El árbol de la vida

Tuve un familiar político al que no le gustaba trabajar, pero lo cierto es que, en su esfuerzo por no dar palo al agua, acababa trabajando más que teniendo una ocupación como cualquier mortal. Él nunca se dio cuenta de ese aspecto y murió con la sensación de haberse reído de la vida o de haber pasado por ella como un triunfador, así que imagino que se fue pensando que le había dado por detrás al resto de los mortales y que Dios lo acogería en su gloria, aunque ignoro si se fue rezongando por lo prematuro de su muerte.

No sé si lo que acabo de contar tiene moraleja o no, pero tampoco era mi intención ejemplarizar con este personaje, que no deja de ser otro más de una especie en la que hay casos contrarios al descrito, siempre con matices y siempre dependiendo del que juzgue cada caso.

A mi vecino Antonio, el del octavo B, le tocó hace años una primitiva que ya quisiéramos muchos para dar un vuelco a nuestras vidas, pero él no se dio por aludido y ahí lo puedes ver, trabajando en la fábrica de objetos perdidos como si nada, en la que lleva desde su mayoría de edad y ahí piensa jubilarse, el muy memo, el muy cretino, adjetivos todos de ese estilo hacia su persona, cuando no con frases como “Dios le da abanico al que no sabe abanicarse” y sobre las que no se da por enterado.

Dos vidas antónimas, por tanto, la de mi familiar político y la de mi vecino del octavo B, dos vidas laborales de las que hay muchas y variadas y todo porque no todo el mundo lleva de la misma forma lo de ganarse el pan con el sudor de su frente, frase bíblica donde las haya, con dos personajes tan antagónicos como tan cercanos a la vez, hombre y mujer, superados por la promesa de un paraíso que les ofrecía el político de turno, reptando por el árbol del Mal y del Bien.