ZAMORANA
La tragedia de la Dana
Sin pecar de derrotismo, pienso que estamos viviendo tiempos difíciles, y lo serán aún más a partir de ahora, no solamente por la desgracia que ha azotado una parte de nuestra querida España, sino también por las consecuencias políticas y sociales que esto ha generado. No es mi cometido, ni tampoco está en mi intención valorar las culpas, las debilidades, la incongruencia o la incapacidad de nuestros políticos que, tal vez por pertenecer a partidos rivales, no han sabido estar a la altura por aquello del orgullo mal entendido ante una tragedia de semejante magnitud, y eso es imperdonable.
Creo que a los españoles no se nos deben olvidar las vidas que se han perdido, después vendrán las consecuencias de una catástrofe sin precedentes, que poco a poco se irán resolviendo. Pero si las decisiones políticas han sido desacertadas o, simplemente inaceptables, lo que ha dado una lección a la sociedad entera ha sido la solidaridad de personas llegadas de todos los puntos del país que se han concentrado en la provincia de Valencia para ayudar, cuando ni había máquinas, ni efectivos que lo hicieran y las personas afectadas estaban necesitadas de ayuda, de brazos, de manos, de palas y de información porque, a la vista de la desolación, eran víctimas de un comprensible estado de shok y entonces llegaron los voluntarios que, sin dudarlo, hicieron esa labor de una manera encomiable. Personas de todas las edades, sin sesgo: jóvenes, niños, mayores, inmigrantes, autóctonos… porque daba igual el color de la piel o el credo que cada cual profesara; todos tenían en común haberse unido en un esfuerzo común que era simplemente ayudar a unos vecinos que aún no saben cómo darles las gracias, porque las palabras sobran, pero los gestos permanecen. Nos quedamos con eso, yo me quiero aferrar a eso, a la solidaridad del pueblo con el pueblo, de la gente con la gente, todos a una para sacer adelante una situación extrema.
De quienes van a los lugares afectados por la DANA a hacerse la foto y siguen viaje, no quiero ni hablar, ni tampoco de los políticos que se cruzan acusaciones por no haber sido capaces de prever o de utilizar los efectivos correspondientes desde el primer momento. El panorama de descrédito social hacia ellos, la falta de empatía que han demostrado o su mediocridad palmaria, se manifiesta en la repulsa de los afectados cuando esos gobernantes aparecen por sus calles embarradas; porque ellos, la gente que ha vivido la tragedia en primera persona, no quieren saber de política cuando se asoman con impotencia a los restos de lo que fue su casa o a las ruinas de lo que un día les dio de comer porque era su negocio; y esa nefasta actuación política también nos afecta nosotros, los que somos testigos impotentes desde el sillón de casa de semejante descoordinación.
Ahora lo prioritario son los afectados; para ellos la urgencia, para ellos la primera atención, los recursos que llegan, para ellos brazos para reconstruir los pueblos que han quedado asolados por la catástrofe y, sobre todo, para ellos el recuerdo. No vale que dentro de unos días todos entremos de lleno en la Navidad, los árboles, el Belén y los turrones, pasando página a una tragedia cuyas consecuencias continuarán durante meses y, para la gente que ha perdido a sus seres queridos, no serán capaces de olvidar jamás.
Mª Soledad Martín Turiño
Sin pecar de derrotismo, pienso que estamos viviendo tiempos difíciles, y lo serán aún más a partir de ahora, no solamente por la desgracia que ha azotado una parte de nuestra querida España, sino también por las consecuencias políticas y sociales que esto ha generado. No es mi cometido, ni tampoco está en mi intención valorar las culpas, las debilidades, la incongruencia o la incapacidad de nuestros políticos que, tal vez por pertenecer a partidos rivales, no han sabido estar a la altura por aquello del orgullo mal entendido ante una tragedia de semejante magnitud, y eso es imperdonable.
Creo que a los españoles no se nos deben olvidar las vidas que se han perdido, después vendrán las consecuencias de una catástrofe sin precedentes, que poco a poco se irán resolviendo. Pero si las decisiones políticas han sido desacertadas o, simplemente inaceptables, lo que ha dado una lección a la sociedad entera ha sido la solidaridad de personas llegadas de todos los puntos del país que se han concentrado en la provincia de Valencia para ayudar, cuando ni había máquinas, ni efectivos que lo hicieran y las personas afectadas estaban necesitadas de ayuda, de brazos, de manos, de palas y de información porque, a la vista de la desolación, eran víctimas de un comprensible estado de shok y entonces llegaron los voluntarios que, sin dudarlo, hicieron esa labor de una manera encomiable. Personas de todas las edades, sin sesgo: jóvenes, niños, mayores, inmigrantes, autóctonos… porque daba igual el color de la piel o el credo que cada cual profesara; todos tenían en común haberse unido en un esfuerzo común que era simplemente ayudar a unos vecinos que aún no saben cómo darles las gracias, porque las palabras sobran, pero los gestos permanecen. Nos quedamos con eso, yo me quiero aferrar a eso, a la solidaridad del pueblo con el pueblo, de la gente con la gente, todos a una para sacer adelante una situación extrema.
De quienes van a los lugares afectados por la DANA a hacerse la foto y siguen viaje, no quiero ni hablar, ni tampoco de los políticos que se cruzan acusaciones por no haber sido capaces de prever o de utilizar los efectivos correspondientes desde el primer momento. El panorama de descrédito social hacia ellos, la falta de empatía que han demostrado o su mediocridad palmaria, se manifiesta en la repulsa de los afectados cuando esos gobernantes aparecen por sus calles embarradas; porque ellos, la gente que ha vivido la tragedia en primera persona, no quieren saber de política cuando se asoman con impotencia a los restos de lo que fue su casa o a las ruinas de lo que un día les dio de comer porque era su negocio; y esa nefasta actuación política también nos afecta nosotros, los que somos testigos impotentes desde el sillón de casa de semejante descoordinación.
Ahora lo prioritario son los afectados; para ellos la urgencia, para ellos la primera atención, los recursos que llegan, para ellos brazos para reconstruir los pueblos que han quedado asolados por la catástrofe y, sobre todo, para ellos el recuerdo. No vale que dentro de unos días todos entremos de lleno en la Navidad, los árboles, el Belén y los turrones, pasando página a una tragedia cuyas consecuencias continuarán durante meses y, para la gente que ha perdido a sus seres queridos, no serán capaces de olvidar jamás.
Mª Soledad Martín Turiño



















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