
COSAS DE DE LA BIEN CERCADA
El sol y la niebla juegan con la luz sobre el cielo de Zamora
Eugenio-Jesús de Ávila
Regresó el sol al cielo de Zamora, pero asomó sus cabellos como con timidez, con cierta vergüenza, como si mostrase cierta frustración por no haber asistido, engalanado, a su solsticio de invierno. Tampoco hemos sabido de su amante, la luna, a la que la niebla no le ha permitido platear los templos y las murallas de la ciudad del Románico. El sol y la luna juegan con la luz sobre el cielo de Zamora.
En verdad, no somos nada sin el sol. No me extraña que fuese el dios principal en tiempos periclitados, cuando todavía la dictadura semita no había dado el golpe de Estado en el paraíso de las diosas. Tampoco Zamora sería nada sin historia, sin su río Duero, sin su románico. El sol ilumina Zamora desde su tiempo pretérito.
Nuestro turismo, lo que es y debería ser, depende de la historia, del génesis de esta ciudad. Después de la destrucción de murallas, iglesias y palacios, merced a la erosión y las decisiones políticas de antaño, en los tiempos modernos, regidores con sensibilidad quisieron renovar este patrimonio cultural. Se logró con diversa suerte. La restauración del casco histórico no se realizó en profundidad; fue más un lifting de su epidermis que un plan detallado de curar las heridas que el tiempo y la estupidez causaron al fue de Zamora. Guarido, que tanto está haciendo por el renacimiento de nuestra ciudad, como lo demuestra con los hermosos pretiles del Puente Románico - ¡Qué pena que la burocracia política impida la reconstrucción de sus dos torres!- deberá, antes de cortarse la coleta política, dejar, al menos, preparado un Plan Director del Casco Antiguo, porque, si se quiere formar parte de la ciudades con oferta de turismo cultural, resulta perentorio llenar los solares abandonados, restaurar palacios, conventos, calzadas, eliminando lo incómodos cantos por baldosas de granito sayagués, renovar jardines, crear más fuentes, con prioridad en el parque de Baltasar Lobo.
El sol brillará siempre en Zamora, aunque las nieblas del invierno quieran ocultarlo, cuando nuestro patrimonio monumental se muestre en todo su esplendor, con murallas restauradas, obras que debería atender, cuánto antes, el Ministerio de Cultural del ministro de Sumar; se ocupen los solares con edificios que rimen con el casco antiguo; los tapices flamencos luzcan en un espacio apropiado para degustar su belleza; el Museo de Baltasar Lobo sea una realidad, como también el de León Felipe, y, por último, el Museo de Semana Santa se inaugure y no se convierta en un almacén de grupos escultóricos.
Hoy, pues, 2 de enero, volvió a brillar, sin mucha fuerza, cierto, con timidez, pálido, dolido, el sol, la estrella que nos da vida. El sol de Zamora lucirá con un dios cuando la ciudad del Romancero renazca de sus cenizas con la fuerza de su historia.
Eugenio-Jesús de Ávila
Regresó el sol al cielo de Zamora, pero asomó sus cabellos como con timidez, con cierta vergüenza, como si mostrase cierta frustración por no haber asistido, engalanado, a su solsticio de invierno. Tampoco hemos sabido de su amante, la luna, a la que la niebla no le ha permitido platear los templos y las murallas de la ciudad del Románico. El sol y la luna juegan con la luz sobre el cielo de Zamora.
En verdad, no somos nada sin el sol. No me extraña que fuese el dios principal en tiempos periclitados, cuando todavía la dictadura semita no había dado el golpe de Estado en el paraíso de las diosas. Tampoco Zamora sería nada sin historia, sin su río Duero, sin su románico. El sol ilumina Zamora desde su tiempo pretérito.
Nuestro turismo, lo que es y debería ser, depende de la historia, del génesis de esta ciudad. Después de la destrucción de murallas, iglesias y palacios, merced a la erosión y las decisiones políticas de antaño, en los tiempos modernos, regidores con sensibilidad quisieron renovar este patrimonio cultural. Se logró con diversa suerte. La restauración del casco histórico no se realizó en profundidad; fue más un lifting de su epidermis que un plan detallado de curar las heridas que el tiempo y la estupidez causaron al fue de Zamora. Guarido, que tanto está haciendo por el renacimiento de nuestra ciudad, como lo demuestra con los hermosos pretiles del Puente Románico - ¡Qué pena que la burocracia política impida la reconstrucción de sus dos torres!- deberá, antes de cortarse la coleta política, dejar, al menos, preparado un Plan Director del Casco Antiguo, porque, si se quiere formar parte de la ciudades con oferta de turismo cultural, resulta perentorio llenar los solares abandonados, restaurar palacios, conventos, calzadas, eliminando lo incómodos cantos por baldosas de granito sayagués, renovar jardines, crear más fuentes, con prioridad en el parque de Baltasar Lobo.
El sol brillará siempre en Zamora, aunque las nieblas del invierno quieran ocultarlo, cuando nuestro patrimonio monumental se muestre en todo su esplendor, con murallas restauradas, obras que debería atender, cuánto antes, el Ministerio de Cultural del ministro de Sumar; se ocupen los solares con edificios que rimen con el casco antiguo; los tapices flamencos luzcan en un espacio apropiado para degustar su belleza; el Museo de Baltasar Lobo sea una realidad, como también el de León Felipe, y, por último, el Museo de Semana Santa se inaugure y no se convierta en un almacén de grupos escultóricos.
Hoy, pues, 2 de enero, volvió a brillar, sin mucha fuerza, cierto, con timidez, pálido, dolido, el sol, la estrella que nos da vida. El sol de Zamora lucirá con un dios cuando la ciudad del Romancero renazca de sus cenizas con la fuerza de su historia.
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