OBRAS
En una Zamora llena de obras, otras anteriores demuestran más que su conveniencia, la inutilidad de estas
Las obras urbanísticas traen consigo las inevitables molestias para vecinos y transeúntes, con la promesa de un beneficio futuro. Sin embargo, la experiencia acumulada con proyectos similares en la ciudad deja entrever tanto su utilidad como sus posibles carencias
Zamora contaba ya con una zona de bajas emisiones en el centro histórico, aunque ninguna normativa exigía su implementación. Esta área comprendía desde La Marina hasta la catedral, abarcando calles principales como Santa Clara, San Torcuato, Plaza, las Rúas de los Notarios y de los Francos, junto con plazas adyacentes y múltiples calles convergentes. Posteriormente, el Ayuntamiento decidió extender esta zona a otras vías como Cortinas, Traviesa y Brasa, introduciendo modificaciones significativas: ampliación de aceras, eliminación de plazas de aparcamiento y una drástica reducción del espacio para vehículos. Una de las medidas más controvertidas fue la instalación de bolardos, cuya retirada se prometió tras un periodo de adaptación que aún parece lejos de lograrse.
Desde el principio, los problemas de diseño fueron evidentes. En muchas intersecciones, el espacio para maniobrar resultó tan reducido que incluso los vehículos más pequeños tienen dificultades para girar. Los bolardos, pensados para ordenar el tráfico, no tardaron en desaparecer por los constantes impactos de coches utilitarios. Además, la implementación de una “plataforma única” que debía priorizar a los peatones no ha logrado cumplir su propósito. En la práctica, los peatones continúan usando las aceras como antes, y se han instalado señales que confirman esta preferencia, generando más dudas sobre la efectividad de las reformas.
Dos años después de la inauguración, toca evaluar los resultados. Los bolardos dañados no se han sustituido, y algunos ciudadanos incluso lo ven como una ventaja, ya que permite ciertas paradas momentáneas para carga y descarga o para facilitar el acceso a personas con movilidad reducida. Sin embargo, el pavimento de adoquines, que se suponía adecuado para un tránsito limitado, ya presenta un desgaste considerable y muchas roturas que de momento nos se proceden a reparar
Esta situación invita a una reflexión más amplia: si tras apenas dos años las calles requieren reparaciones, ¿qué ocurrirá en una década? El prematuro deterioro del firme y la falta de medidas correctivas subrayan la necesidad de replantear las decisiones urbanísticas y su impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos.

Zamora contaba ya con una zona de bajas emisiones en el centro histórico, aunque ninguna normativa exigía su implementación. Esta área comprendía desde La Marina hasta la catedral, abarcando calles principales como Santa Clara, San Torcuato, Plaza, las Rúas de los Notarios y de los Francos, junto con plazas adyacentes y múltiples calles convergentes. Posteriormente, el Ayuntamiento decidió extender esta zona a otras vías como Cortinas, Traviesa y Brasa, introduciendo modificaciones significativas: ampliación de aceras, eliminación de plazas de aparcamiento y una drástica reducción del espacio para vehículos. Una de las medidas más controvertidas fue la instalación de bolardos, cuya retirada se prometió tras un periodo de adaptación que aún parece lejos de lograrse.
Desde el principio, los problemas de diseño fueron evidentes. En muchas intersecciones, el espacio para maniobrar resultó tan reducido que incluso los vehículos más pequeños tienen dificultades para girar. Los bolardos, pensados para ordenar el tráfico, no tardaron en desaparecer por los constantes impactos de coches utilitarios. Además, la implementación de una “plataforma única” que debía priorizar a los peatones no ha logrado cumplir su propósito. En la práctica, los peatones continúan usando las aceras como antes, y se han instalado señales que confirman esta preferencia, generando más dudas sobre la efectividad de las reformas.
Dos años después de la inauguración, toca evaluar los resultados. Los bolardos dañados no se han sustituido, y algunos ciudadanos incluso lo ven como una ventaja, ya que permite ciertas paradas momentáneas para carga y descarga o para facilitar el acceso a personas con movilidad reducida. Sin embargo, el pavimento de adoquines, que se suponía adecuado para un tránsito limitado, ya presenta un desgaste considerable y muchas roturas que de momento nos se proceden a reparar
Esta situación invita a una reflexión más amplia: si tras apenas dos años las calles requieren reparaciones, ¿qué ocurrirá en una década? El prematuro deterioro del firme y la falta de medidas correctivas subrayan la necesidad de replantear las decisiones urbanísticas y su impacto en la vida cotidiana de los ciudadanos.


















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