HABLEMOS
De la chatarra y otras divagaciones
Desde Zamora
Resulta que, a deshoras por aquello del insomnio, cualquiera puede enterarse del valor añadido (¡sí, sí, a tributar!), de la chatarra o llámese también ferralla u hojalata, que sirve a lo que parece igual para un roto que para un descosido, desde el clásico reciclaje a nuevas hazañas cósmicas. No sabemos si como combustible o materia prima, extremo que ya aclararán los expertos. Por ahí y sobre el papel son legión, dando vez por vez para un meritorio par de folios. ¡Vaya, que un doctorado! Pero al margen de tales ensoñaciones, y no hay caso, caso ni caso, lo chatarrero quizá tendría que ir más lejos, considerando la posibilidad de que políticos y burócratas fueran tenidos por auténtica ferralla, digna cuando menos del oportuno reciclaje, con la mira puesta en un mayor decoro o siquiera estilo a ojos de la ciudadanía. Porque, admítase, la escenografía de estilo poco, y del resto queda por ver.
Ahora bien, si de chatarra y ferralla hablamos, habrá de reconocerse que lo mediático alcanza en ocasiones cotas imposibles después de tanto sobar letras al servicio del amo, sin excluir lo testamentario o últimamente onírico de lo mismo. ¡Malo, malo!, el intelectualillo con ínfulas ansioso de cabalgar por ahí la borrica de cuadra, aparejada la albarda progresista con ferralla y ferralla, hojalata/o a traficar en alguna escombrera trozo a trozo y pieza a pieza, apilados con primor por cualquier añejo juntapárrafos, entregado a su labor con la bula y venia consabidas. Que las tendrá, ¡claro que las tendrá!, merced a púlpito, hiponazo y secta consagrados. Vamos, y por no abundar, ¡que sí!, chatarrero a tu chatarra igual que el remendón a su alpargata, más aún habiendo como hay para dar y regalar. Veta y ganga, lo segundo si no bastara, pese a lo abundoso del filón. En fin, que convendría una película a lo Buñuel, sobre la mucha burricie y el inagotable fango institucional. Sea lo que fuere, de seguro ferralla veredes, sufrido ciudadano.
Resulta que, a deshoras por aquello del insomnio, cualquiera puede enterarse del valor añadido (¡sí, sí, a tributar!), de la chatarra o llámese también ferralla u hojalata, que sirve a lo que parece igual para un roto que para un descosido, desde el clásico reciclaje a nuevas hazañas cósmicas. No sabemos si como combustible o materia prima, extremo que ya aclararán los expertos. Por ahí y sobre el papel son legión, dando vez por vez para un meritorio par de folios. ¡Vaya, que un doctorado! Pero al margen de tales ensoñaciones, y no hay caso, caso ni caso, lo chatarrero quizá tendría que ir más lejos, considerando la posibilidad de que políticos y burócratas fueran tenidos por auténtica ferralla, digna cuando menos del oportuno reciclaje, con la mira puesta en un mayor decoro o siquiera estilo a ojos de la ciudadanía. Porque, admítase, la escenografía de estilo poco, y del resto queda por ver.
Ahora bien, si de chatarra y ferralla hablamos, habrá de reconocerse que lo mediático alcanza en ocasiones cotas imposibles después de tanto sobar letras al servicio del amo, sin excluir lo testamentario o últimamente onírico de lo mismo. ¡Malo, malo!, el intelectualillo con ínfulas ansioso de cabalgar por ahí la borrica de cuadra, aparejada la albarda progresista con ferralla y ferralla, hojalata/o a traficar en alguna escombrera trozo a trozo y pieza a pieza, apilados con primor por cualquier añejo juntapárrafos, entregado a su labor con la bula y venia consabidas. Que las tendrá, ¡claro que las tendrá!, merced a púlpito, hiponazo y secta consagrados. Vamos, y por no abundar, ¡que sí!, chatarrero a tu chatarra igual que el remendón a su alpargata, más aún habiendo como hay para dar y regalar. Veta y ganga, lo segundo si no bastara, pese a lo abundoso del filón. En fin, que convendría una película a lo Buñuel, sobre la mucha burricie y el inagotable fango institucional. Sea lo que fuere, de seguro ferralla veredes, sufrido ciudadano.
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