HABLEMOS
Más allá y más acá de una gota fría
Desde Zamora
Con infinita demagogia paleta e hipócrita.
No, no hay culpables pese a la indignidad de ciertas conductas, en un fenómeno natural que, contra lo aventado por el ecologismo fanático de la corrección política, se viene produciendo regularmente desde, pongamos por caso, el fin de la última glaciación. Dejando la dana para el figurín/a luciendo palmito en cualquier plató, gota fría sin más, explicable por una dinámica atmosférica tan simple como la estacional del monzón en otras latitudes. Y en el fondo, tampoco se trata, digamos, de culpa in vigilando, pues ya se limpiarán cauces y ramblas para que, llegado el momento, caigan mil litros en vez de ochocientos, abriendo nuevamente riada y esclusas del desastre.
Aparte del drama personal, la calamidad vivida en el levante español, junto a la actuación institucional del primero al último, incluida una Jefatura del Estado que ni de lejos estuvo a la altura, invita a reflexionar sobre la honda crisis de nuestro sistema político. Habrá que abordar de una vez el fiasco de la transición, tinglado de oportunidad que aboca a un andamiaje partitocrático al servicio de la nueva nomenclatura, oligarquía política disfrutando de privilegios insultantes para la ciudadanía. Pero, hoy por hoy, lo que está meridianamente claro es la inviabilidad de la fórmula autonómica y del Título VIII de la Carta Magna, que han derruido los pilares del Estado en beneficio de facciones locales y fuerzas separatistas cuyo afán no es otro que romper la unidad nacional. Ni coordinación, ni colaboración, ni lealtad alguna en el plano institucional. De nuevo, el autonomismo muestra su maligna faz, a raíz de una tragedia aireada hasta el límite de la vergüenza por la prensa internacional.
En paralelo al régimen del setenta y ocho, la vigente Constitución hace tiempo periclitó de modo definitivo. Acumulará desgracia tras desgracia y, en lo político, anomalía tras anomalía sin excluir bochornos institucionales como los protagonizados en tierras valencianas. Aun así, más allá y más acá de una previsible gota fría, la cuestión es cómo salir de semejante fango, de semejante lodo y ciénaga “democráticos”, con una mínima garantía de paz y convivencia.
Con infinita demagogia paleta e hipócrita.
No, no hay culpables pese a la indignidad de ciertas conductas, en un fenómeno natural que, contra lo aventado por el ecologismo fanático de la corrección política, se viene produciendo regularmente desde, pongamos por caso, el fin de la última glaciación. Dejando la dana para el figurín/a luciendo palmito en cualquier plató, gota fría sin más, explicable por una dinámica atmosférica tan simple como la estacional del monzón en otras latitudes. Y en el fondo, tampoco se trata, digamos, de culpa in vigilando, pues ya se limpiarán cauces y ramblas para que, llegado el momento, caigan mil litros en vez de ochocientos, abriendo nuevamente riada y esclusas del desastre.
Aparte del drama personal, la calamidad vivida en el levante español, junto a la actuación institucional del primero al último, incluida una Jefatura del Estado que ni de lejos estuvo a la altura, invita a reflexionar sobre la honda crisis de nuestro sistema político. Habrá que abordar de una vez el fiasco de la transición, tinglado de oportunidad que aboca a un andamiaje partitocrático al servicio de la nueva nomenclatura, oligarquía política disfrutando de privilegios insultantes para la ciudadanía. Pero, hoy por hoy, lo que está meridianamente claro es la inviabilidad de la fórmula autonómica y del Título VIII de la Carta Magna, que han derruido los pilares del Estado en beneficio de facciones locales y fuerzas separatistas cuyo afán no es otro que romper la unidad nacional. Ni coordinación, ni colaboración, ni lealtad alguna en el plano institucional. De nuevo, el autonomismo muestra su maligna faz, a raíz de una tragedia aireada hasta el límite de la vergüenza por la prensa internacional.
En paralelo al régimen del setenta y ocho, la vigente Constitución hace tiempo periclitó de modo definitivo. Acumulará desgracia tras desgracia y, en lo político, anomalía tras anomalía sin excluir bochornos institucionales como los protagonizados en tierras valencianas. Aun así, más allá y más acá de una previsible gota fría, la cuestión es cómo salir de semejante fango, de semejante lodo y ciénaga “democráticos”, con una mínima garantía de paz y convivencia.




















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