NOTAS DEL PENSAMIENTO...
Discursos memorialistas
José Antonio Ávila López
La historia y la memoria lo único que tienen en común son la última sílaba de ambas palabras. La memoria es, o bien el recuerdo personal que cada uno tiene de las cosas o de los acontecimientos (lo que es incompatible con que no se hayan visto o vivido), o algo que quiere evocarse a lo largo de tiempo. Pero ni lo uno ni lo otro son historia en el sentido de una reconstrucción del pasado con pretensiones de fidelidad. Para la ciencia histórica es precisa una teoría de la historia como para la ciencia económica, porque el análisis tiene que seguir un método preestablecido que valide las conclusiones y permita el contraste que nos acerque lo más posible a la verdad, aunque el conocimiento sea provisional y sujeto a revisión constante. La historiología, como ciencia, es el conjunto de explicaciones, métodos y teorías sobre cómo, por qué y en qué medida se dan cierto tipo de hechos históricos generales y tendencias sociopolíticas en determinados lugares. En todo caso, historia no puede ser la elección arbitraria de acontecimientos con el fin de apoyar un relato que podrá perseguir intereses legítimos, pero carente del rigor que debe proponerse toda indagación que quiera ser válida, al menos “a priori”. Por eso la mejor ley que quiera hacerse sobre acontecimientos históricos es la que no existe, siendo el recuerdo más o menos parcial, más o menos fidedigno, del pasado, libre, formando parte de la libertad de pensamiento e ideas. El error consiste en tanto en hacer leyes de memoria histórica como aprobar otras para corregirlas, aunque desde luego sin unas no surge la necesidad de las siguientes. El discurso memorialista hecho ley por decisión política elude plantearse preguntas incómodas en la certeza de que algunas de las respuestas no respaldarán esa verdad “sentida” si los hechos se analizan con un método lógico. Lo que llamamos historia, los hechos del pasado y su explicación, son como placas tectónicas que se mueven constantemente y tienen efectos sobre el presente y con ese objetivo se sacan de su ámbito natural.
La historia y la memoria lo único que tienen en común son la última sílaba de ambas palabras. La memoria es, o bien el recuerdo personal que cada uno tiene de las cosas o de los acontecimientos (lo que es incompatible con que no se hayan visto o vivido), o algo que quiere evocarse a lo largo de tiempo. Pero ni lo uno ni lo otro son historia en el sentido de una reconstrucción del pasado con pretensiones de fidelidad. Para la ciencia histórica es precisa una teoría de la historia como para la ciencia económica, porque el análisis tiene que seguir un método preestablecido que valide las conclusiones y permita el contraste que nos acerque lo más posible a la verdad, aunque el conocimiento sea provisional y sujeto a revisión constante. La historiología, como ciencia, es el conjunto de explicaciones, métodos y teorías sobre cómo, por qué y en qué medida se dan cierto tipo de hechos históricos generales y tendencias sociopolíticas en determinados lugares. En todo caso, historia no puede ser la elección arbitraria de acontecimientos con el fin de apoyar un relato que podrá perseguir intereses legítimos, pero carente del rigor que debe proponerse toda indagación que quiera ser válida, al menos “a priori”. Por eso la mejor ley que quiera hacerse sobre acontecimientos históricos es la que no existe, siendo el recuerdo más o menos parcial, más o menos fidedigno, del pasado, libre, formando parte de la libertad de pensamiento e ideas. El error consiste en tanto en hacer leyes de memoria histórica como aprobar otras para corregirlas, aunque desde luego sin unas no surge la necesidad de las siguientes. El discurso memorialista hecho ley por decisión política elude plantearse preguntas incómodas en la certeza de que algunas de las respuestas no respaldarán esa verdad “sentida” si los hechos se analizan con un método lógico. Lo que llamamos historia, los hechos del pasado y su explicación, son como placas tectónicas que se mueven constantemente y tienen efectos sobre el presente y con ese objetivo se sacan de su ámbito natural.
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