HABLEMOS
Efectos perversos de la tecnología
Desde Zamora    
   
	    
	
    
        
    
    
        
          
		
    
        			        			        			        
    
    
    
	
	
        
        
        			        			        			        
        
                
        
           No ha mucho, el batiburrillo ideológico que cual digno antecedente de la corrección política se abrió camino aliado con el pensamiento débil, manipuló mentalidades para convencer a la opinión pública de la bondad de tópicos enristrados igual que un mantra o las cerezas del cesto, así los de participación, comunicación, diálogo, tolerancia y amor universal, elevados a categoría de dogma bajo la ideología de los derechos humanos, versión edulcorada de un igualitarismo marca socialista comunista, que ha suplantado los derechos cívicos como única garantía de la libertad y la propiedad.
 
   Al hilo de semejante falacia, en su día se recibió internet y después las redes sociales a modo de gran conquista del conocimiento y la difusión de ideas, favoreciendo una suerte de enriquecimiento personal abocado a la fraternidad cósmica. A la vuelta de pocos años, aquello que se ha convertido en auténtica escombrera moral e intelectual muestra, por, fin, la perversa realidad que viene ocultando. Sin ir muy lejos, el hecho de que no ya la adolescencia, sino una niñez entre los ocho y diez años se inicia al noventa por ciento en el consumo de pornografía, e igualmente otro elevado número, según la noticia, lo haría a través de imágenes violentas.
 
   En ello siempre cabría preguntar por el valor de la actual democracia para el ciudadano de a pie. Más aún cuando se anuncia nuevo “avance” tecnológico, la mal llamada inteligencia artificial, con la que el robot, la máquina diseñada en lo corporal y lo espiritual bajo falsa apariencia del hombre, permitirá con anuencia del Estado y la burocracia destruir aquello que éste tiene de esencial, al menos para nuestra civilización. Nada distinto a una conciencia que piensa desde la razón y la sana crítica. Porque el espíritu, al margen de una psicología que como “ciencia” lo devalúa, nunca podrá ser remplazado por un algoritmo, una respuesta calculada por microchips y sinapsis electrónicas a los hondos problemas de la existencia, incluidos los de la vida cotidiana que afectan al ciudadano común.
 
        
        
    
       
            
    
        
        
	
    
                                                                                            	
                                        
                            
    
    
	
    
No ha mucho, el batiburrillo ideológico que cual digno antecedente de la corrección política se abrió camino aliado con el pensamiento débil, manipuló mentalidades para convencer a la opinión pública de la bondad de tópicos enristrados igual que un mantra o las cerezas del cesto, así los de participación, comunicación, diálogo, tolerancia y amor universal, elevados a categoría de dogma bajo la ideología de los derechos humanos, versión edulcorada de un igualitarismo marca socialista comunista, que ha suplantado los derechos cívicos como única garantía de la libertad y la propiedad.
Al hilo de semejante falacia, en su día se recibió internet y después las redes sociales a modo de gran conquista del conocimiento y la difusión de ideas, favoreciendo una suerte de enriquecimiento personal abocado a la fraternidad cósmica. A la vuelta de pocos años, aquello que se ha convertido en auténtica escombrera moral e intelectual muestra, por, fin, la perversa realidad que viene ocultando. Sin ir muy lejos, el hecho de que no ya la adolescencia, sino una niñez entre los ocho y diez años se inicia al noventa por ciento en el consumo de pornografía, e igualmente otro elevado número, según la noticia, lo haría a través de imágenes violentas.
En ello siempre cabría preguntar por el valor de la actual democracia para el ciudadano de a pie. Más aún cuando se anuncia nuevo “avance” tecnológico, la mal llamada inteligencia artificial, con la que el robot, la máquina diseñada en lo corporal y lo espiritual bajo falsa apariencia del hombre, permitirá con anuencia del Estado y la burocracia destruir aquello que éste tiene de esencial, al menos para nuestra civilización. Nada distinto a una conciencia que piensa desde la razón y la sana crítica. Porque el espíritu, al margen de una psicología que como “ciencia” lo devalúa, nunca podrá ser remplazado por un algoritmo, una respuesta calculada por microchips y sinapsis electrónicas a los hondos problemas de la existencia, incluidos los de la vida cotidiana que afectan al ciudadano común.




















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