COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Zamora: la ciudad de la que nunca acabas de marcharte
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora deja un extraño sentimiento en lo más profundo de tu ser cuando la naciste aquí, porque es como la ciudad de la que nunca te irás, de la que nunca acabas de marcharte, aunque te hayas ido y, además, terminarás por regresar. Nuestra Zamora es la cumbre de la montaña de Sísifo. Cargas con la pesada roca de tu amor y, cuando vas hollarla, vuelves a rodar cuesta abajo hasta irte; pero después lo intentas de nuevo y así eternamente. Zamora es trabajo y …sentimiento. A Zamora nunca se la termina de amar, aunque jamás te devuelva una miaja de cariño por tu dedicación, pasión y atención.
De Zamora te vas, bien porque no tienes trabajo, ya porque tu profesión exige nuevos objetivos alejados de las márgenes del Duero y de las nieblas del viejo otoño y del nuevo invierno, o cansado de tanto Caín, de calumnias y felonías. Pero siempre hay algo en tu interior que piensa en regresar. Y desconoces la razón. Quizá sea un viajar al pretérito, a los mejores años de nuestras vidas, porque aquí, tras las murallas, vive tu infancia, la verdadera patria en expresión del poeta alemán Rilke. Por las rúas de la vieja Zamora todavía se esconden tus besos más dulces, las apasionadas palabras de amor que susurraste a aquella bella mujer, y también residen las huellas de aquellos amigos que tampoco están, pero todavía existe ese aroma especial que desprende la amistad.
Zamora es memoria, nunca histórica; porque la memoria, que jamás es colectiva, sino de cada cual y sus hijos, los recuerdos, aparece entre los sillares de las iglesias románicas; el musgo de los lienzos de las murallas en la umbría; cualquier cafetería que todavía sabe al desayuno de tu juventud; entre las flores de sus jardines, en los gorriones que se buscan viandas y las gentes que pasan sin verte, con rostros ajados, escaso cabello y las hermosuras perdidas por el reloj de Cronos.
Y hay otra memoria, húmeda, que pasa y no se detiene, que flota sobre las aguas del Duero; y otra memoria que vive -glorioso oxímoron- en el cementerio, recuerdos de cipreses, flores y trinos de ruiseñores, donde renacen en tu cerebro los seres queridos, los que nunca te esperan ya cuando regresas por Navidad, en Semana Santa o vacaciones de verano.
Sí, de Zamora jamás te vas, porque aquí se queda parte de tu alma esperando a tu regreso. Siempre habrá que conjugar el verbo volver desde el presente al futuro que nunca llega. Regresar a Zamora siempre se convertirá en un tango.
Como cantaba Gardel :
“Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada…”
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora deja un extraño sentimiento en lo más profundo de tu ser cuando la naciste aquí, porque es como la ciudad de la que nunca te irás, de la que nunca acabas de marcharte, aunque te hayas ido y, además, terminarás por regresar. Nuestra Zamora es la cumbre de la montaña de Sísifo. Cargas con la pesada roca de tu amor y, cuando vas hollarla, vuelves a rodar cuesta abajo hasta irte; pero después lo intentas de nuevo y así eternamente. Zamora es trabajo y …sentimiento. A Zamora nunca se la termina de amar, aunque jamás te devuelva una miaja de cariño por tu dedicación, pasión y atención.
De Zamora te vas, bien porque no tienes trabajo, ya porque tu profesión exige nuevos objetivos alejados de las márgenes del Duero y de las nieblas del viejo otoño y del nuevo invierno, o cansado de tanto Caín, de calumnias y felonías. Pero siempre hay algo en tu interior que piensa en regresar. Y desconoces la razón. Quizá sea un viajar al pretérito, a los mejores años de nuestras vidas, porque aquí, tras las murallas, vive tu infancia, la verdadera patria en expresión del poeta alemán Rilke. Por las rúas de la vieja Zamora todavía se esconden tus besos más dulces, las apasionadas palabras de amor que susurraste a aquella bella mujer, y también residen las huellas de aquellos amigos que tampoco están, pero todavía existe ese aroma especial que desprende la amistad.
Zamora es memoria, nunca histórica; porque la memoria, que jamás es colectiva, sino de cada cual y sus hijos, los recuerdos, aparece entre los sillares de las iglesias románicas; el musgo de los lienzos de las murallas en la umbría; cualquier cafetería que todavía sabe al desayuno de tu juventud; entre las flores de sus jardines, en los gorriones que se buscan viandas y las gentes que pasan sin verte, con rostros ajados, escaso cabello y las hermosuras perdidas por el reloj de Cronos.
Y hay otra memoria, húmeda, que pasa y no se detiene, que flota sobre las aguas del Duero; y otra memoria que vive -glorioso oxímoron- en el cementerio, recuerdos de cipreses, flores y trinos de ruiseñores, donde renacen en tu cerebro los seres queridos, los que nunca te esperan ya cuando regresas por Navidad, en Semana Santa o vacaciones de verano.
Sí, de Zamora jamás te vas, porque aquí se queda parte de tu alma esperando a tu regreso. Siempre habrá que conjugar el verbo volver desde el presente al futuro que nunca llega. Regresar a Zamora siempre se convertirá en un tango.
Como cantaba Gardel :
“Volver con la frente marchita
Las nieves del tiempo platearon mi sien
Sentir que es un soplo la vida
Que veinte años no es nada…”


















Ivan | Lunes, 02 de Diciembre de 2024 a las 01:12:03 horas
Vengo de visitar Zamora por primera vez, a pesar de que mi madre nació en El Perdigón. El texto refleja perfectamente como siento tras mi regreso a la ciudad en la que ahora vivo. Enhorabuena
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