
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
Zamora: la ciudad que convirtió los besos en obras de arte
La calle del Troncoso desprende aroma a besos húmedos, a saliva enamorada, a caricias nacidas en manos temblorosas, a deseo y a pasión. Si tuviera autoridad, esa calle pasaría a conocerse como la Rúa de los Besos. Muchas de la plazuelas, callejones y jardines de esa zona noble de la ciudad parecen dispuestas para recibir a Eros y debatir con Afrodita sobre el sentido del amor, su génesis, su infancia, su madurez y su muerte. Nunca se me ocurrió besar a una dama ni en Santa Clara, ni en San Torcuato ni en la avenida de las Tres Cruces, arterias para hablar de negocios, criticar al prójimo con el que te acabas de cruzar, discutir de política o de fútbol.
El amor, como la música, necesita de un decorado, de un ambiente, de una acústica. Cuando el amor es la oración principal de tu alma y el sexo, la subordinada, buscas un espacio para interpretar la pasión. No sé si volveré a enamorarme. Lo dudo. Pero si en la encrucijada de mi camino hacia la nada, mis ojos encuentran una hermosa mujer y mi seso se ve deslumbrando por su elegancia y talento, intentaré besarla entre el jardín de la plaza Antonio del Águila y la calle del Troncoso, cuando la luna presida el parlamento silente de la noche.
Zamora, entre la última y la primera letra del alfabeto, guarda, como una cajita de música, la palabra amor. Magia. Ciudad esotérica. Zamora mengua y envejece, se nos encoge de año en año, sin apenas actividad económica; pero seguirá latiendo mientras disponga de callejuelas, rúas y plazuelas para que sus hombres y sus mujeres se muestren su amor a través de los besos.
Si hay amor, Zamora no morirá jamás, aunque los vicarios del poder político y los caciques provincianos quieran enterrarla. Nuestra pobreza económica se suple con nuestra riqueza erótica. El casco histórico de Zamora se convertirá, pues, en Patrimonio de la Humanidad, porque es esta ciudad los besos son una obra de arte.
La calle del Troncoso desprende aroma a besos húmedos, a saliva enamorada, a caricias nacidas en manos temblorosas, a deseo y a pasión. Si tuviera autoridad, esa calle pasaría a conocerse como la Rúa de los Besos. Muchas de la plazuelas, callejones y jardines de esa zona noble de la ciudad parecen dispuestas para recibir a Eros y debatir con Afrodita sobre el sentido del amor, su génesis, su infancia, su madurez y su muerte. Nunca se me ocurrió besar a una dama ni en Santa Clara, ni en San Torcuato ni en la avenida de las Tres Cruces, arterias para hablar de negocios, criticar al prójimo con el que te acabas de cruzar, discutir de política o de fútbol.
El amor, como la música, necesita de un decorado, de un ambiente, de una acústica. Cuando el amor es la oración principal de tu alma y el sexo, la subordinada, buscas un espacio para interpretar la pasión. No sé si volveré a enamorarme. Lo dudo. Pero si en la encrucijada de mi camino hacia la nada, mis ojos encuentran una hermosa mujer y mi seso se ve deslumbrando por su elegancia y talento, intentaré besarla entre el jardín de la plaza Antonio del Águila y la calle del Troncoso, cuando la luna presida el parlamento silente de la noche.
Zamora, entre la última y la primera letra del alfabeto, guarda, como una cajita de música, la palabra amor. Magia. Ciudad esotérica. Zamora mengua y envejece, se nos encoge de año en año, sin apenas actividad económica; pero seguirá latiendo mientras disponga de callejuelas, rúas y plazuelas para que sus hombres y sus mujeres se muestren su amor a través de los besos.
Si hay amor, Zamora no morirá jamás, aunque los vicarios del poder político y los caciques provincianos quieran enterrarla. Nuestra pobreza económica se suple con nuestra riqueza erótica. El casco histórico de Zamora se convertirá, pues, en Patrimonio de la Humanidad, porque es esta ciudad los besos son una obra de arte.
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