Miércoles, 05 de Noviembre de 2025

Alfonso J. Vázquez Vaamonde
Lunes, 11 de Noviembre de 2024
LEDHH

Qué agradable es el extranjero

Alfonso J. Vázquez Vaamonde

Mi primer extranjero, soy gallego, fue Portugal. Al pueblo de mi padre lo separa el Miño Ni necesitabas pasaporte; bastaba un permiso de veinticuatro horas de la policía. No eran muy extranjeros; el habla era algo diferente También había una dictadura. En eso nos parecíamos, pero i niño no Sabe de eso. Ese asunto era ajeno a mi vida.

 

Mis ojos de niño se sorprendieron por muchas cosas: las carreteras estaban bien asfaltadas, no llenas de baches. Los bordes de la calzada no estaban desdentados; una lista blanca indicaba el borde. Las cunetas estaban limpias. Las gasolineras eran como las de las películas norteamericanas, no los rojizos postes de España. Los coches eran modernos; los de alquiler eran unos Mercedes verdinegros inmensos y cómodos. Las calles estaban cuidadas y limpias. Las fachadas de las viviendas impolutas enjalbegadas en blanco con azulejos o de piedra, limpias “Si no las tienes limpias el Ayuntamiento te avisa que se encargará él de limpiártelas y te pasa la factura, me explicó mi padre, y entonces te sale más caro que si las limpias tú”.

 

En Portugal podías comprar lo que no había en España; el café era muy barato; o la penicilina se podía comprar. En España estaba prohibida importarla. Fue algo criminal; muchos niños murieron; muchos fueron huérfanos por ello. e infanticidios y de muchas orfandades. ¿Recuerdan “el tercer hombre” de Orson Wells? La tuberculosis era una enfermedad producto sobre todo del hambre. Un hambre nacida del golpe de estado contra la república democrática que produjo un retroceso económico y moral. La pobreza derivada de la guerra co un racionamiento que apenas mitigó el hambre, pero creó millonarios. Era un niño, pero no he olvidado un comentario entre mis padres. Un médico amigo suyo le dijera: “Alfonso, yo debería poder recetar filetes en vez de medicinas; su enfermedad es su mala alimentación”.

 

Volviendo a Portugal, mi primer extranjero, lo que más me llamó la atención de Portugal, además de que los niños de mi edad llevaban pantalón largo y sombrero, era que la gente hablaba bajito. En la calle y en los bares. Mejor dicho, no hablan” fuerte” expresión que disimula que aquí se hablaba “a gritos” con quien estaba sentado a nuestro lado. Se hablaba a gritos y se sigue hablando a gritos. Sólo sabemos hablar a gritos y como casi todo el mundo habla a gritos nadie lo nota.

 

Años después, conocí al profesor Dr. León Maroto, que había sido represaliado porque durante la república había firmado un manifiesto de amistad con la Unión Soviética. Al fin fue “rehabilitado”. Era una persona delicada; hablaba pausada y levemente. Él era mayor que mi padre, pero establecimos cierta amistad Un día me comentó que tuviera una beca de la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) en Inglaterra donde otra chica también había obtenido la misma beca. Debía ser una mujer excepcional porque entonces pocas tenían otra beca. Aunque hablaba fuerte una noche la invitó a cenar. En el restaurante oyó comentar: “foreingers”, extranjeros. Le produjo tal impresión, me confesó, que, aunque la chica era guapa e inteligente no volvió a salir con ella.

 

Yo era joven y eso me hizo gracia. Lo comprendí mejor años después. Iba en Bruselas en un tranvía donde, naturalmente, había más gente y algunos hablan entre sí. En una parada se subieron cinco españoles y aquello se convirtió en un insoportable guirigay Alguien dijo” extranjeras” y los españoles en lugar de moderar su griterío increparon al que había protestado. Felizmente el que se quejó no conocía todos los insultos que le dirigieron; pero quizá los supuso.

 

Otra vez, estando con mi mujer en Lille salimos a dar una vuelta por la noche después de cenar. Era sábado y la plaza mayor estaba abarrotada de gente, en su mayoría joven como nosotros. Encontramos una mesa libre y nos tomamos un café. De repente me di cuenta del silencio que reinaba en la plaza: “¿te has dado cuenta, le dije a mi mujer, no oímos ni lo que están diciendo estas personas que están en la mesa de al lado” “Si, dijo ella, da gusto estar aquí; tranquilamente; sin tener que enterarte de las vidas ajenas”. Es verdad, en el metro, aun con el vagón vacío, te enteras de todas las intimidades familiares, algunas muy íntimas contadas por teléfono a voz en grito por la persona que está en la otra esquina a quince o veinte metros.

 

Más aún, vivo en Madrid en un tercer piso que es casi un cuarto. Las ventanas están cerradas, pero oigo la conversación de la gente que pasa por la calle hablando a gritos.

 

Qué agradable es el extranjero.

 

Abogado. - Doctor en Química Industrial. Secretario General Centro de Estudios Ateneos. - Exsecretario 1º Ateneo de Madrid.

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