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Redacción
Jueves, 14 de Noviembre de 2024
COSAS MÍAS

Razones para nombrar y querer a Zamora

Eugenio-Jesús de Ávila

 

Zamora es la palabra que más pronuncio y escribo. Todos los días el nombre de mi ciudad aparece en mis textos o en conversaciones con mi gente más cercana. ¿Por qué Zamora se ha convertido en mi sombra, en una especie de mantra? La explicación, sencilla. Zamora es mi infancia, mi juventud, el primer beso y el primer amor y mi última pasión, los primeros versos, el primer cuento. Mis primeras letras, la tabla de multiplicar, escuelas y colegios, compañeros, maestros y profesores, peones, canicas y chapetes, fútbol y canteas, fiestas, plazas y calles, parques, jardines, el Duero y el bosque de Valorio, comercios y bares, cafeterías y discotecas, el primer entierro, mi primer muerto; mis fuentes, mis hojas secas, los brotes de primavera, el aroma de las flores, gorriones y jilgueros, cigüeñas y palomas.

 

Zamora es el nombre de mi memoria, las de las nieblas en el otoño tardío y en los días de anticiclón de invierno, aquellas nevadas que ya se olvidaron de embellecerla, las heladas duras, la tierra donde yacen las gentes de mi familia que más quise, de la que se marcharon los amigos más caros.

 

Zamora fue mi periódico, engullido después por capital foráneo, extraño a nuestra tierra, y también el primer medio impreso que dirigí, del que me destituyeron por enfrentarme al editor, y mi inolvidable barquito de papel, El Día de Zamora, que ahí sigue navegando por el mar de las noticias con otra tripulación.

 

Zamora fue la Semana Santa de mi fe, cuando joven, cuando cándido y tierno. Zamora es la Semana de Pasión de un ateo racional, la de los otros, la de la vanidad, la de la intriga y la conspiración, de la felonía y la intriga, la que se dice creer en Dios, pero a su manera.

 

¡Cómo no va a dolerme Zamora si entre sus paisajes y templos, sus rúas y plazuelas, labores y trabajos, periódicos de otros y medio de comunicación propio, me he ido haciendo mayor, tanto que cualquier madrugada me encuentro con la vejez al doblar una esquina del tiempo!

 

¡Cómo se espera que loe a políticos, partidos y gobiernos que la ultrajaron, vejaron y la olvidaron mientras sus patrimonios se ampliaban entre falsas promesas a cambio de votos en las urnas!

 

¡Cómo no alabar a regidores como Rosa Valdeón que, merced a su cercanía a Juan Vicente Herrera, restauró más de veinte templos románicos, arrugados por el paso del tiempo y la insensibilidad de los protagonistas de la historia! La médica toresana habría sido una excelente alcaldesa, pero no se lo permitió la envidia de algunos jerarcas de sus partidos, más otros errores de carácter doméstico.

 

¡Cómo no valorar a Francisco Guarido, líder de una izquierda  estoica, de una izquierda que no sabe odiar, que dejará una Zamora más bella que la que recogió, que se preocupó siempre de conservar su patrimonio monumental, porque nuestra ciudad es un parto de la historia de lo que después sería España; que no ha pecado de vanidad, ni se le ha subido el cargo a las cejas desde que entró como inquilino de la Casa de las Panaderas, allá en la primavera tardía de 2015, y se irá sin haberse enriquecido y quizá dotando a la ciudad del alma de un esqueleto más fuerte, de unas plazas más bellas -¡qué pena de Plaza Mayor!-, de unas jardines más floridos, de un río más hermoso y un bosque más humano y, ojalá sea así, de un pabellón polideportivo digno de esta ciudad a la que tanto nombro!

 

Memoria e historia nunca serán un matrimonio bien avenido. Mi memoria, que es mía, no de nadie más, me trae, en la grupa de los recuerdos, a la Zamora de mi generación, a la de siempre, a la que amo. La historia, que yo no escribo, debería ser pilar de nuestro presente y columna de nuestro progreso. Paradoja que el pretérito, si lo conjugamos bien, sea nuestro futuro. Tengo, pues, muchas razones para escribir y hablar de Zamora todos los días de lo que me vaya quedando de vida.

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