Sábado, 01 de Noviembre de 2025

José Antonio Ávila López
Domingo, 05 de Enero de 2025
NOTAS DEL PENSAMIENTO...

La insultante tamaña desvergüenza

José Antonio Ávila López

[Img #95276]Resulta apabullante la facilidad con la que en los medios nos hablan de eso de miles de millones. Si hablamos de dinero contante y sonante, léase euros o dólares, a uno se le desborda la capacidad cognitiva cuando se dice en plural la palabra millones, pues viene a ser algo inalcanzable para los normales de a pie, que no manejamos presupuestos ni municipales, ni autonómicos, ni estatales, y las cifras corrientes que solemos barajar no sobrepasan, salvo en contadas ocasiones, las tres o cuatro cifras. Como mucho, usamos “millones” para expresar en sentido figurado las veces que hemos dicho una cosa a alguien, la cantidad de litros de agua que se desperdician, el número de habitantes de un país, cosas así... Pero cuando se oye o lee la noticia de que algún político se ha agenciado una vivienda de un millón de euros, o que un mindundi de cargo ha cobrado una comisión de varios millones de euros con contratos de dudosa índole, se nos gesta un nudo en la garganta. ¡Qué insultante tamaña desvergüenza de números para el común de los mortales, que tratamos tan sólo de sobrevivir o vivir dignamente! Es conveniente indicar que los «Millones» fueron durante los siglos XVI y XVII un impuesto aprobado por las Cortes de Castilla en 1590, que se aplicaba sobre el consumo de lo que entonces se consideraba como las seis especias : aceite, vino, vinagre, carne, jabón y velas de sebo. Previamente se había elaborado lo que se llamó «El libro de los millones», un censo del año 1591 de las tierras pertenecientes a la Corona castellana como base para recaudar el nuevo impuesto, cuyo objetivo era proveer a la misma de 8 millones de ducados durante 6 años, lo que eran 500 millones de maravedís cada año, extraídos a los contribuyentes a través de esos alimentos. En 1626 el impuesto aumentó hasta los 4 millones de ducados al año con nuevas cargas al papel, la sal y el embarque en puertos. A partir de 1668 la renovación era automática, pero la complejidad del sistema fiscal hizo que para el cobro de estos «servicios de millones» se establecieran los llamados «cientos». El reino de Aragón, con régimen foral propio, lógicamente estaba exento de estos pagos, pero manejaba otros impuestos, como el del “monedaje” : tributo de un maravedí por fuego, pagado por las poblaciones a la Corona de Aragón a cambio de que garantizase la estabilidad de la moneda, que no disminuyese la ley y el peso de la misma y provocase con ello la inflación. Otro nivel, vamos. Y otro cantar.

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