IDA Y VUELTA
Zamora y la niebla
Laura Fernández Salvador
![[Img #94835]](https://eldiadezamora.es/upload/images/12_2024/2995_laura.jpg)
Si hay algo característico en nuestra ciudad es la niebla. Esa niebla que se te mete en los huesos y te impide ver tres pasos más allá. Como una película de terror o de misterio. Como Londres. Como un recuerdo casi borroso.
Hace unos días, Gonzalo González Ramos, empresario zamorano afincado hace casi cincuenta años en Oviedo, me confesó en una entrevista que echaba mucho de menos las nieblas de la Purísima. ¿En serio?, le respondí sorprendida entre risas. ¿Quién puede echar de menos ese fenómeno meteorológico tan incómodo, tan frío, tan húmedo, tan poco agradable?, pensé para mí. Y está claro. Lo echa de menos el que no está. Aquel que es de aquí y lo ha vivido y que, ahora, por lo que sea, lo deja de vivir.
No se echa de menos un lugar, sino una época de tu vida, algo así decía Borges, pero cuando hay un escenario claro en tu existencia… yo ahí dudo un poco.
El emigrante se va y pasa más años en otro país que en el suyo, muchos más, más del doble y más del triple. Sin embargo, nada es comparable con su tierra. Su hogar es su pueblo, su ciudad, su barrio. Ese en el que vivió pocos años, pero los primeros, que cada vez estoy más convencida de que son los más importantes.
He sido testigo del brillo en los ojos al recordar su pueblo de una persona que se fue con 20 años a Argentina y nunca más regresó. Un destello tan potente que contagiaba a todos los que le rodeaban. Y que los hijos, nacidos lejos, y no habiendo visto nunca la tierra materna, la sientan como propia. Las raíces te agarran a la tierra, como la niebla te envuelve en Zamora.
La niebla, como el preludio de un flashback a la niñez. Al recorrido de casa al colegio. Al abrigo, los guantes, el gorro y la bufanda. Al vaho exhalado. A los paseos por el casco antiguo con mi padre. A las piedras escondidas en un muro. A las historias de Sancho II y Doña Urraca. Al Duero. A los amigos. A la niñez y a la adolescencia. Esa niebla, como testigo permanente de los inviernos pasados y, por suerte, ahora también de los presentes.
![[Img #94835]](https://eldiadezamora.es/upload/images/12_2024/2995_laura.jpg)
Si hay algo característico en nuestra ciudad es la niebla. Esa niebla que se te mete en los huesos y te impide ver tres pasos más allá. Como una película de terror o de misterio. Como Londres. Como un recuerdo casi borroso.
Hace unos días, Gonzalo González Ramos, empresario zamorano afincado hace casi cincuenta años en Oviedo, me confesó en una entrevista que echaba mucho de menos las nieblas de la Purísima. ¿En serio?, le respondí sorprendida entre risas. ¿Quién puede echar de menos ese fenómeno meteorológico tan incómodo, tan frío, tan húmedo, tan poco agradable?, pensé para mí. Y está claro. Lo echa de menos el que no está. Aquel que es de aquí y lo ha vivido y que, ahora, por lo que sea, lo deja de vivir.
No se echa de menos un lugar, sino una época de tu vida, algo así decía Borges, pero cuando hay un escenario claro en tu existencia… yo ahí dudo un poco.
El emigrante se va y pasa más años en otro país que en el suyo, muchos más, más del doble y más del triple. Sin embargo, nada es comparable con su tierra. Su hogar es su pueblo, su ciudad, su barrio. Ese en el que vivió pocos años, pero los primeros, que cada vez estoy más convencida de que son los más importantes.
He sido testigo del brillo en los ojos al recordar su pueblo de una persona que se fue con 20 años a Argentina y nunca más regresó. Un destello tan potente que contagiaba a todos los que le rodeaban. Y que los hijos, nacidos lejos, y no habiendo visto nunca la tierra materna, la sientan como propia. Las raíces te agarran a la tierra, como la niebla te envuelve en Zamora.
La niebla, como el preludio de un flashback a la niñez. Al recorrido de casa al colegio. Al abrigo, los guantes, el gorro y la bufanda. Al vaho exhalado. A los paseos por el casco antiguo con mi padre. A las piedras escondidas en un muro. A las historias de Sancho II y Doña Urraca. Al Duero. A los amigos. A la niñez y a la adolescencia. Esa niebla, como testigo permanente de los inviernos pasados y, por suerte, ahora también de los presentes.



















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