COSAS MÍAS
Me aburren los hombres, me hacen vibrar las mujeres
Me causan tedio los hombres. Hubo y hay alguna excepción que confirma la regla, como nos decían en clases de francés. La gente de mi sexo me aburre, porque es primaria, básica, elemental. A la mujer la estiman con objeto de placer, de puro hedonismo.
Me encantan las damas, porque siempre me descubren paraísos perdidos, me enseñan a beberse las lágrimas, me demuestran, con sutileza, qué es el amor y cómo disfrutarlo y eternizarlo.
Ha tiempo, rodeados de féminas, comenté que, si Dios existiese, sería un ser femenino. Sonrieron. Pero, convencido estoy, no me comprendieron. La historia de la Humanidad cambió cuando las tribus semitas, nómadas, decidieron dar un golpe de Estado en el cielo para destronar a las diosas prehistóricas e introducir en el trono de la eternidad a un dios masculino, tirano, genocida y vengativo. Desde entonces, el hombre trato a la mujer como a un ser inferior, hecho para perpetuar la especie y disfrutar en la cópula.
Considero que soy un hombre muy femenino, en absoluto, homosexual. Porque he pensado tanto en las mujeres que sé lo que puedo esperar del varón. Mis atributos sexuales son masculinos, pero mi alma es femenina. Sé que el alma nace anciana pero rejuvenece y que la carne nace joven, pero envejece. He ahí la comedia y la tragedia de la vida.
Cuando miro, fijamente, a los ojos de una dama, siento que vibran las cuerdas de la guitarra que tocan los músicos de mi sensibilidad. Cuando beso a una mujer me tiembla el alma, mis labios sueñan y mi campanilla repica en el altar de mi boca. Cuando me ama una dama, siento que una diosa compone una sinfonía para que yo me eleve por encima del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Me causan tedio los hombres. Hubo y hay alguna excepción que confirma la regla, como nos decían en clases de francés. La gente de mi sexo me aburre, porque es primaria, básica, elemental. A la mujer la estiman con objeto de placer, de puro hedonismo.
Me encantan las damas, porque siempre me descubren paraísos perdidos, me enseñan a beberse las lágrimas, me demuestran, con sutileza, qué es el amor y cómo disfrutarlo y eternizarlo.
Ha tiempo, rodeados de féminas, comenté que, si Dios existiese, sería un ser femenino. Sonrieron. Pero, convencido estoy, no me comprendieron. La historia de la Humanidad cambió cuando las tribus semitas, nómadas, decidieron dar un golpe de Estado en el cielo para destronar a las diosas prehistóricas e introducir en el trono de la eternidad a un dios masculino, tirano, genocida y vengativo. Desde entonces, el hombre trato a la mujer como a un ser inferior, hecho para perpetuar la especie y disfrutar en la cópula.
Considero que soy un hombre muy femenino, en absoluto, homosexual. Porque he pensado tanto en las mujeres que sé lo que puedo esperar del varón. Mis atributos sexuales son masculinos, pero mi alma es femenina. Sé que el alma nace anciana pero rejuvenece y que la carne nace joven, pero envejece. He ahí la comedia y la tragedia de la vida.
Cuando miro, fijamente, a los ojos de una dama, siento que vibran las cuerdas de la guitarra que tocan los músicos de mi sensibilidad. Cuando beso a una mujer me tiembla el alma, mis labios sueñan y mi campanilla repica en el altar de mi boca. Cuando me ama una dama, siento que una diosa compone una sinfonía para que yo me eleve por encima del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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