejanía, acaso un Milei siempre audaz y ejemplar.
Socialismo+Fiscalidad=Totalitarismo. En matemáticas muy de andar por casa, no otra es la ecuación que da exacta medida del ataque frontal a las libertades cívicas, patrimonio del Estado de derecho. La versión original de socialismo y comunismo fracasó estrepitosamente a causa del espanto, la ignominia e incluso la irracionalidad de sus prácticas. Aun así, fue el vicario socialdemócrata, fórmula perversa por sibilina en relación a su primer y único modelo, quien en el marco de la democracia de masas creó el método para arrebatar a los ciudadanos derechos y libertades.
Actualmente, la expresión acabada del totalitarismo es la prepotencia de aparatos desorbitados, burocracia y Estado a la par, que bajo coartada espuria de lo social extienden sus apéndices hasta invadir por completo la esfera de la privacidad, sometiendo al individuo a una esclavitud poco menos que absoluta, en lo que concierne naturalmente a su propiedad, mas también a su vida familiar. Por igual, a crédito y fama a ojos de la opinión pública.
El ciudadano común, tantas veces comprado por la subvención y un amañado Bienestar, debiera tener claro que el agente político del totalitarismo tiene hace tiempo un nombre: socialburocracia, y que su principal herramienta es la institución, el Estado en forma especialmente de Hacienda pública, actuando con discrecionalidad rampante a costa de sus administrados, hoy gleba amorfa al servicio del poder.
Es probable que, para el hombre unidimensional, la libertad no pase ya de utopía frente a la ominosa realidad del poder. Pero, de recuperarla algún día, habrá que desenmascarar la impostura socialdemócrata, incompatible con un régimen de libertades. Ello aun a riesgo de afrontar extremismos de corte populista, que a fin de cuentas dan de sí lo que dan, más allá de soflamas y militancias bananeras.
Rescatar la libertad pasará no menos por suprimir grandes partidas del gasto público –¿social?–, que crea una dependencia clientelar capaz de desvirtuar los mecanismos de la democracia parlamentaria, devolviendo la riqueza y la posibilidad de crearla a la iniciativa individual, aliada con la propiedad privada. Sin embargo, con lo anterior resultará imprescindible desmontar sistemas fiscales convertidos en monstruos de dominio y exacción, de la mano de aparatos funcionariales actuando contra el interés general, como tentáculos de prácticas abusivas. ¿Lo sabe, lo tiene claro la derecha conservadora? En la lejanía, acaso un Milei siempre audaz y ejemplar.


















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