HABLEMOS
Paradoja política del autoritarismo
Desde Zamora
Dentro del magma ideológico con que la izquierda disfraza la realidad bajo dogmas de la corrección política, para convertir la actual democracia en coartada de su ambición de poder, se pasa por alto una paradoja llamativa. Frente al liberalismo inane y una no menos adulterada democracia de masas, surgen alternativas conservadoras tildadas sectaria e interesadamente de extremas, sólo porque disienten al intuir con acierto que lo puesto en juego no es otra cosa que el poder.
La paradoja estriba en que, ante la necesidad de una solución autoritaria, al menos como en El Salvador a nivel de orden público garantizando la seguridad de vidas y haciendas, aquello que en clave liberal conservadora podría juzgarse remedio de emergencia, mediante fórmulas pasajeras haciendo de valladar contra el socialcomunismo tipo komintern y dictadura estalinista, quizá sea insuficiente para una opinión inclinada hacia el autoritarismo visto como solución permanente, capaz de proteger no ya la propiedad, sino la familia tradicional con su sistema de relaciones. Lo anterior junto a una herencia que, incluida la identidad étnica y religiosa, vendría a garantizar formas de convivencia que se remontan al origen de la civilización.
En un Occidente moral y políticamente contra las cuerdas, el atractivo que para la opinión y el electorado conservador representan regímenes a lo Bukele, lo Orbán o lo Bolsonaro, sin excluir Alternativa para Alemania, estriba en la percepción de que no claudicarían ante las imposiciones de la corrección política, exhiba o no marca socialdemócrata. De modo parecido, al conservadurismo no deja de llamarle la atención que en la Rusia de Putin, con su inmenso territorio por colonizar, no se produzca ni un solo episodio inmigratorio como los soportados a diario por las democracias europeas, de igual manera que las ideologías disolventes de la familia carecen del menor privilegio. Mientras, en la China comunista y pese a la falta de libertad, se protege e impulsa el mercado, la empresa y la propiedad privada.
Con su agresividad bajo las banderas que se quiera, una izquierda radicalizada podría estar abocando a gran parte de la sociedad, aquella que busca progreso, trabajo, propiedad y familia, hacia el autoritarismo como fórmula permanente y garante de lo fundamental. Porque, entre dicha fórmula y un Estado de derecho entregado a movimientos sectarios, totalitarios e inquisitoriales, acaso se obligue a optar no por una dictadura a la polaca y lo Pilsudski, sino por otra más expeditiva. ¿O acaso el liberalismo, viendo la serpiente socialdemócrata cuyo huevo ha incubado a placer durante décadas en su propio seno, ofrece la solución desde el liderazgo de una corrupta partitocracia? Puestos en la disyuntiva, los ciudadanos occidentales mayoritariamente optarían por el Estado de derecho, como salvaguarda de la ley y el normal funcionamiento de las instituciones. Pero, dada la actual coyuntura, ¿volveremos con toda su ignominia a los aciagos años del periodo de entreguerras?
Dentro del magma ideológico con que la izquierda disfraza la realidad bajo dogmas de la corrección política, para convertir la actual democracia en coartada de su ambición de poder, se pasa por alto una paradoja llamativa. Frente al liberalismo inane y una no menos adulterada democracia de masas, surgen alternativas conservadoras tildadas sectaria e interesadamente de extremas, sólo porque disienten al intuir con acierto que lo puesto en juego no es otra cosa que el poder.
La paradoja estriba en que, ante la necesidad de una solución autoritaria, al menos como en El Salvador a nivel de orden público garantizando la seguridad de vidas y haciendas, aquello que en clave liberal conservadora podría juzgarse remedio de emergencia, mediante fórmulas pasajeras haciendo de valladar contra el socialcomunismo tipo komintern y dictadura estalinista, quizá sea insuficiente para una opinión inclinada hacia el autoritarismo visto como solución permanente, capaz de proteger no ya la propiedad, sino la familia tradicional con su sistema de relaciones. Lo anterior junto a una herencia que, incluida la identidad étnica y religiosa, vendría a garantizar formas de convivencia que se remontan al origen de la civilización.
En un Occidente moral y políticamente contra las cuerdas, el atractivo que para la opinión y el electorado conservador representan regímenes a lo Bukele, lo Orbán o lo Bolsonaro, sin excluir Alternativa para Alemania, estriba en la percepción de que no claudicarían ante las imposiciones de la corrección política, exhiba o no marca socialdemócrata. De modo parecido, al conservadurismo no deja de llamarle la atención que en la Rusia de Putin, con su inmenso territorio por colonizar, no se produzca ni un solo episodio inmigratorio como los soportados a diario por las democracias europeas, de igual manera que las ideologías disolventes de la familia carecen del menor privilegio. Mientras, en la China comunista y pese a la falta de libertad, se protege e impulsa el mercado, la empresa y la propiedad privada.
Con su agresividad bajo las banderas que se quiera, una izquierda radicalizada podría estar abocando a gran parte de la sociedad, aquella que busca progreso, trabajo, propiedad y familia, hacia el autoritarismo como fórmula permanente y garante de lo fundamental. Porque, entre dicha fórmula y un Estado de derecho entregado a movimientos sectarios, totalitarios e inquisitoriales, acaso se obligue a optar no por una dictadura a la polaca y lo Pilsudski, sino por otra más expeditiva. ¿O acaso el liberalismo, viendo la serpiente socialdemócrata cuyo huevo ha incubado a placer durante décadas en su propio seno, ofrece la solución desde el liderazgo de una corrupta partitocracia? Puestos en la disyuntiva, los ciudadanos occidentales mayoritariamente optarían por el Estado de derecho, como salvaguarda de la ley y el normal funcionamiento de las instituciones. Pero, dada la actual coyuntura, ¿volveremos con toda su ignominia a los aciagos años del periodo de entreguerras?





















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