
NUESTRA HISTORIA
La Biblioteca de la Estación
Comenzaba la década de los años cuarenta, la Guerra Civil, concluida el 1º de abril de 1939, había dejado en nuestro país un lamentable rastro de penalidades y miserias que permanecerían por mucho tiempo en la sociedad española y Zamora no sería la excepción.
Contaba yo diez años de edad y en casa éramos cinco hermanos que dependíamos de los ingresos que aportaba mi padre como Guardia municipal. Para poder subsistir la familia modestamente había que sumar algún dinero extra por alguna parte como sobresueldo.
A mi padre se le ocurrió contratar la biblioteca de la estación, en la que se vendían libros, revistas y periódicos que suministraba la empresa "Librerías de Ferrocarriles", dejando una comisión al concesionario según las ventas. El contrato se hizo a nombre de mi madre y los dependientes que atendíamos el "negocio" la mayor parte del tiempo éramos mi hermana Lola de once años y yo de diez.
Estar detrás del mostrador y despachar algún que otro libro, revista o periódico, no tenía complicaciones si echabas bien las cuentas y no faltaba dinero del cajón. Pero los viajeros que iban de paso en los trenes que circulaban entonces de Astorga a Salamanca y viceversa no se bajaban allí durante el tiempo de parada, que solía ser de quince a veinte minutos.
Poniendo en práctica el aforismo: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña", tomaba yo un barcado de periódicos y me subía a los trenes, pregonando a los viajeros los títulos de la prensa que llevaba y las noticias del día. Entonces sí que conseguía vender la mercancía que llevaba bajo el brazo, echándome al bolso la calderilla que cobraba.
En ocasiones, era tal el entusiasmo que me producía la venta de los periódicos que no me daba cuenta de que había transcurrido el tiempo de parada y el tren arrancaba sin que yo me hubiera apeado. No me quedaba otra solución que tirarme del tren en marcha, lo que hacía con cierta destreza, pero allí estaba el Jefe de estación que acababa de tocar el pito para dar la salida al convoy y cada vez que me veía, me ganaba una buena regañina y le daba las quejas a mi padre, que prometía que aquello no volvería a ocurrir, pero sí, sí.
Un periódico de la época se vendía a quince céntimos y había que vender muchos para obtener un pequeño beneficio. Viene a mi memoria, como suceso más destacado la muerte del rey Alfonso XIII en el exilio. Fallecía en Roma el 28 de febrero de 1941. Al día siguiente, 1 de marzo, la prensa publicaba con grandes titulares la noticia.
Para nosotros era un acontecimiento extraordinario que nos reportaba la venta de grandes cantidades de periódicos, tantos como nos suministraran las editoriales.
El ABC , que siempre destacó por su tendencia monárquica, publicaba a toda plana: "DUELO NACIONAL En la mañana de ayer falleció en Roma S.M. el Rey Don Alfonso XIII- El Gobierno expresa su hondo pesar y adoptará las medidas necesarias para el traslado de los restos al Panteón de El Escorial."
Aquella histórica noticia, para un vendedor de periódicos era una oportunidad para vender muchos y obtener beneficios extraordinarios.
Balbino Lozano
Comenzaba la década de los años cuarenta, la Guerra Civil, concluida el 1º de abril de 1939, había dejado en nuestro país un lamentable rastro de penalidades y miserias que permanecerían por mucho tiempo en la sociedad española y Zamora no sería la excepción.
Contaba yo diez años de edad y en casa éramos cinco hermanos que dependíamos de los ingresos que aportaba mi padre como Guardia municipal. Para poder subsistir la familia modestamente había que sumar algún dinero extra por alguna parte como sobresueldo.
A mi padre se le ocurrió contratar la biblioteca de la estación, en la que se vendían libros, revistas y periódicos que suministraba la empresa "Librerías de Ferrocarriles", dejando una comisión al concesionario según las ventas. El contrato se hizo a nombre de mi madre y los dependientes que atendíamos el "negocio" la mayor parte del tiempo éramos mi hermana Lola de once años y yo de diez.
Estar detrás del mostrador y despachar algún que otro libro, revista o periódico, no tenía complicaciones si echabas bien las cuentas y no faltaba dinero del cajón. Pero los viajeros que iban de paso en los trenes que circulaban entonces de Astorga a Salamanca y viceversa no se bajaban allí durante el tiempo de parada, que solía ser de quince a veinte minutos.
Poniendo en práctica el aforismo: "Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña", tomaba yo un barcado de periódicos y me subía a los trenes, pregonando a los viajeros los títulos de la prensa que llevaba y las noticias del día. Entonces sí que conseguía vender la mercancía que llevaba bajo el brazo, echándome al bolso la calderilla que cobraba.
En ocasiones, era tal el entusiasmo que me producía la venta de los periódicos que no me daba cuenta de que había transcurrido el tiempo de parada y el tren arrancaba sin que yo me hubiera apeado. No me quedaba otra solución que tirarme del tren en marcha, lo que hacía con cierta destreza, pero allí estaba el Jefe de estación que acababa de tocar el pito para dar la salida al convoy y cada vez que me veía, me ganaba una buena regañina y le daba las quejas a mi padre, que prometía que aquello no volvería a ocurrir, pero sí, sí.
Un periódico de la época se vendía a quince céntimos y había que vender muchos para obtener un pequeño beneficio. Viene a mi memoria, como suceso más destacado la muerte del rey Alfonso XIII en el exilio. Fallecía en Roma el 28 de febrero de 1941. Al día siguiente, 1 de marzo, la prensa publicaba con grandes titulares la noticia.
Para nosotros era un acontecimiento extraordinario que nos reportaba la venta de grandes cantidades de periódicos, tantos como nos suministraran las editoriales.
El ABC , que siempre destacó por su tendencia monárquica, publicaba a toda plana: "DUELO NACIONAL En la mañana de ayer falleció en Roma S.M. el Rey Don Alfonso XIII- El Gobierno expresa su hondo pesar y adoptará las medidas necesarias para el traslado de los restos al Panteón de El Escorial."
Aquella histórica noticia, para un vendedor de periódicos era una oportunidad para vender muchos y obtener beneficios extraordinarios.
Balbino Lozano
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