
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
La niebla es el vaho de Dios de Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
La niebla se enamoró de Zamora ha tiempo. Le encanta acariciar al Duero con sus húmedas manos para después amamantarse de piedra en la cúpula de la Catedral. En esta ciudad, la niebla es vaho de Dios. Y el río, alma de nieve y esqueleto de lluvia. O esa rosa roja de la fotografía, que todavía respira clorofila para dejarse amar por la primera niebla de este otoño viejo, decadente, herido de muerte por el caballero invierno, que ya cabalga sobre su córcel de heladas.
El zamorano esconde su miseria económica entre la niebla. Nos da vergüenza que el sol observe esta decadencia, generada por la cobardía y la apatía. Ya solo nos queda la niebla para huir de la verdad. Quizá un día, cuando nos rebelemos contra los caciques y sus hijos políticos, nuestra niebla alcanzará a categoría de nube, su aristocracia, para llover progreso y futuro sobre nuestra seca tierra.
Querría ser niebla, amor, para que me respiraras, para que me calentaras en tus bronquios, para besar tus senos desde dentro. Detesto esconderme detrás de la niebla, porque yo la quiero a ella con toda la humedad de mi boca, con toda la densidad de mi espesa alma, como si fuera carne de agua, cencellada de huesos y escarcha de besos.
Cuando me muera, quiero reencarnarme en niebla para que los zamoranos me respiren, se incomoden, se abriguen y se abracen. Y jugar con el sol a ser y no ser, como Hamlet con su calavera, y volver a renacer en nube para llover gotas de amor sobre el Duero.
Eugenio-Jesús de Ávila
La niebla se enamoró de Zamora ha tiempo. Le encanta acariciar al Duero con sus húmedas manos para después amamantarse de piedra en la cúpula de la Catedral. En esta ciudad, la niebla es vaho de Dios. Y el río, alma de nieve y esqueleto de lluvia. O esa rosa roja de la fotografía, que todavía respira clorofila para dejarse amar por la primera niebla de este otoño viejo, decadente, herido de muerte por el caballero invierno, que ya cabalga sobre su córcel de heladas.
El zamorano esconde su miseria económica entre la niebla. Nos da vergüenza que el sol observe esta decadencia, generada por la cobardía y la apatía. Ya solo nos queda la niebla para huir de la verdad. Quizá un día, cuando nos rebelemos contra los caciques y sus hijos políticos, nuestra niebla alcanzará a categoría de nube, su aristocracia, para llover progreso y futuro sobre nuestra seca tierra.
Querría ser niebla, amor, para que me respiraras, para que me calentaras en tus bronquios, para besar tus senos desde dentro. Detesto esconderme detrás de la niebla, porque yo la quiero a ella con toda la humedad de mi boca, con toda la densidad de mi espesa alma, como si fuera carne de agua, cencellada de huesos y escarcha de besos.
Cuando me muera, quiero reencarnarme en niebla para que los zamoranos me respiren, se incomoden, se abriguen y se abracen. Y jugar con el sol a ser y no ser, como Hamlet con su calavera, y volver a renacer en nube para llover gotas de amor sobre el Duero.
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