ZAMORANA
El espectáculo de la lluvia
Mientras cae la lluvia con fuerza y permito que el agua resbale por los cristales, escuchando el tintineo de las gotas y a resguardo en un cómodo sillón junto a la ventana, una sombra de melancolía mezclada con infinita tristeza se apodera de mí en tardes oscuras y lluviosas como ésta.
Añoro los amores que perdí, sufro por el tiempo transcurrido y por el que me resta, cada vez más corto; rememoro las decisiones que no tomé en su momento, los pocos éxitos conseguidos; tanto tiempo invertido en un trabajo que, espero, haya sido útil para los demás; la falta de dedicación a un espacio personal porque mi prioridad era atender a aquellos que me rodeaban; recuerdo a mis padres ausentes y que echo de menos cada día, en cada detalle, porque me han dejado huérfana de su enorme amor, ese que me salvaba de los peligros, que era una especie de colchón para aliviar los golpes de la vida, siempre mullido, siempre presente y cercano.
Sí, estas tardes otoñales la nostalgia invade mi espíritu. Me gustaría que desparecieran del calendario los meses de noviembre y diciembre para terminar el verano y reanudar la luz de un nuevo año en el mes de enero cuando resurgen nuevas esperanzas; sin embargo, es preciso adaptarse a estos meses otoño-invernales de tardes oscuras e interminables, inaugurar noviembre pasando por el ritual de cementerios, recordatorios a la muerte y a aquellos que se llevó por delante y después, sumergirse en la movida de la Navidad, las luces, los turrones que aparecen cada vez más temprano, los regalos, y toda la parafernalia que pasa por reuniones, gastos, festejos y comidas a las que la mayoría asistimos con más o menos ganas por el hecho de que es Navidad.
Ha amainado la lluvia, un respiro corto que da una tregua para terminar los recados vespertinos y recogerse en casa antes del siguiente chubasco que ya está amenazando; hoy el cielo está llorando y su llanto es una bendición para limpiar las ciudades y para el campo, aunque el campo está tan olvidado, tan dejado de la mano de Dios, que los agricultores ya casi ni elevan su mirada.
Pienso mucho en la gente que vive sola y debe soportar estos días sin poder salir a la calle para distraerse un rato. En esta sociedad que habitamos, tan avanzada, tan evolucionada y tan tecnológica, aún no se ha inventado nada para ayudar a las personas mayores –cada vez más numerosas- que sufren el mal de la soledad, y la sobrellevan del mismo modo que los escritores románticos padecían el mal de amores: con sufrimiento callado y sin esperanza.
Bajo las persianas para ocultar el aguacero incesante que se acompaña ahora de truenos y relámpagos. Mal día para la soledad, el alma afligida o la nostalgia doliente; sin embargo, mañana nacerá un día limpio y, con suerte, brillará el sol de nuevo.
Mª Soledad Martín Turiño
Mientras cae la lluvia con fuerza y permito que el agua resbale por los cristales, escuchando el tintineo de las gotas y a resguardo en un cómodo sillón junto a la ventana, una sombra de melancolía mezclada con infinita tristeza se apodera de mí en tardes oscuras y lluviosas como ésta.
Añoro los amores que perdí, sufro por el tiempo transcurrido y por el que me resta, cada vez más corto; rememoro las decisiones que no tomé en su momento, los pocos éxitos conseguidos; tanto tiempo invertido en un trabajo que, espero, haya sido útil para los demás; la falta de dedicación a un espacio personal porque mi prioridad era atender a aquellos que me rodeaban; recuerdo a mis padres ausentes y que echo de menos cada día, en cada detalle, porque me han dejado huérfana de su enorme amor, ese que me salvaba de los peligros, que era una especie de colchón para aliviar los golpes de la vida, siempre mullido, siempre presente y cercano.
Sí, estas tardes otoñales la nostalgia invade mi espíritu. Me gustaría que desparecieran del calendario los meses de noviembre y diciembre para terminar el verano y reanudar la luz de un nuevo año en el mes de enero cuando resurgen nuevas esperanzas; sin embargo, es preciso adaptarse a estos meses otoño-invernales de tardes oscuras e interminables, inaugurar noviembre pasando por el ritual de cementerios, recordatorios a la muerte y a aquellos que se llevó por delante y después, sumergirse en la movida de la Navidad, las luces, los turrones que aparecen cada vez más temprano, los regalos, y toda la parafernalia que pasa por reuniones, gastos, festejos y comidas a las que la mayoría asistimos con más o menos ganas por el hecho de que es Navidad.
Ha amainado la lluvia, un respiro corto que da una tregua para terminar los recados vespertinos y recogerse en casa antes del siguiente chubasco que ya está amenazando; hoy el cielo está llorando y su llanto es una bendición para limpiar las ciudades y para el campo, aunque el campo está tan olvidado, tan dejado de la mano de Dios, que los agricultores ya casi ni elevan su mirada.
Pienso mucho en la gente que vive sola y debe soportar estos días sin poder salir a la calle para distraerse un rato. En esta sociedad que habitamos, tan avanzada, tan evolucionada y tan tecnológica, aún no se ha inventado nada para ayudar a las personas mayores –cada vez más numerosas- que sufren el mal de la soledad, y la sobrellevan del mismo modo que los escritores románticos padecían el mal de amores: con sufrimiento callado y sin esperanza.
Bajo las persianas para ocultar el aguacero incesante que se acompaña ahora de truenos y relámpagos. Mal día para la soledad, el alma afligida o la nostalgia doliente; sin embargo, mañana nacerá un día limpio y, con suerte, brillará el sol de nuevo.
Mª Soledad Martín Turiño



















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.183