Mª Soledad Martín Turiño
Martes, 21 de Enero de 2025
ZAMORANA

Zamora, mi particular Ítaca

[Img #95604]Para mí, Zamora, esa vieja y coqueta ciudad con encanto, es mi particular Ítaca, el puerto que espera mi desembarco, mi hogar, punto de llegada y reencuentro; la urbe tantas veces soñada que acoge mi soledad, mi tristeza, mi alegría o mis recuerdos, y que va más allá de unas gentes habitando unas casas, o unas calles, como en cualquier otra metrópoli.

 

Quienes no me conocen, aunque finjan aconsejarme “por mi bien”, consideran que mi meta podría ser otra; no comprenden, en este mudo tan pleno de experiencias, un pasado entero evocando, al tiempo que añoraba, la forma de vida sencilla de mis antepasados; sin embargo, me sobran las grandes ciudades, los viajes, las reuniones sociales en las que se dicen las mimas trivialidades, todo escaparate, siempre mirando de reojo, pendientes de pillar al otro en cualquier renuncio para crucificarle. Están de más esas amistades por conveniencia a quienes no se puede contar nada importante porque no son dignos de una confidencia. Me sobran los teatros, cines, espectáculos, exposiciones y actos de todo tipo, porque en este momento de mi vida solo ansío tranquilidad y calma para vivir.

 

Cerrar los ojos e inundarme de sol sentada en alguna plazuela, contemplar el Duero navegando bajo los puentes desde cualquier mirador, contar las numerosas palomas o las singulares cigüeñas que anidan en los ábsides y campanarios de las iglesias, escuchar el tañer de las campanas llamando a misa, adentrarme en Valorio o bajar hasta Los Pelambres para disfrutar de un paseo solitario en plena naturaleza, fotografiar en mi retina parajes únicos que esperan en cada recodo, fundir mis ojos con ese cielo azul intenso y, en ocasiones, por la noche plagado de estrellas… es todo lo que ansío, y para ello solo es necesario algo tan simple como dar un sosegado paseo por la ciudad.

   

A veces la contaminación mental puede ser tan grave que no la descubrimos hasta que es demasiado tarde. Ejercicios sencillos como bajar el ritmo, frenar el estrés o dedicar un rato cada día a reencontrarse con uno mismo, resultan esenciales para limpiar el organismo –cuerpo y mente- de elementos dañinos, expulsando el aire viciado por una nueva ilusión que hinche los pulmones y alivie el espíritu. Zamora, una ciudad pequeña, más olvidada de lo que sería menester por los gobiernos de Valladolid y Madrid, es ese oxígeno puro que renueva por dentro y por fuera; Zamora es, en ocasiones, un sueño, una idea; y siempre la paz que reconforta después de haber sido bendecida por la comunión en cualquiera de sus maravillosos templos románicos; Zamora es la sonrisa permanente que dibuja mi cara a medida que me acerco a ella desde la distancia, porque anuncia que regreso a la soñada Ítaca, que me espera sin condiciones, dócilmente, pero siempre con los brazos abiertos.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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