COSAS MÍAS
La Navidad perpetua
Eugenio-Jesús de Ávila
Siento que Cronos pisa con fuerza el acelerador de la vida cuando en el horizonte del tiempo aparece la edad madura. Los años se convierten en meses; los meses, en semanas; las semanas, en días, y los recuerdos, hijos predilectos de la memoria, se esfuman como los paisajes en las pinturas de Da Vinci. Si tienes más pasado que futuro, tanto que te olvidaste de cómo eras hasta asumir que ya eres un fue, vivir se conjuga solo en presente, porque temes que el futuro no se detendrá a esperarte. Las navidades, fiestas de la exaltación del derroche y de la hipocresía, también son un ejercicio de la memoria, porque viajas en el tiempo para encontrarte las remembranzas de las personas que fueron, que ya no están, que residen solo en tu cerebro, mientras funcionen las neuronas.
Cuando la vejez aguarda a la vuelta de la esquina, las dudas se aposentan en tu mente. Contrariamente al criterio extendido entre el vulgo, aquello de que la madurez te transforma en persona seria, llena de certezas, sosegada y estable, con criterios fijos. Son años dispuestos para formularte preguntas sobre tu vida, para juzgarte e incluso condenarte. Casi siempre te gustaría viajar hasta los años decisivos de tu vida, cuando elegiste amistades, amores, profesiones, para cambiarlo todo.
Como escribiera Quevedo de sí mismo, yo también soy un fue y un es cansado, pero ignoro si seré, porque el futuro nunca llega y el presente, en un instante, se convierte en pretérito. Mientras, intentaré engañarme estas fiestas navideñas, estas celebraciones del solsticio de invierno, para formar parte del vulgo, siempre tan crédulo, tan predispuesto al engaño, tan dotado para digerir toda mentira política y causarle náuseas la verdad. No obstante, he llegado a creer que vivimos en una Navidad perpetua, donde las abejas liban el néctar de la hipocresía, que reside en cada flor del ser humano.
Eugenio-Jesús de Ávila
Siento que Cronos pisa con fuerza el acelerador de la vida cuando en el horizonte del tiempo aparece la edad madura. Los años se convierten en meses; los meses, en semanas; las semanas, en días, y los recuerdos, hijos predilectos de la memoria, se esfuman como los paisajes en las pinturas de Da Vinci. Si tienes más pasado que futuro, tanto que te olvidaste de cómo eras hasta asumir que ya eres un fue, vivir se conjuga solo en presente, porque temes que el futuro no se detendrá a esperarte. Las navidades, fiestas de la exaltación del derroche y de la hipocresía, también son un ejercicio de la memoria, porque viajas en el tiempo para encontrarte las remembranzas de las personas que fueron, que ya no están, que residen solo en tu cerebro, mientras funcionen las neuronas.
Cuando la vejez aguarda a la vuelta de la esquina, las dudas se aposentan en tu mente. Contrariamente al criterio extendido entre el vulgo, aquello de que la madurez te transforma en persona seria, llena de certezas, sosegada y estable, con criterios fijos. Son años dispuestos para formularte preguntas sobre tu vida, para juzgarte e incluso condenarte. Casi siempre te gustaría viajar hasta los años decisivos de tu vida, cuando elegiste amistades, amores, profesiones, para cambiarlo todo.
Como escribiera Quevedo de sí mismo, yo también soy un fue y un es cansado, pero ignoro si seré, porque el futuro nunca llega y el presente, en un instante, se convierte en pretérito. Mientras, intentaré engañarme estas fiestas navideñas, estas celebraciones del solsticio de invierno, para formar parte del vulgo, siempre tan crédulo, tan predispuesto al engaño, tan dotado para digerir toda mentira política y causarle náuseas la verdad. No obstante, he llegado a creer que vivimos en una Navidad perpetua, donde las abejas liban el néctar de la hipocresía, que reside en cada flor del ser humano.



















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