IDA Y VUELTA
Cinco años
Laura Fernández Salvador
En apenas quince días se cumplen cinco años desde que la pandemia paralizó nuestras vidas. Unas vidas, hasta entonces, ajenas a que podía pasarnos algo así. Incluso me atrevería a decir que ahora mismo, poco tiempo después, hemos regresado casi a ese mismo punto de inocencia, que, en cierto modo, es necesaria.
Pero, aunque parezca que pasó en otra vida, pasó, vamos que pasó… Y arrasó con muchas cosas que dábamos por sentado.
Rememoro esos días. Cómo comenzábamos a comentar lo que pasaba desde el fin de semana del 7 de marzo, en el que celebrábamos el cumpleaños de mi hermano. Cómo fue variando la información desde aquel lunes 9, hasta que el 14, Pedro Sánchez comenzó a ser un habitual en nuestra caja tonta cuando declaró el estado de emergencia. Y cómo la televisión, las tertulias, y las comparecencias de Fernando Simón empezaron a ser nuestra rutina diaria en unos primeros días de shock y estupefacción.
Recuerdo la tristeza de las primeras muertes, sobre todo las de mi pueblo, y no todas de covid. Las llamadas telefónicas, que se convirtieron en video llamadas. Los breves paseos con mi perro. La falta de mascarillas, y la llegada de ellas para quedarse más tiempo del que imaginábamos. La terrible cifra diaria de muertos que parecía no llegar nunca a su pico. La emoción del sonido de los aplausos en esos primeros días. Lo lejos que estaba Madrid de Zamora. El miedo.
Pero, sobre todo, mi corazón retiene la enorme luz que supuso el adelanto inesperado del nacimiento de mi hija el 30 de marzo. Cómo se paró todo. Cómo vivimos, ajenos a la desgracia que nos rodeaba, la gran alegría de la llegada de Victoria. Lo bien que nos trataron en La Paz, a pesar del caos. El regreso a casa desde el hospital, mirando por la ventanilla del coche y horrorizándonos con la imagen del Palacio de Hielo convertido en morgue a unos metros de nuestro hogar. Y mientras tanto, a mi lado se abría paso la vida.
Recuerdo las ganas con las que esperábamos cada semana que levantaran las restricciones, y cómo por fin el 21 de junio llegó para nosotros ese respiro. El principio de un final que fue largo, como la sombra del ciprés que a tantos cobijó. Y cómo mi vida, en medio de la desgracia, floreció. Y los ojos más bonitos del planeta se abrieron por primera vez.
En apenas quince días se cumplen cinco años desde que la pandemia paralizó nuestras vidas. Unas vidas, hasta entonces, ajenas a que podía pasarnos algo así. Incluso me atrevería a decir que ahora mismo, poco tiempo después, hemos regresado casi a ese mismo punto de inocencia, que, en cierto modo, es necesaria.
Pero, aunque parezca que pasó en otra vida, pasó, vamos que pasó… Y arrasó con muchas cosas que dábamos por sentado.
Rememoro esos días. Cómo comenzábamos a comentar lo que pasaba desde el fin de semana del 7 de marzo, en el que celebrábamos el cumpleaños de mi hermano. Cómo fue variando la información desde aquel lunes 9, hasta que el 14, Pedro Sánchez comenzó a ser un habitual en nuestra caja tonta cuando declaró el estado de emergencia. Y cómo la televisión, las tertulias, y las comparecencias de Fernando Simón empezaron a ser nuestra rutina diaria en unos primeros días de shock y estupefacción.
Recuerdo la tristeza de las primeras muertes, sobre todo las de mi pueblo, y no todas de covid. Las llamadas telefónicas, que se convirtieron en video llamadas. Los breves paseos con mi perro. La falta de mascarillas, y la llegada de ellas para quedarse más tiempo del que imaginábamos. La terrible cifra diaria de muertos que parecía no llegar nunca a su pico. La emoción del sonido de los aplausos en esos primeros días. Lo lejos que estaba Madrid de Zamora. El miedo.
Pero, sobre todo, mi corazón retiene la enorme luz que supuso el adelanto inesperado del nacimiento de mi hija el 30 de marzo. Cómo se paró todo. Cómo vivimos, ajenos a la desgracia que nos rodeaba, la gran alegría de la llegada de Victoria. Lo bien que nos trataron en La Paz, a pesar del caos. El regreso a casa desde el hospital, mirando por la ventanilla del coche y horrorizándonos con la imagen del Palacio de Hielo convertido en morgue a unos metros de nuestro hogar. Y mientras tanto, a mi lado se abría paso la vida.
Recuerdo las ganas con las que esperábamos cada semana que levantaran las restricciones, y cómo por fin el 21 de junio llegó para nosotros ese respiro. El principio de un final que fue largo, como la sombra del ciprés que a tantos cobijó. Y cómo mi vida, en medio de la desgracia, floreció. Y los ojos más bonitos del planeta se abrieron por primera vez.




















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