HABLEMOS
Es la familia… y es la propiedad
Desde Zamora
La abulia, junto a una idiocia producto del inmenso cohecho político del Bienestar, a la sazón administrado convenientemente por el vicario socialdemócrata, lleva a una sociedad narcotizada por el dispendio incalculable del Estado a ignorar lo esencial. Ya se dijo alguna vez, a modo de soflama y por descontado advertencia, aquello que los hijos son del Estado y no de los padres, expropiados no ya de lo suyo sino también de sí, algo a lo que aspiró siempre el soviet, el castrismo... y la socialdemocracia ejerciendo de acólito del comunismo internacional, ello con la complacencia de un liberalismo ruin, mendaz y claudicante.
Se trata de la familia como fundamento de lo humano, inseparable de su realidad vital. Para socialismo y comunismo, el triunfo absoluto del poder sobre el individuo en calidad de persona requiere destruir ese primer cimiento, remplazado por el Estado con sus ingenierías sexuales y sociales. Pero, al lado de la familia, no es casualidad que el frente totalitario se dirija asimismo contra la propiedad privada, antaño la tierra como bien raíz garante del sustento y una conciencia libre, hoy, y esto tampoco es azar, contra el piso, el inmueble que no deja de representar hogar, familia y unidad de vida. Porque el piso, la vivienda como fruto individual no menos que familiar del trabajo y esfuerzo de generaciones, es visto con acierto por el totalitarismo comunista como gran obstáculo a su ambición de poder y control. Pasiva e inerme, la sociedad en Occidente está perdiendo la partida, por falta no ya, que también, de iniciativa política. Igualmente por cobardía y dejación respecto a lo que constituye la entraña de lo humano, valor muy por encima del sillón okupado gracias a un puñado de votos.
La abulia, junto a una idiocia producto del inmenso cohecho político del Bienestar, a la sazón administrado convenientemente por el vicario socialdemócrata, lleva a una sociedad narcotizada por el dispendio incalculable del Estado a ignorar lo esencial. Ya se dijo alguna vez, a modo de soflama y por descontado advertencia, aquello que los hijos son del Estado y no de los padres, expropiados no ya de lo suyo sino también de sí, algo a lo que aspiró siempre el soviet, el castrismo... y la socialdemocracia ejerciendo de acólito del comunismo internacional, ello con la complacencia de un liberalismo ruin, mendaz y claudicante.
Se trata de la familia como fundamento de lo humano, inseparable de su realidad vital. Para socialismo y comunismo, el triunfo absoluto del poder sobre el individuo en calidad de persona requiere destruir ese primer cimiento, remplazado por el Estado con sus ingenierías sexuales y sociales. Pero, al lado de la familia, no es casualidad que el frente totalitario se dirija asimismo contra la propiedad privada, antaño la tierra como bien raíz garante del sustento y una conciencia libre, hoy, y esto tampoco es azar, contra el piso, el inmueble que no deja de representar hogar, familia y unidad de vida. Porque el piso, la vivienda como fruto individual no menos que familiar del trabajo y esfuerzo de generaciones, es visto con acierto por el totalitarismo comunista como gran obstáculo a su ambición de poder y control. Pasiva e inerme, la sociedad en Occidente está perdiendo la partida, por falta no ya, que también, de iniciativa política. Igualmente por cobardía y dejación respecto a lo que constituye la entraña de lo humano, valor muy por encima del sillón okupado gracias a un puñado de votos.



















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