COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
De la Zamora de mi infancia a la de este finiquito de 2024
Eugenio-Jesús de Ávila
Ahora, en este noviembre de 2024, cuando sé que me espera la vejez a la vuelta de la esquina, suelo viajar en el tiempo, al pretérito, en la grupa de mi memoria, para recordar a la Zamora de mi infancia y juventud, a la ciudad del alma que, durante mucho tiempo, careció de cuerpo. Y me pongo en los 10 años, en 1º de Bachiller, Colegio Corazón de María, plaza del Cuartel Viejo. En el libro de Geografía de España, editado por S.M., Zamora capital contaba con 50.000 habitantes. La provincia, cinco años después, tenía unos 252.000. Ahora bien, había perdido en una década nada menos que 50.000. La emigración que lastró tanto el agro zamorano. Hoy, cuando el año 2024 se nos muere, no llegamos a los 170.000 habitantes en los 10.500 km2 que conforman nuestra geografía provincial. No hace falta ser licenciado en Matemáticas para caer en la cuenta que en 65 años nuestra provincia perdió cerca de 140.000. Brutal. Y un último dato: desde el año 2000 hasta el presente, somos 35.000 personas menos en Zamora.
La Zamora de mi infancia y adolescencia carecía de muchas cosas, pero se sentía un fuerte latido económico, merced a contar con el Regimiento Toledo, la Prisión Provincial, Universidad Laboral, un nudo ferroviario importante, con casi mil empleados de Renfe y líneas férreas de norte a sur y de este a oeste; una agricultura y ganadería pujante, después diezmada, tras sufrir una profunda reconversión tras la entrada de España en la Comunidad Europea.
La capital contaba con cinco salas cinematográfica -hoy solo queda una empresa en este sector en nuestra ciudad-, varias discotecas, un comercio textil, del calzado, de electrodomésticos extraordinario; tiendas de ultramarinos que daban un gran servicio, discotecas, bares y cafeterías con numerosa clientela, hoy casi todos cerrados, y un Mercado de Abastos con gran oferta y enorme demanda.
Sin gentes no hay vida. Sin comercio, la ciudad se muere. Sin un sector agropecuario que lidera la economía provincial, la capital se resiente, se entristece, languidece.
Ahora, las empresas con mayor futuro son las residencias para mayores. La materia prima de Zamora es el anciano o la anciana, que antes morían en sus casas, junto a sus hijos.
Quiero ser, no obstante, optimista con el futuro de nuestra tierra. Para transformar mi esencia, necesito ver que el Polígono de la Junta de Castilla y León, que se construirá en Monfarracinos, recoja numerosas inversiones de empresas foráneas, que la instalación militar de Monte la Reina entre en funcionamiento antes de entrar en la cuarta década de este siglo XXI, y que la N-122 se transforme en autovía entre la capital de la provincia y la frontera lusa antes de 1930. También pediría que la N-631 también se convirtiese en autovía para que viajar hasta Sanabria suponga un paseo por carreteras sin peligro de accidente.
Y no me olvido de la capital. Creo que Guarido, cuando se vaya, si así lo desea, allá por la primavera de 2027, dejará una ciudad más bonita, con un patrimonio monumental más atractivo que concite un turismo cultural de categoría, con casi todo el recinto amurallado restaurado, rúas más paseables, plazas y plazuelas más lindas, templos más cuidados, y museos como el del Baltasar Lobo y el de Semana Santa en pleno funcionamiento. Y, por supuesto, mi ojito derecho, un Puente Románico más digno, más cercano a lo que fue hasta 1905 y que, ojalá algún día, cuando las leyes de Patrimonio las legislen políticos con cabeza, no botarates y gentes sin ningún ideal e insensibles, personajes de la res pública tan reaccionarios, recobre sus dos torres.
Cuando estos sueños se hagan realidad, me habré convertido ya en un viejete simpático, que mantendrá su rebeldía, su inconformismo, su desconfianza hacia todos los partidos políticos y su amor por la tierra que lo vio nacer.
Eugenio-Jesús de Ávila
Ahora, en este noviembre de 2024, cuando sé que me espera la vejez a la vuelta de la esquina, suelo viajar en el tiempo, al pretérito, en la grupa de mi memoria, para recordar a la Zamora de mi infancia y juventud, a la ciudad del alma que, durante mucho tiempo, careció de cuerpo. Y me pongo en los 10 años, en 1º de Bachiller, Colegio Corazón de María, plaza del Cuartel Viejo. En el libro de Geografía de España, editado por S.M., Zamora capital contaba con 50.000 habitantes. La provincia, cinco años después, tenía unos 252.000. Ahora bien, había perdido en una década nada menos que 50.000. La emigración que lastró tanto el agro zamorano. Hoy, cuando el año 2024 se nos muere, no llegamos a los 170.000 habitantes en los 10.500 km2 que conforman nuestra geografía provincial. No hace falta ser licenciado en Matemáticas para caer en la cuenta que en 65 años nuestra provincia perdió cerca de 140.000. Brutal. Y un último dato: desde el año 2000 hasta el presente, somos 35.000 personas menos en Zamora.
La Zamora de mi infancia y adolescencia carecía de muchas cosas, pero se sentía un fuerte latido económico, merced a contar con el Regimiento Toledo, la Prisión Provincial, Universidad Laboral, un nudo ferroviario importante, con casi mil empleados de Renfe y líneas férreas de norte a sur y de este a oeste; una agricultura y ganadería pujante, después diezmada, tras sufrir una profunda reconversión tras la entrada de España en la Comunidad Europea.
La capital contaba con cinco salas cinematográfica -hoy solo queda una empresa en este sector en nuestra ciudad-, varias discotecas, un comercio textil, del calzado, de electrodomésticos extraordinario; tiendas de ultramarinos que daban un gran servicio, discotecas, bares y cafeterías con numerosa clientela, hoy casi todos cerrados, y un Mercado de Abastos con gran oferta y enorme demanda.
Sin gentes no hay vida. Sin comercio, la ciudad se muere. Sin un sector agropecuario que lidera la economía provincial, la capital se resiente, se entristece, languidece.
Ahora, las empresas con mayor futuro son las residencias para mayores. La materia prima de Zamora es el anciano o la anciana, que antes morían en sus casas, junto a sus hijos.
Quiero ser, no obstante, optimista con el futuro de nuestra tierra. Para transformar mi esencia, necesito ver que el Polígono de la Junta de Castilla y León, que se construirá en Monfarracinos, recoja numerosas inversiones de empresas foráneas, que la instalación militar de Monte la Reina entre en funcionamiento antes de entrar en la cuarta década de este siglo XXI, y que la N-122 se transforme en autovía entre la capital de la provincia y la frontera lusa antes de 1930. También pediría que la N-631 también se convirtiese en autovía para que viajar hasta Sanabria suponga un paseo por carreteras sin peligro de accidente.
Y no me olvido de la capital. Creo que Guarido, cuando se vaya, si así lo desea, allá por la primavera de 2027, dejará una ciudad más bonita, con un patrimonio monumental más atractivo que concite un turismo cultural de categoría, con casi todo el recinto amurallado restaurado, rúas más paseables, plazas y plazuelas más lindas, templos más cuidados, y museos como el del Baltasar Lobo y el de Semana Santa en pleno funcionamiento. Y, por supuesto, mi ojito derecho, un Puente Románico más digno, más cercano a lo que fue hasta 1905 y que, ojalá algún día, cuando las leyes de Patrimonio las legislen políticos con cabeza, no botarates y gentes sin ningún ideal e insensibles, personajes de la res pública tan reaccionarios, recobre sus dos torres.
Cuando estos sueños se hagan realidad, me habré convertido ya en un viejete simpático, que mantendrá su rebeldía, su inconformismo, su desconfianza hacia todos los partidos políticos y su amor por la tierra que lo vio nacer.



















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