
COSAS MÍAS
Si la luna se quedara a dormir siempre en Zamora
Cyrano de Bergerac encontró la muerte cuando subía a la luna opalina, más de un alma noble hallaría en su paseo, encontró a Sócrates, a Galileo, mientras su amada Roxana le confesaba: “Os amo. Vivid”. Aquella madrugada, Selene brillaba en el cielo. Un enamorado, un genio, perseguía aquel rayo de luz tras descubrir su amada la naturaleza del hombre que la amo con locura. Lógico que las grandes pasiones se produzcan cuando nuestro satélite se preña de la luz de sol. Cuando besas a una dama, abrazado por la luna, los ósculos saben a tiempo, los labios se transforman en saliva de estrellas y las pestañas acarician la epidermis de la noche.
El amor es un sentimiento noctámbulo. La luna, tan coqueta, lo sabe. Zamora necesita de su luz para empolvarse las mejillas como si fuera una dama romántica, pálida, blanca y enamorada. Nuestra ciudad, la del alma, que también nívea, le encanta recibir a una Selene gordita, pintados sus ojos de plata, para mostrarle sus atributos de bella y anciana dama: El seno de la cúpula de la Catedral. Los músculos de sus torres románica, las ramas desnudas de sus árboles, después que el otoño recortase sus melenas de hojas. Y desea que la luna maquille las calzadas con sus polvos ambarinos cuando solo laten los corazones de los búhos, mientras duermen los hombres y las mujeres que la habitan, o jadean en las alcobas canciones de enamorados.
Esta luna de enero se queja de las heladas, tiene tan frío que pide al sol que la abrace con más fuerza, como si fuera su primer amor, su única amante. Yo, si pudiera, seduciría a Selene, le prometería amarla hasta que el sol mostrara su primera luz por occidente, para que se quedara siempre, embarazada de luz, dialogando con el Duero sobre los amores eternos, los que derrotan a la muerte. ¡Ay si la luna se quedara siempre a dormir en el lecho de la ciudad de Doña Urraca y de Arias Gonzalo!
Eugenio-Jesús De Ávila
Fotografía: Enrique Alba
Cyrano de Bergerac encontró la muerte cuando subía a la luna opalina, más de un alma noble hallaría en su paseo, encontró a Sócrates, a Galileo, mientras su amada Roxana le confesaba: “Os amo. Vivid”. Aquella madrugada, Selene brillaba en el cielo. Un enamorado, un genio, perseguía aquel rayo de luz tras descubrir su amada la naturaleza del hombre que la amo con locura. Lógico que las grandes pasiones se produzcan cuando nuestro satélite se preña de la luz de sol. Cuando besas a una dama, abrazado por la luna, los ósculos saben a tiempo, los labios se transforman en saliva de estrellas y las pestañas acarician la epidermis de la noche.
El amor es un sentimiento noctámbulo. La luna, tan coqueta, lo sabe. Zamora necesita de su luz para empolvarse las mejillas como si fuera una dama romántica, pálida, blanca y enamorada. Nuestra ciudad, la del alma, que también nívea, le encanta recibir a una Selene gordita, pintados sus ojos de plata, para mostrarle sus atributos de bella y anciana dama: El seno de la cúpula de la Catedral. Los músculos de sus torres románica, las ramas desnudas de sus árboles, después que el otoño recortase sus melenas de hojas. Y desea que la luna maquille las calzadas con sus polvos ambarinos cuando solo laten los corazones de los búhos, mientras duermen los hombres y las mujeres que la habitan, o jadean en las alcobas canciones de enamorados.
Esta luna de enero se queja de las heladas, tiene tan frío que pide al sol que la abrace con más fuerza, como si fuera su primer amor, su única amante. Yo, si pudiera, seduciría a Selene, le prometería amarla hasta que el sol mostrara su primera luz por occidente, para que se quedara siempre, embarazada de luz, dialogando con el Duero sobre los amores eternos, los que derrotan a la muerte. ¡Ay si la luna se quedara siempre a dormir en el lecho de la ciudad de Doña Urraca y de Arias Gonzalo!
Eugenio-Jesús De Ávila
Fotografía: Enrique Alba
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