Eugenio-Jesús de Ávila
Lunes, 28 de Octubre de 2024
COSAS MÍAS

Y el Duero me secó las lágrimas con sus yemas de agua

[Img #93337]El Duero es el alma de Zamora. Cuando se muere una persona, aquí queda el cuerpo, la materia, pero la esencia permanece. Eso dicen los que creen, la gente con fe. Ayer, tarde húmeda y gris, quise contarle al río mis penas, dejar caer mis últimas lágrimas por mis amores idos, por mis seres queridos desaparecidos, ese llanto seco que te quema por dentro.

 

Atravesé el puente de los Poetas, porque, desde la margen izquierda, la ciudad exhibe toda su belleza geológica y el Duero, que ya es un ancianito, oye mejor mis cuitas. Y le comenté que la ausencia de un ser querido me causaba una sensación extraña, un sentimiento que definiría como si me hubiera muerto un poco, como si se me hubiese perdido un trozo de mi alma, parte de mi memoria o el futuro que ya nunca asiré.

 

 El Duero me respondió que él se lleva recogiendo lágrimas de nubes durante toda su vida, que se muere todos los días en el Atlántico, pero renace con cada gota de lluvia que besa sus mejillas de agua, que la muerte existe, porque la vida eterna debe ser muy aburrida; que no quiere conocer el cielo donde los ríos se secan y no se desbordan.

 

Me confesó que Zamora es su hija predilecta, porque nadie la quiere, porque nadie la mima, solo él cuando la acaricia con sus manos de agua, aunque a veces se enoja porque se calla ante las injusticias, porque tiene miedo a rebelarse, por ese silencio propio de los pusilánimes. Y si se enoja mucho, se llevará chopos y olmos, se burlará de su amigo el Puente de Piedra, al que ahora intentan restaurar su belleza, si bien nunca volverá a ser el que ella amó con sus dos torres como labios. Y le da pena el Puente de Hierro, ahí, oxidado, quieto como un jubilado vencido por el tedio.

 

Le dije adiós y le pedí perdón por no haber escrito más sobre su húmeda hermosura, su rebeldía innata, ser inspiración de sublimes poetas y el génesis de la ciudad del alma. Y le di las gracias antes de partir por consolarme de tantas ausencias, de tantos amores y seres tan queridos, mientras una garza sonreía mientras alzaba el vuelo.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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