Miércoles, 12 de Noviembre de 2025

BALBINO LOZANO
Miércoles, 16 de Octubre de 2024
NUESTRA HISTORIA

Remembranzas de la calle del Riego

Vienen a mi memo­ria unas cuantas imágenes de la calle del Riego,  de  hace más de sesenta  años, cuando tenía el nom­bre de calle de Calvo Sotelo.


Comenzaba la década de los cincuenta, tenía yo veinte años recién cumplidos y mi función era la de regular el tráfico de vehículos que por entonces circulaban por el casco urbano de la capital, vehículos que, en su mayoría no eran los de motor, sino bicicletas, carros triciclos y los más diver­sos artilugios con ruedas.


La atalaya desde la que yo observaba la calle del Riego era la intersección de ésta con las calles San Torcuato y  San­tiago.


Allí transcurrían mis cotidianas jornadas de servicio, con el correaje y casco blancos, viendo pasar los carruajes del reparto de mercancías, los que habían acudido muy temprano al Mercado de Abastos y regre­saban hacia los barrios de San Lázaro, la Vega, Espíritu Santo o San Isidro; los co­ches de línea de Zamora-Salamanca, de la Empresa Matías del Río que tenía su sede en la misma calle del Riego, o los taxis que, por aquel entonces, deambulaban por la ciudad en número más bien escaso.


La imagen permanente que tenía ante mí era la portada del Hospital de Sotelo; aquel edificio, ya desaparecido, que fue hospital desde el siglo XVI y Casa de Maternidad desde 1768. Allí nacían muchos niños en la más absoluta reserva. Pocas personas, incluso dentro del establecimiento, cono­cían el secreto de aquellas madres solteras que acudían a dar a luz y luego dejaban al recién nacido para que fuese criado en el Hospicio.

Diariamente, asomaba al portalón alguna de las monjitas, entre las que esta­ban Sor Asunción, Sor Dolores y Sor Ángela; ellas, muy amablemente, daban los buenos días al guardia de la circulación que estaba siempre en el cruce.


Cien metros más abajo estaba la Casa de Socorro, a cuyo centro acudían accidenta­dos o enfermos para recibir una primera asistencia que les era prestada inmediata­mente por el practicante de guardia (don Exequias, don Agustín, don Pedro, don Pepe, don Juvenal, don Lázaro o doña Tomasita). Cuando la gravedad del caso re­quería mayores atenciones, era el médico de guardia quien prestaba los primeros auxilios (don Julio, don Rosendo, don Raniero o Don Eduardo). Tengo un tétrico re­cuerdo de una de las habitaciones de aquel centro; en ella se guardaba una camilla de lona negra, que se recubría con una especie de tienda de campaña de hule también ne­gro, la cual era utilizada para trasladar hasta e! Depósito de cadáveres del Cementerio a los que fallecían en la vía pública sin recursos propios (téngase en cuenta que las empresas funerarias todavía no disponían de vehículos automóviles). Bajando por la misma acera, estaba la fábrica de hielo del señor Roldán. Allí se elaboraban aquellas voluminosas barras de hielo que servían, principalmente, para refrescar las bebidas y conservar los alimentos en época estival.


Los frigoríficos, esos electrodomésticos hoy tan popularizados, no existían entonces; si acaso, en las casas más pudientes había un mueble-nevera, al que era necesario introducirle el hielo para que cumpliera el fin conservador y refres­cante.

 

Los repartidores de las barras de hie­lo se desplazaban llevando su mercancía en triciclos movidos a pedal. Más abajo, el despacho de la Línea de viajeros de Zamora-Salamanca tenía su ha­bitual concurrencia, sobre todo a las horas de salida y llegada de los coches. Los mo­zos de cuerda ofrecían sus servicios para transportar los equipajes, en carretillos, hasta los domicilios de los pasajeros. Al otro lado de la calle había una tienda de ultramarinos, propiedad de Domnino Romero, ante la que todavía pocos años antes se habían formado largas colas para adquirir los artículos que eran suministra­dos por racionamiento.


Había también un taller de reparación de sillas en el lugar donde hoy se alza el edifi­cio de los Juzgados. El señor Miguel "El Silletero", quien además era jefe de la Guardia Municipal Nocturna, reparaba los asientos de aquellas sillas mediante un habilidoso trenzado de espadañas o bayones. Asimismo, confeccionaba los palos que fuera preciso reponer, torneándolos en un aparato muy primitivo, un torno que se movía dándole a un pedal continuamente.


Próximo a la Cuesta de San Vicente se encontraba el almacén de cervezas, bebidas y otros productos representados por don Joaquín Roldan, hermano del que tenía la fábrica de hielo.


La droguería Vaquero estuvo ubicada próxima a la Calleja del Teatro Principal. Recuerdo un suceso anecdótico con mi buen amigo Isidro Vaquero: Circulaba montado en una bicicleta por la calle de San Torcuato y cuando llegó al cruce con la del Riego, por la que pretendía bajar, tomó mal la curva a la derecha (se le veía muy inexperto) yéndose contra mí y cayendo ambos al suelo a consecuencia del violento encontronazo, sin mayores resultados que mi casco blanco saliera rodando por la calle Riego abajo.


Otro de los establecimientos ya desaparecidos fue la Pensión Madrid, que está situada frente a la Cuesta de San Antolín Esta pensión era muy concurrida por los viajantes de comercio que se hospedaba en ella cuando venían a visitar a los comerciantes de Zamora. En una ocasión fue el objetivo de los juegos (más bien gamberradas) de un grupo de chicos del barrio de La Lana.

 

Tenían la mala costumbre de echar a rodar por la Cuesta de San Antolín neumáticos viejos de coches e incluso de camiones; los chicos situados en la parle de abajo eran los encargados de pararlos habilidosamente, pero, como quiera que una de aquellas ruedas les parecía demasiado grande,  se retiraron de su trayectoria dejándola que siguiera lanzada contra las puertas cristaleras de la Pensión Madrid.

 

El desaguisado que se produjo fue mayúsculo. Menos mal que los padres de los muchachos se encargaron de pagar los vidrios rotos y de reprenderlos para que no volvieran a practicar semejantes juegos tan peligrosos.
Finalmente, como referencia a los orígenes del nombre de la calle del Riego he podido leer un acuerdo del Ayuntamiento, de fecha 15 de juliodel año 1841, por el que se aprobó un proyecto de "construcción de una cañería para conducir un manantial de agua que hay en la casa de don Fernando Piorno incorporando también los que hay  en la calle del Riego hasta llevar dicha aguas por medio de cañería a la primera fuente del paseo viejo de Valorio, con 1o cual experimentará el público muchos beneficios, como así también los árboles de dicho paseo que serán regados sin el menor coste".


Faltaban todavía veintiocho años para que se iniciara la subida de aguas desde el río Duero a la ciudad. Con ello se iniciaría una nueva era de utilización de las aguas tanto para el riego como para el consumo humano.
Tal vez aquella disponibilidad de aguas con las que regar los paseos y arbolados, gracias a los manantiales de la calle del Riego, fuera la razón para tomar tal nombre.

Balbino Lozano

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